¡El mar, idiota, el mar!
El BMC se impone en la crono por equipos del travieso recorrido trazado por la organización en Marbella, donde el turismo vence y los equipos de los favoritos evitan cualquier riesgo
marbella - El Twitter oficial de la Vuelta, una de las tres grandes, celebraba con énfasis que la carrera saliera del mar. Neptuno, el dios que maneja los designios de los océanos, no lo hubiera permitido, pero seguro que él no fue el responsable del diseño de un trazado demencial que premió el turismo, la postal, el balcón con vistas, el espigón a modo de rampa de salida, los bañistas, las chanclas y los chiringuitos a la seguridad de los ciclistas, los paganos de una idea tan mal parida que los tiempos no contabilizaron para la general. Corrieron los equipos, cada uno a su modo, unos con más ilusión que otros, algunos con más maneta en el freno que otros, plegados en un circuito con un tramo de arena de playa, baldosas de paseo marítimo, la madera de los puentes, algún que otro trozo de asfalto y palmeras, muchas palmeras, para dar exotismo a una desenfocadada contrarreloj por equipos. El circuito, una ratonera a modo de pista americana, era estrecho, un hilo, una lengua de asfalto que no ofrecía mucho margen para desarrollar la técnica de las cronos por equipos. En Puerto Banús, camino a Marbella, los ciclistas eran unos elementos más del paisaje, al igual que las tumbonas, los yates y las sombrillas. Los veraneantes se asomaban a aquello porque el sol languidecía y no era un mal plan mirar a los corredores, lo mejor de esta historia rocambolesca, chapucera.
Aunque no había premio para la general, hubiera sido una temeridad, -corregido el desvarío un día antes de que se iniciara la competición-, los equipos se aplicaron en la clasificiación por escuadras, un premio menor, pero con la suficiente mecha como para encender los vatios y la profesionalidad del pelotón en un crono corta: 7,4 kilómetros, un paseo por Marbella, cuyos turistas y habitantes se asomaron al vallado a medida que la luz del día, con los párpados entrecerrados, enmarcaba el faro de Puerto Banús, la principal atracción de la etapa, una corbata de piso irregular, bacheado, botón, que abraza las aguas de la Costa del Sol. Desde ese punto, el trampolín de la Vuelta, se mezclaba el salitre, el sudor, la crema protectora y el pescaíto frito de un día en la playa. También, la miscelánea de los árabes y los rusos que acoge la Milla de Oro, que no hacían demasiado caso calentamiento de los equipos por el Bulevar Príncipe Alfonso de Hohenloh, otro personaje que dio la Marbella de la jet set.
La Vuelta que huele al Tour, a la fragancia de la Grande Boucle por la nómina de competidores y el recorrido -a excepción del invento de ayer-, respiraba con el oleaje, con ese aroma que el océano desprende. Los ciclistas, sus buzos pegados, sus bicicletas modernas, los cascos aerodinámicos, eran seres de otro planeta. Astronautas en la playa. Tal vez por eso hubo equipos que no tardaron en entrar en órbita, en rodar con los propulsores a toda potencia en un circuito que exigía habilidad, valentía y capacidad de abstracción para no echar pie a tierra, ponerse las chancletas y acercarse a un chiringuito para refrigerares el gaznate.
Lotto-Jumbo fue el primer equipo en registrar un tiempo que les alcanzó para sentarse cómodamente bajo una carpa y esperar la llegada del resto. Alguno de sus corredores tuvo tiempo hasta de entretener a su hijo. Dichosos los holandeses, el gesto les varió con el Orica, los australianos que tanto se divierten en esta disciplina. Por encima de los 54 kms/hora, impusieron un crono que servía de referencia. Apenas se entronizaron cuando llegó volando el Tinkoff, su fosforito, con Peter Sagan, otra vez segundo, acelerando en la curva que desembocaba en meta. Ambas escuadras compartieron registro: 8:11, pero las centésimas premiaron al Tinkoff, primero por un grano de arena. Lo que padeció Orica, lo sufrió el Tinkoff, desalojado por el BMC, campeones del mundo por equipos en contrarreloj. BMC les arrancó la victoria por un segundo. Para entonces el mar mordía el sol, menos lozano, pensando en mañana, en las pieles que se quieren broncear estirando el verano.
Verano azul Movistar, Sky, de los últimos en salir tras un apagado Astana, prudente, risueños en meta Nibali, Aru y Mikel Landa tras llegar sin sobresaltos, partieron del espigón con el sol poniéndose el pijama. Mudaba la luz y los equipos de los favoritos se olvidaron del reloj. Lo dejaron en el rodillo de calentamiento. Con Quintana y Valverde pensado en Madrid, la ovillada crono no seducía a Movistar. Sonaba en los pinganillos de los corredores la sintonía de Verano Azul, los tiempos felices en la costa, de la pandilla en bicicleta al lado de la playa. Froome ancló el Sky. Despacito y buena letra. No merecía la pena jugarse el pellejo. Lo mismo pensó Joaquim Rodríguez, general del Katusha, otro equipo que se desentendió de una etapa tramposa, de un recorrido malencarado, que miraba al turismo, al veraneo, a la playa, a los pedalós, que no a los pedales. ¡El mar, idiota el mar!