Phoenix - Los New England Patriots llegaron a estar más muertos que vivos en el play-off divisional de la AFC ante los Baltimore Ravens antes de resurgir de sus cenizas para convertirse en la primera franquicia de la historia de la NFL capaz de ganar un partido de pretemporada después de remontar dos desventajas de 14 puntos. Peor todavía lo tuvieron los Seattle Seahawks, que en la final de la NFC caían por 19-7 a cinco minutos del final y con balón en posesión de los Green Bay Packers, antes de arreglárselas para que, de manera agónica, el choque llegara a la prórroga y salir triunfante de ella. Ambos conjuntos estuvieron al borde de recibir el acta de defunción en estas eliminatorias por el título pero, sin embargo, esta noche se jugarán en el University of Phoenix Stadium de Glendale, Arizona, el trofeo Vince Lombardi en una Super Bowl que asistirá a un choque de trenes entre dos bloques de carácter indomable y rebosantes de galones, dos estilos de juego diametralmente opuestos que, sin embargo, han demostrado con creces su capacidad de cosechar éxitos, alcanzar la gloria... y también de mantener la verticalidad cuando todos los elementos parecen estar en su contra.
Y es que en la final de la liga de fútbol americano de Estados Unidos confluyen en esta ocasión los actuales campeones, los Seahawks de Pete Carroll, con unos Patriots que bajo la batuta del impredecible Bill Belichick vivirán hoy su sexta Super Bowl desde 2001, con tres títulos y dos derrotas. Los primeros representan la solidez, el carácter aguerrido, el ADN arrollador de una defensa áspera y enérgica como pocas en los últimos años capitaneada por su secundaria, la temible Legion of Boom; los segundos, por su parte, son el perfecto ejemplo del chispazo, la inspiración, la capacidad de sorpresa y de improvisación constante de un bloque que respira a través de Tom Brady, ese quarterback convertido ya en leyenda viva de este deporte.
Puede sonar a herejía, pero hace apenas un par de meses, con los Patriots con un pobre balance de 2-2 y tras una durísima derrota por 41-14 ante los Kansas City Chiefs, hubo medios que cuestionaron a Belichick sobre el fin de la era Brady y la conveniencia de sentarle en el banquillo. El veterano técnico, ojiplático, soltó una carcajada, pidió pasar a la siguiente pregunta y desde entonces New England no ha parado de mejorar a lomos de su pasador. Cuesta entender que en el draft de 2000 salieran elegidos 198 jugadores antes que este jugador de 37 años que con los éxitos ha acabado convirtiéndose en un icono deportivo y social -está casado con Gisele Bündchen- que esta noche puede ganar su cuarta Super Bowl, lo que le colocaría a la altura de mitos como Terry Bradshaw o Joe Montana, su gran ídolo de niñez. Su carrera no se entendería sin la figura de su técnico en la banda y ambos han acabado formando un binomio perfecto. La gerencia jamás le ha traído corredores y receptores estrella, ha sido él quien ha convertido en astros a todos aquellos con los que ha compartido ataque, casos de LaGarrett Blount, Rob Gronkowski, Shane Vereen, Brandon LaFell o Julian Edelman. Su brillantez y un notable esquema defensivo con Devin McCourty, Darrelle Revis o Vince Wilfork como puntales convierten a los Patriots en un conjunto multidisciplinar y muy difícil de domesticar ya que, además, cuando todo lo lógico falla ahí esta Belichick para romper con lo establecido y sacar el más inesperado de los conejos de su chistera rebosante de trucos.
Fortaleza y debilidad Una de las virtudes del técnico de Nashville es su capacidad de lanzarse sin reservas a la yugular del rival cuando localiza su debilidad. En el caso de los Seahawks esta puede radicar precisamente en su gran virtud, esa extraordinaria secundaria que por dañina, completa y devastadora se ha ganado el apelativo de The Legion of Boom. Kam Chancellor, Earl Thomas, Richard Sherman y Byron Maxwell forman una frondosa tela de araña que dificulta hasta el límite el ataque de sus rivales, pero los tres primeros parecen llegar al partido con diversos problemas físicos. Habrá que comprobar cómo se las arreglan para frenar los pases de media distancia para Gronkowski o si la amenaza del colosal Sherman mediatiza a Brady en sus lanzamientos. En cuanto al ataque, el juego de carrera prima sobre el pase en los esquemas de Pete Carroll, sobre todo desde el traspaso con la temporada ya en marcha del genial pero inestable Percy Harvin, y ahí es donde Marshawn Lynch, la Bestia, se convierte en un factor diferencial. Lynch, tan arisco con los medios como arrollador sobre el césped, es una auténtica máquina de amasar yardas, un catalizador de juego y un elemento capaz de mediatizar un partido por sí mismo. Y si su amenaza no fuera suficiente, ahí está Russell Wilson, el joven quarterback que el año pasado condujo a Seattle hasta la gloria al batir a los Denver Broncos en la final, capacitado para crear juego con arriesgados pases pero, sobre todo, letal a la hora de correr él mismo con el oval en las manos.