vitoria- ¿Cómo se gana la vida?

-Gracias a Dios trabajando como ingeniero en una empresa alemana de Salburua. Estoy dedicado al curro y a la familia al cien por cien. Hoy en día, la cosa está difícil. Lamentablemente, parece mentira decir que trabajar es como que te toca la lotería, así que dadas las circunstancias me siento un privilegiado.

Resulta muy difícil compatibilizar el deporte de alto nivel con una carrera tan compleja como la suya. ¿Era un empollón?

-Yo creo que no porque mis padres estaban bastante encima mío y era muy despistado. He sacado la carrera metiendo codos, siendo metódico y sabiendo que para poder jugar tenía que sacar un tipo de notas, aprobar los exámenes e ir a clase. En definitiva, todo lo que conllevan los estudios.

También sabe francés, inglés y alemán. ¿Se diría que es el yerno soñado?

-Eso que lo digan mis suegros. Es cierto que se me han dado bien. El francés no fue difícil de aprenderlo porque me lo inculcaron desde los tres años en Nazareth. El inglés, aparte de que iba a clases particulares extraescolares, lo tuve que aprender por narices en Estados Unidos porque si no estaba muerto. El inglés de aquí es el de Inglaterra, más cerrado y correcto, pero cuando llegué allí no tenía ni idea. Oía conversaciones y no entendía nada. Hay gente que tiene más facilidad que otra para los idiomas. Toshack o Cruyff no saben ni hablar el castellano, pero los balcánicos como Teletovic lo hablan mejor casi que nosotros.

No se quite méritos. En el basket no hay muchos ‘lumbreras’ como usted, ¿verdad?

-No vamos a generalizar con el basket, sino muchos deportistas. En el fútbol hay algunos que tienen lo suyo. Cada uno está hecho para lo suyo. Que los estudios y los idiomas sean un complemento al deporte es algo positivo.

¿Sigue jugando alguna pachanga?

-Si digo la verdad, ninguna. Cuando me retiré dejé de jugar. Dada mi personalidad y la competitividad que hay dentro de mí, no me va. Me han dicho para jugar en algún equipo de un nivel inferior al que lo estaba haciendo, pero preferí declinar la propuesta.

¿Tan quemado acabó?

-Quemado no es la palabra. Siempre me he tomado muy en serio el basket y no sé si compaginaría mucho el tomármelo en serio con las pachangas. Tras varios años en el profesionalismo, no me hubiesen sentado bien.

Ahora dedica todo su tiempo a sus dos hijos pequeños...

-Uff... No me dejan mucho tiempo para el ocio. Absorben mucho y es una dedicación íntegra.

¿Cómo y cuándo decide irse tan joven a los Estados Unidos?

-Todo empezó años atrás cuando fui unos veranos de intercambio a aprender inglés, aunque en realidad no lo hice. Quería pasar el verano fuera de casa. Me gustaba el deporte y veía que la mejor liga del mundo estaba allí. La NBA era como mirar a unos dioses por televisión. También me atraía mucho el tema del baloncesto universitario. Incluso con 15 años veía los partidos de madrugada. Mis padres querían asegurarse de que no metiera todos mis boletos en una misma urna. Recuerdo que con ellos en el Xixilu se lo solté.

¿Cómo reaccionaron?

-Por fuera pusieron buena cara, pero imagino que por dentro se les haría un nudo en el estómago y pensarían a ver este mocoso dónde quiere ir. Ahora que lo pienso fríamente después de 20 años, veía que podía jugar en las categorías inferiores del Baskonia pero que el salto al primer equipo era casi imposible más allá de que te lo tuvieras que ganar con el sudor de tu frente. La gente que ha jugado en Vitoria siempre ha sido de fuera y entender eso era primordial. No sabía si me iban a dar la opción. Seguro que hubiera habido gente de Vitoria que podría haber triunfado tranquilamente en el Baskonia, pero las oportunidades han sido escasas.

Además de estudiar y entrenar, ¿había tiempo para otras cosas?

-¡Sí, hombre, ¿cómo no?! Las fiestas del equipo de béisbol eran las mejores. Allí va todo en proporción a la grandeza de cada universidad. Mi universidad era mediana, con lo que las fiestas estaban bien. Si ibas, por ejemplo, a una más grande como Carolina del Norte, pues te puedes imaginar. Lo disfrutaba más porque, como no podía hacerlo tanto, cuando lo hacía, era la leche. He de reconocer que tenía el miedo en el cuerpo porque los deportistas están mirados con lupa en Estados Unidos. Al final, era una persona privilegiada porque me estaban pagando una beca de mucha pasta para jugar a basket, estudiar, comer, la residencia... Te lo pagan todo. Entonces mucha gente está esperando a que cometas un error. Tenía que saber cuándo y cómo. Si ganaba un partido y quería liarla parda, igual hacía una fiesta en petit comité o me iba fuera. Todos los que hacen deporte saben cómo es este tema. Pero, por descontado, claro que había fiestas.

Y el tema de la comida, ¿cómo lo llevaba?

-Me cansé de las hamburguesas. Lo pasé realmente mal en los últimos tres años. Era comer y correr al baño. No es que la comida fuera mala, pero las salsas, los ingredientes y la forma de cocinar no era a lo que estaba acostumbrado aquí con mis padres. Al final, tenía unas ganas enormes de venir a casa a comer unas patatas con chorizo.

¿Qué le dijeron sus amigos cuando le vieron mucho más cachas?

-Las pesas y el gimnasio era una parte muy importante del entrenamiento, sobre todo a nivel universitario. Estaba estructurado en tres fases el tipo de trabajo físico que debía hacer. ¿Recomienda entonces a los jóvenes que emigren si disponen de la posibilidad?

-Siempre viene bien irse fuera de casa para que te peguen un par de hostias y espabiles. Hay veces que el estar debajo de la burbuja de la familia y amigos no es positivo, ya que viene bien ver el mundo más allá de lo que hay en tu casa. Si tienes dinero y encima te dan una beca para jugar, no hay que pensárselo. No todo el mundo puede ir a una universidad americana. Conocí allí a mucha gente no deportista que estudiaba y trabajaba en un McDonald’s o un supermercado. La experiencia que viví es cien por cien recomendable, aunque no iría siete años solo a estudiar.

¿Esa rectitud se la inculcó su padre?

-He sido también un gamberro. No todo es fachada. Hay que saber estar en los momentos adecuados y tener cabeza, pero de vez en cuando también hay que ser un payasete.

¿Cómo era más duro su padre: de entrenador o profesor?

-De las dos. Nunca fui alumno suyo. Le bastaba con tenerme en casa y con dos horas de entrenamiento al día. Cuando me he juntado con gente que ha sido su alumno o ha jugado para él, puedo estar orgulloso de que el 95% de la gente me habló bien. Eso me enorgullece. Hay que tener en la vida un padre como el mío que ha sabido transmitir algo a la gente.

Él comenta que en Vitoria el de casa está mal visto. ¿Comparte esa idea?

-Por la parte que me toca, sí. En baloncesto, seguro por mucho que ahora salga otra vez la gente a decir que estoy picado. Yo lo he vivido y puedo decirlo bien alto con la mano en el corazón. No sólo me ha pasado a mí, sino a jugadores que han estado más arriba que yo como los hermanos Iturbe. Que no hayan tenido una oportunidad en el Baskonia da pena.

¿Es su gran espina clavada?

-Sí, por supuesto. Al final, es el equipo de tu ciudad. No poder jugar en un club que lo has mamado desde pequeño, al que has visto sus partidos desde la época de Mendizorroza y del que tu padre fue jugador y entrenador, es una gran desilusión.