VITORIA - Los espectadores que en la mañana del pasado domingo se acercaron hasta los campos de La Vitoriana para ver un encuentro de fútbol de categoría juvenil probablemente esperaban disfrutar de un buen espectáculo pero con lo que seguro que no contaban es con que este incluyera un striptease y unas varietés de pésimo gusto. Porque eso fue precisamente lo que se encontraron cuando uno de los jugadores del San Prudencio -conjunto que ejercía de local y se enfrentaba al Lantarón- tuvo una reacción que escapa a los más mínimos criterios de la lógica.
Todo arranca cuando, desde que se inicia el partido, el futbolista en cuestión comienza a tener un comportamiento extraño sobre el césped y se acerca habitualmente a la banda para hablar con una persona. Estas repetidas conversaciones con su amigo provocan la desaprobación de su entrenador, que toma la determinación de ordenar su cambio y retirarlo del terreno de juego. Corre el minuto 30 de la primera mitad. Y es precisamente en ese momento cuando estalla todo de manera definitiva.
Al observar que es su dorsal el que se muestra en la banda, el jugador se dirige hacia el árbitro, aparentemente con la intención de saludarle, un gesto bastante habitual en los encuentros de cualquier categoría. Sin embargo, tras estrecharle la mano realiza otro movimiento que deja con la boca abierta a todos los presentes. Nada menos que intentar bajarle los pantalones al colegiado.
Sin dar tiempo siquiera para reponerse mínimamente, el protagonista de la hazaña comienza a correr por todo el campo mientras se baja él mismo los pantalones y dedica un calvo a los asistentes. Pero pronto queda claro que el destinatario principal de sus dardos es el banquillo de su propio equipo y su máximo responsable.
Porque al mismo tiempo que corre de semejante guisa se quita la camiseta de juego y deja a la vista otra blanca en la que, tanto por su parte delantera como por la trasera, aparecen escritos en grandes caracteres mensajes ofensivos (“Que os jodan” o “Pa tu jeta”). No contento con dejarla ver con detalle durante unos cuantos segundos, dedica besos y peinetas a la concurrencia hasta que, aparentemente satisfecho con su proeza, abandona la instalación en compañía del amigo con el que había compartido charla desde el césped. En definitiva, un espectáculo totalmente premeditado -el jugador acudió al partido vestido con el uniforme de juego desde casa- que parece tener su origen en el aparente descontento con su entrenador, aunque era utilizado habitualmente por éste en sus alineaciones. Algo que, evidentemente, no volverá a producirse próximamente puesto que estos inaceptables hechos le obligarán a pasar por un largo periodo de reflexión.