vitoria - “Hablamos de todo menos de gimnasia”. Son palabras pronunciadas por Tania Lamarca 18 años después de la gesta deportiva más colosal del deporte alavés. Fue una de las tres ganadoras vitorianas del inolvidable triunfo olímpico en Atlanta’96 que, pese a todo el tiempo transcurrido, todavía deja entrever la saturación mental sufrida por las conocidas como Niñas de Oro tras una carrera repleta de gloria y también de obstáculos. La cinta, la pelota o las piruetas cuando eran de goma ya no centran sus conversaciones porque la gimnasia les produjo tal desgaste emocional que, en algún caso, les impide incluso recordar con exactitud su laureado palmarés. Como no puede ser de otra forma, la hazaña todavía permanece imborrable en el recuerdo y sigue justificando murmullos de admiración.

Tania, Lorena Guréndez y Estíbaliz Martínez conmovieron a todo un país e incentivaron el orgullo de una pequeña provincia de apenas 240.000 habitantes que casi no se vislumbraba en el mapa aquel lejano 2 de agosto de 1996 en el Stegeman Coliseum de Atlanta. En compañía de otras cuatro gimnastas (Marta Baldó, Nuria Cabanillas, Estela Jiménez y Marta Esparza) conquistaron el primer título olímpico por conjuntos de España en gimnasia rítmica por delante de las búlgaras y rusas, tradicionales dominadoras de la modalidad. Nadie las regaló nada y alcanzaron el estrellato gracias al sudor de su frente y su perseverancia.

Casi dos décadas después de aquella gesta, ayer volvieron a juntarse en el Buesa Arena para recibir un cálido homenaje en el marco de la Gala Internacional Euskalgym. Las tres alavesas, por entonces unas niñas y ahora treintañeras, han rememorado para DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA un momento único de su trayectoria. Dos de ellas, Estíbaliz y Lorena, residen y trabajan en Vitoria mientras que Tania lo hace en la localidad oscense de Estarrilla. Pese a su vitola de heroínas ganada a pulso, en la actualidad son jóvenes normales que continúan destilando humildad y simpatía. Es posible que haya mucha gente que no las reconozca por la calle porque ya no son tan livianas como antaño y la gimnasia, desgraciadamente para ellas, se encuentra lejos de ser un deporte de masas. Mientras que el futbolista, el tenista o el piloto pueden vivir de las rentas con lo que han ganado como profesional, ellas no pudieron disfrutar de ese privilegio. Así que sus réditos transitan por otra vía. “Me quedo con haber conocido grandes personas y con que el sacrificio y todas las horas de entrenamiento sirvieron para algo”, confiesa Estíbaliz Martínez, una instructora de Pilates cuya mirada se dirige hacia su bebé de dos meses recién llegado al mundo. Lorena Guréndez, la única de las tres que disputó dos Olimpiadas, regenta su propio centro de fisioterapia. “Para mí lo más duro fue el hecho de irte de casa con 14 años lejos de tu familia, tu gente, tu casa... Ya no las horas de entrenamiento. Cuando vas con el equipo nacional sabes a lo que vas. El oro fue inolvidable, pero me quedo más con la gente que conocí, las amistades, los deportistas que descubrimos en la villa olímpica y la vivencia en sí ”, recuerda ahora.

Por su parte, Tania Lamarca, que ejerce como administrativa en la estación de esquí de Panticosa, fue la que peor lo pasó. De hecho, la expulsaron un año después del éxito de Atlanta por pesar tres kilos de más y terminó escribiendo su propia autobiografía, titulada Lágrimas por una medalla. “Pasé un año difícil, pero ya lo superé y únicamente tengo palabras buenas. Pasado todo el tiempo, me vienen grandes recuerdos. Tuve grandes compañeras y el deporte me enseñó unos valores que luego he podido aprovechar ”, recuerda.

poco reconocimiento Hace tiempo que quedó atrás una adolescencia marcada por las concentraciones en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid, la imposibilidad de recibir el calor de sus familias, un régimen de vida espartano sin vacaciones, las ocho horas diarias de entrenamiento a las órdenes de Emilia Boneva, los horarios restringidos y, sobre todo, el estricto régimen alimenticio por el que lucían una extrema delgadez. Un éxito de ese calibre no llega por casualidad y únicamente ellas son conocedoras del tiempo invertido para subirse a lo más alto del cajón. Y es que la gimnasia rítmica se mantiene en España como un deporte minoritario, poco conocido y menos aún reconocido. Comenzó practicándose de forma individual, es decir una gimnasta saltaba al tapiz y realizaba su ejercicio acompañada de un aparato (mazas, pelota, cuerda, aro y cinta). No fue hasta las Olimpiadas de Atlanta cuando la Federación Internacional decidió que se incluiría una modalidad más, la de conjunto, con seis gimnastas en el tapiz. Hasta entonces, los países de la antigua URSS dominaban el panorama mundial y las demás potencias europeas trataban de alcanzar el tan soñado nivel ruso, búlgaro o ucraniano. Las jóvenes alavesas ya habían presentado sus credenciales en varios europeos y mundiales previos con la conquista de varios metales, de ahí que confiaran en sus propias posibilidades. “Fuimos a Atlanta casi un mes antes, todo era nuevo. Estábamos entre las favoritas porque antes habíamos competido a gran nivel en el plano internacional”, subraya Estíbaliz, formada en el Club Aurrera al igual que Tania y que compitió la gran final con el menisco roto.

Su fervor por el deporte, al que se entregaron desde bien pequeñitas lejos de su entorno, les catapultó hacia la gloria en un ejercicio de tres pelotas y dos cintas. Las Niñas de Oro rubricaron cuatro minutos impecables tras una actuación inolvidable envuelta con fondo musical de un amanecer andaluz y también un cóctel de sonidos estadounidenses que convenció a los siempre estrictos jueces a la hora de otorgarles la nota más alta.

La celebración fue apoteósica. “Estábamos en el vestuario y a través de la tele veíamos cómo iban las demás. Cuando comprobamos que fallaron las rusas... ¿Cómo lo festejamos? Nos fuimos de cena. Nos llevaron a un lujoso restaurante y nos pedimos hamburguesas con patatas. Yo había comido otra hace poco porque estaba delgadita, pero había compañeras que hacía tiempo no la probaban”, resalta Tania este episodio como si fuera hoy mismo.

Lorena, la más joven de las tres y que dio sus primeros pasos en el Club Oskitxo, fue la que más tarde se retiró. De hecho, llegó a competir en los Juegos de Sidney con mucha menos fortuna. A partir de entonces, como la otras alavesas, desapareció de las portadas de los medios y cayó en el olvido. “No siento frustración por ello. He tenido la suerte de que me he podido retirar cuándo, dónde y cómo he querido. La gimnasia no me ha retirado. Es un problema del deporte en general. Cuando estás bien, perfecto. Cuando no lo estás, nadie de acuerda de ti”, recalca con vehemencia.

La única espina clavada de las tres es el indigno trato que recibieron por parte de la Federación, que se negó a pagarles los cinco millones de las antiguas pesetas prometidos en caso de victoria. Las alavesas denunciaron el caso ante el Consejo Superior de Deportes, encontraron un abogado y su incansable trabajo recibió la recompensa en noviembre de 2000. “En esa época éramos niñas, no teníamos representante y se quisieron aprovechar un poco de eso”, lamenta Tania, que vería con buenos ojos que su hija de seis años siguiera sus pasos. “No me quita el sueño lo que haga. Si quiere hacer gimnasia, la apoyaré”, asegura. Tampoco se arrepiente de casi nada Estíbaliz. “Todos los deportes de competición son duros. Me gustaba la gimnasia y me gustó hasta el final porque tenía cualidades para ello. Volvería a repetir, aunque cambiaría algunas cosas”, remarca. Tres mujeres, en definitiva, que son el orgullo de una ciudad que ayer volvió a rendirles pleitesía 18 años después.