ANRAS - Las cimas pequeñas, medianas y grandes, las colinas que son montañas o las cuestas de barrio aman apasionadamente a Mikel Landa, su morador. El murgiarra, que nació en un pueblo alto, donde la nieve es común en su callejero, recorrió la techumbre de Anras, una cumbre austriaca, para alcanzar el liderato del Giro del Trentino, una carrera anudada con bellas postales a su pasado. En el extrarradio de Anras también había nieve. A la primavera aún le queda el tacto del abrazo del invierno. En Mikel Landa también es primavera. Floreció en la Vuelta al País Vasco y abrió los pétalos en Austria, en una cima fronteriza. De Garrastatxu a Anras. Su hogar, en cualquier cima. Todas las montañas poseen la misma alma y el murgiarra las quiere a todas. Sabe seducirlas. Ganárselas. Escalador sin par, Landa sube con la eficacia de los telesillas. No hay pendiente que se resista a la tracción de Mikel Landa, otra vez un cuatro por cuatro rebosante de potencia.
Después de un día de radar del Astana, el Sky enfiló hacia Anras. Allí actuaría Mikel. Los británicos pasaron hasta el portal sin llamar al timbre. Parapetado por Moscon, que actuó de muelle y cebo para Pozzovivo y Fuglsang, Landa, sereno, tomándole la temperatura al puerto, descapotado bajo el sol, abrigado por chalets y las praderas de brillante verde, despegó sin velcro. Fuglsang, el peón más próximo de Nibali, trató de encadenar a Landa. En vano. Pozzovivo tampoco poseía tanto rock&roll para acordonar al alavés, que es un verso suelto, un jazzista que no necesita partitura. Lo suyo son las jam session.
El arranque de Landa, un trueno sin mueca, la postura hierática, enroscado en el sillín, no dejó ningún hilo del que tirar. Landa no rasga. Rompe. A Nibali, la aceleración de Landa le supuso un Muro de Berlín. Le cayeron los segundos como bloques de hormigón. Sepultado en el primer puerto. Landa, tersas las piernas, el compás de la respiración sereno, empuñó un trozo de ventaja y no lo soltó. Apretó. Hizo presa. A Landa no le gustan los simulacros. Tampoco el fogueo ni la pose. Percibió la debilidad del resto, las caras sufridoras, las piernas de cartón piedra. Atacó para ganar. El alavés, pura inspiración, pedaleaba con esa calma furiosa que le perfila. Ese estilo tan suyo. Subía Landa concentrado porque quiere el Trentino, ensayo general del Giro.
acecho de Firsanov De Nibali, desenfocado, no había noticias, a varias manzanas del alavés. De Landa, sí. Excelentes. Al murgiarra le bastaba con una telegrama y unas coordenadas para emitir su comunicado. Una vez dinamitado el grupo, su ascensión fue una cronoescalada. De cuando en cuando empuñaba el manillar por la parte de abajo, una imagen que encola con el estilo de Pantani. A su espalda, Sergey Firsanov (Gazprom) y Damiano Cunego (Nippo), que de joven, muy joven, conquistó el Giro. Bailaba sobre los pedales Mikel Landa, que regulaba la subida con la batuta de Von Karajan. Claqué en Anras, carretera ancha, asfalto gris claro en el Tirol, al lado de las Dolomitas, los monumentos del Giro. El Trentino, la carrera que ha mecido a Landa con buenos recuerdos, también tiene los suyos. En Anras sumó otro techo y estampó su firma. Otra cima con su nombre y apellido. Otro autógrafo de Landa.