londres - En 2010, Dean Stoneman (24-VII-1990, Croydon) era dueño absoluto de su destino deportivo, uno de esos elegidos del pilotaje con hoja de ruta precisa e inmediata hacia la Fórmula 1. Esa temporada se había coronado campeón de la Fórmula 2 de la FIA, lo que le valió un test privado con Williams en Abu Dabi -se quedó a una décima del tiempo de Nico Hulkenberg, piloto oficial de la escudería, dos días antes en la calificación del Gran Premio-. Todo estaba cerrado para que en 2011 disputará las World Series como compañero de equipo de Daniel Ricciardo, tenía a su entera disposición un mánager, un dietista, un entrenador personal, un publicista, un diseñador de páginas web... Todo en su carrera estaba destinado a desembarcar con estruendo y sin mayores dilaciones en el Gran Circo. Sin embargo, cinco años después, el piloto británico, el mismo que estaba llamado a andar por la senda de Jenson Button o Lewis Hamilton, sigue en el mismo escalón. En la campaña que acaba de terminar, ha concluido sexto en las World Series y 24º en una GP2 de la que solo pudo correr los últimos seis meetings, sumando un punto. A sus 25 años, la Fórmula 1 se difumina en su horizonte. Poco debe importar cuando es imposible conquistar un éxito mayor que el de la propia vida. Y es que Stoneman es, ante todo, un superviviente, un milagro médico que consiguió salir adelante a pesar de llegar a tener ¡250 tumores por todo su cuerpo!

En aquellos meses finales de 2010 en los que todo iba perfecto en las pistas, el piloto tenía claro que su cuerpo no estaba bien. Llevaba un año sufriendo dolor en sus pezones, algo que los doctores achacaban a los cambios hormonales propios de su edad. Después llegaron los ardores de estómago, las manchas en la espalda, una ganancia de músculo inexplicable... El diagnóstico siempre era el mismo. “Y fui a más médicos de los que puedo contar”, recordaba posteriormente en el Daily Mail. Dominó en esas condiciones la Fórmula 2, pero en enero de 2011 su salud se deterioró aún más. Cada vez le dolían más los brazos y cualquier actividad física le resultaba insoportable. Lo achacó a una reciente gripe, pero una mañana se palpó un bulto en la zona abdominal y su familia decidió llevarle a un hospital privado. El resultado de la resonancia fue demoledor: padecía un coriocarcinoma, un tipo raro y brutalmente agresivo de cáncer testicular. De hecho, la enfermedad se había extendido por todo el cuerpo y tenía un tumor del tamaño de una pelota de golf en el estómago, otro frenaba el riego hacia sus riñones, otro bloqueaba sus piernas, otro había alcanzado su cerebro... “Y así hasta 250 tumores de distintos tamaños”, reconoció el piloto. Los doctores fueron muy claros: estaba a dos horas de perder sus piernas, a dos días de que el cáncer fuera ya imposible de tratar y a siete de una muerte segura. Fue intervenido aquel mismo día, las sesiones de quimioterapia arrancaron de inmediato y, así, dio comienzo a un periplo hospitalario de 18 meses extraordinariamente agresivo. “Me sometí a tres ciclos de sesiones de quimio de 18 horas diarias, seis días a la semana durante tres semanas. Los especialistas me dijeron que ese tratamiento habría matado a una persona de 35 años, pero al ser joven y estar en buena forma física pude aguantarlo”, rememoraba. “Toleré bien el primer ciclo, el segundo me dejó hecho polvo y apenas hacia otra cosa que no fuera dormir y antes del tercero me detectaron unos enormes coágulos de sangre en las piernas que casi me cuestan la vida”, añadió.

18 meses ingresado Finalmente, el tratamiento funcionó y venció a los tumores más pequeños. Para los más grandes, el del estómago y el del testículo, hizo falta una operación de ocho horas. En julio de 2011, 18 meses después de ingresar para someterse a una resonancia, fue dado de alta del Southampton General Hospital. Las prolongadas sesiones de quimioterapia -tuvo que recibir numerosas transfusiones de sangre- hicieron que perdiera parte de la sensibilidad de los dedos de la mano y los pies, pero en noviembre de ese año estaba ya al volante de un monoplaza. “Siempre supe que en caso de sobrevivir regresaría a las carreras”, dijo en Motorland, donde su compañero solo pudo aventajarle en una décima en los tests. En 2012 no quiso separarse de sus médicos y mató el gusanillo competitivo ganando la P1 Superstock UK de lanchas motoras -su padre fue campeón del mundo en 1995-; en 2013 corrió la Porsche Cup y ganó las dos carreras del primer fin de semana, un curso después volvió a los monoplazas acabando segundo la GP3 -cinco triunfos- y en enero de 2015 fue reclutado por Red Bull para su equipo de promesas. Con más retraso del esperado, pero está ya en la antesala de la F-1. Y para él no hay imposibles.