Lo mejor de Argentina es su calendario. El mejor de Argentina será Messi, pero después de verle, a él y a su selección, definitivamente la gran baza de Argentina tiene otros nombres, a saber: Bosnia, Irán, Nigeria y Suiza, su emparejamiento más probable en octavos. En bandeja para plantarse en cuartos, donde quizás Bélgica, termine con el frágil encantamiento de Messi, Higuaín, Agüero y Di María, bautizados en su país como "Los Cuatro Fantásticos". El gol de Messi, esa jugada tan característica con regates varios y envío ajustado a un palo, fue interpretada como el final del túnel para un hombre que, pese a meter más de 40 en el Barça, ha perdido brillo. Quieren convencernos de que esa arrancada imparable que ofreció ante Bosnia zanja su peor año, entierra sus depresivos 450 minutos de sequía en Sudáfrica y es la inscripción de la candidatura para el nuevo Maracanazo.
Cuenta con dinamita para exportar Argentina, ninguna delantera puede hacerle sombra, su nivel objetivo se deduce del lujo que implica la ausencia de quien seguramente sea el mejor punta de todos, Tévez, descartado porque no es amiguito de Messi y acaso no hubiese transigido con su manejo de tácticas y alineaciones. El lamentable espectáculo de la sala de prensa, donde varios jugadores cuestionaron sin miramientos el criterio de Alejandro Sabella, quizás sea el síntoma irrefutable de que Argentina está condenada a irse de Brasil como vino, hueca en las dos acepciones del término: vacía y sacando pecho por lo que tiene arriba.
La normalidad con que el entorno aceptó la insólita descalificación del seleccionador refleja qué jerarquía rige: Sabella es un funcionario y por tanto un conservador declarado en conceptos de imagen que acata sin rechistar el delirante proyecto en que se ha embarcado el país entero al ponerse a los pies (al pie izquierdo) de Messi, con la esperanza de que será capaz de emular al Maradona de México 86. Quienes alientan semejante pretensión obvian alegremente que aquella Argentina referencial era un grupo bien diseñado, desde luego no para gustar al espectador y sí para dar amparo y potenciar la mejor versión del más grande futbolista de la era moderna. Valdano revelaría luego que el período previo a la rotunda consagración de Diego Armando fue el único de su fértil carrera en que se tomó en serio la preparación física, lo que le valió para marcar diferencias como corresponde a un superdotado.
Messi ha aceptado el reto fuera de forma y no lo puede disimular. Sus desmedidas ansias por erigirse en hombre-orquesta le pusieron en evidencia frente a Bosnia, por ejemplo perdiendo estúpidamente los nueve primeros balones que tocó. Hoy, su fútbol no da para fundar una iglesia y menos para compensar que a su lado, en concreto por detrás de donde se ubica, falta enjundia, no hay calidad. La pegada de Argentina impresiona, pero se antoja un argumento pobre para alcanzar esa final soñada con Brasil, que en cambio sí posee hechuras de favorito. Brasil, como Alemania, Italia, España, Holanda, Colombia, Chile, Bélgica o Inglaterra, no lo fía todo a un jugador, sino que da prioridad al equilibrio y la variedad de recursos en todas las líneas. En fin, la Argentina del 86 era Maradona y era Carlos Bilardo, un conservador con iniciativa, no como el funcionario Sabella.