Nadie esperaba a Felline en Gasteiz, la ciudad del Orica. En la recta de los australianos, se adentró un italiano para romper la tradición. El clásico del Orica, un libreto que escribieron Impey, en dos ocasiones y Matthews, en los últimos tres años, lo desgajó un buscavidas que encontró la pértiga ideal para poder saltar por encima de los favoritos. Fabio Felline se grapó en la chepa del Orica, que deletreó el sprint desde esa recta eterna, tan suya, hipnótica, que se extiende después de Zaldiaran, a la que solo le doblan las rotondas, una construcción muy francesa que adoptó Gasteiz. En ese tramo, Etixx y Orica, con sus soldados, como les llama Neil Stephens, su director, estiraron el cuello al pelotón, enfilado.
Protegido Matthews, el más veloz, por los chicos que le mantearon el aire, el sprint olía a repetición, a moviola, a un flashback. Impey, ganador en el mismo lugar tres años atrás, enseñó la rueda a su compañero para que se soldara. Ocurrió que en el movimiento de arrastre que pretendían, en ese Bolshoi caótico que es un sprint, falló la coordinación. Matthews reaccionó tarde al acelerón de Impey. De repente, las coordenadas del sprint cambiaron. Nada era lo que parecía. Felline, atento, estudiante avispado, se coló por la rendija y dio con una claraboya. Encontró la luz. Un hueco. Las piernas las llevaba de serie. El italiano de cabellera frondosa y alterada, no levantó la cabeza. Matthews miró de reojo y vio que aquello que era una lección tantas veces repetida en el pupitre del Orica, no entraba en el temario. Felline, observador, alumno aventajado batió al resabiado Matthews que buscaba en su potente motor australiano el remonte. Donde se le esperaba llegó Felline. La tradición se había roto.
No así otra estampa costumbrista de la Vuelta al País Vasco: Amets Txurruka en una escapada. El vizcaino es un ciclista en fuga constante. El hombre que huye en bicicleta. Entre Bilbao y Gasteiz, Txurruka, infatigable su tesón, se embarcó en otra aventura acompañado de Hupond (Giant) Reichenbach (IAM), Kevin De Weert (Lotto Jumbo) y Vervaeke (Lotto). Estiraba las piernas el pelotón, aún pegado a las sábanas y el quinteto acumulaba una ganancia de diez minutos en apenas 20 kilómetros. En el puerto de Orduña, otro imagen fija de las carreras vasca, atacó Txurruka, aunque no logró desencolar a sus compañeros de escapada, juntos nuevamente en el descenso. El quinteto se convirtió en trío por el amontonamiento de altos. En Zaldiaran se fundieron de Wert y Hupond.
Para entonces, Movistar había pasado la lijadora. Lo que no raspaba el equipo de Quintana, lo recogía el Orica, en modo caza. Gasteiz, su recta, los recuerdos tan felices, tantas veces repetidos, guiaban las huestes de Neil Stephens, animadas por momentos por Katusha y BMC, dispuestos todos a trinchar a Txurruka, el último en expirar en Zaldiaran. La cota solo fue un accidente orográfico, apenas una tilde antes de que el guion establecido años atrás se impusiera: un sprint. Todo estaba en orden hasta que en Gasteiz, un italiano puso patas arribas el relato. La subida de hoy a La Antigua promete lo mismo.