VITORIA. En vísperas de la final de Copa que el Athletic disputó frente al Atlético de Madrid en 1985, de infausto recuerdo para los rojiblancos por el resultado y las posteriores cargas y controles policiales, Luis Aragonés, que entonces dirigía al equipo colchonero, se fue de cañas con un grupo de periodistas al acabar el entrenamiento. Contaba chistes, algunos picantes, y lo hacía con gracia. No se cortaba el hombre. Franco, directo, cercano, cachondo, farruco, bravucón, desafiante, ludópata, arisco. Ahora es inimaginable que un entrenador, y menos de un equipo puntero, se vaya de cañas con la grey periodística.

En octubre de 2005, durante un entrenamiento con la selección española previo a un partido contra Inglaterra, acercó su cabeza a la de José Antonio Reyes, que entonces jugaba en el Arsenal londinense, y le soltó: "dígale de mi parte a ese negro de mierda (en referencia al francés Thierry Henry, estrella del Arsenal) que usted es mejor que él".

Se trataba de una conversación muy privada, pero los potentes micrófonos que seguían aquella sesión captaron la arenga al jugador sevillano y se armó la mundial: a la selección española le entrena un racista. Por mucho empeño que puso después en negar la mayor, la mácula se le quedó enganchada en el chandal de entrenamiento. Hace dos años tuve la oportunidad de entrevistar a Miguel Jones, futbolista bilbaíno, de origen guineano, negro, que triunfó en el Atlético de Madrid y coincidió con el Sabio de Hortaleza. Me dijo: "Luis me ayudó mucho. Era, y sigue siendo, un gran amigo. Y de racista, nada de nada, en todo caso sería todo lo contrario".

Luis no calibró el alcance de la tecnología, que entonces le pilló en fuera de juego cuando aplicaba su terapia sobre un futbolista pusilánime como Reyes, pero el fraseo iconoclasta y ha sido una de las facetas que distinguía a Luis Aragonés, casado y padre de cuatro hijos, un entrenador que definitivamente entra en la leyenda a los 75 años de edad, víctima de una leucemia que le ha carcomido la vida en apenas cuatro meses.

La muerte del exfutbolista en la clínica Cemtro de Madrid fue una noticia que inundó de improviso la mañana de ayer, pues fueron muy pocos los que conocían el alcance de su enfermedad.

Porque Luis Aragonés se empeñó en que se mantuviera su mal en secreto. Pedro Gillén, uno de los mayores especialistas en medicina deportiva del mundo, siguió de cerca su agonía. "Ha fallecido como un campeón", relató ayer el doctor. "Me siento feliz por que nadie del grupo (médico) haya dicho nada, porque él no quería que se supiera", añadió el médico.

Luis Aragonés ingresó el viernes por la noche en la clínica Cemtro. "Tenía una leucemia que se había agudizado y ya estaba mal en los últimos días", confesó Guillén, que ayer dedicó a su memoria la clase magistral que impartió sobre Traumatología del Deporte.

El gran momento Con lo escandaloso que fue, cuando quiso, el Sabio de Hortaleza, Zapatones, se marchó en silencio dejando tras de sí una abigarrada trayectoria futbolística en la que destaca, sobre todo y para siempre, su capacidad para conducir a la selección española a la conquista de la Eurocopa de 2008, ganando en la final a la mismísima Alemania, acabando con atávicos complejos de inferioridad, y sin el madridista Raúl, al cual excluyó del grupo con la consiguiente bronca de la prensa afín a la estrella blanca; consagrando el tiki-taka, el sobrenombre de la roja, insuflando mentalidad de campeón a una generación de futbolistas fantástica que luego prolongó su estado de gracia en el Mundial de Sudáfrica'2010 y en la siguiente Eurocopa, la de Polonia y Ucrania en 2012.

Pero Luis Aragonés no tuvo la oportunidad de patronear al excelso grupo de peloteros que fascinó con su juego y triunfos. Había proclamado que lo dejaba tras la Eurocopa de Suiza y Austria, y Ángel María Villar, presidente de la Federación Española de Fútbol, ya tenía consensuado el recambio: Vicente del Bosque. Luis Aragonés quiso echarse atrás en su decisión, pero ya fue demasiado tarde.

El técnico madrileño se hizo cargo de la selección española en 2004 y debutó con victoria (3-2) en un encuentro amistoso contra Venezuela disputado en Las Palmas el 18 de agosto de aquel año. El gran objetivo era el Mundial de Alemania 2006, donde la Selección española fue eliminada en octavos de final ante Francia. Luis Aragonés pidió otra oportunidad y la tuvo. Tras ganar la Eurocopa 2008, abandonó el cargo sin ocultar su resentimiento por su ostracismo.

Al amparo del enorme prestigio adquirido, el Sabio de Hortaleza fichó por el Fenerbahçe turco (2008-2010), equipo que dejó con más pena que gloria. Ya no volvió a entrenar a ningún otro equipo, y ejerció los últimos años como comentarista en Al Jazeera.

El atlético La enorme repercusión que tuvo el triunfo en la Eurocopa de Suiza y Austria ha dejado en segundo plano la trayectoria vital de un hombre que triunfó como futbolista y después como entrenador, especialmente en el Atlético de Madrid, el club donde ha dejado una huella profunda. Luis protagonizó uno de más hermosas de la historia colchonera, aquel gol anotado de un lanzamiento magistral de falta en la portería de Sepp Maier, portero del Bayern de Múnich, en la final de la Copa de Europa de 1974, conocida como la casi, pues aquel partido acabó en empate, se jugó otro encuentro y ahí el poderoso Bayern de Beckenbauer, Hoenes o Torpedo Muller se mostró implacable (4-0).

Como jugador militó en el Atlético desde 1964 hasta 1974, disputando 372 partidos. Marcó 172 goles y ganó la Liga en tres ocasiones (1965-66, 1969-70, 1972-73), además de dos veces la Copa (1964-65 y 1971-72). Fue máximo goleador de Primera, junto a Gárate y Amancio, en la temporada 1969-70 y llegó a disputar once partidos con la selección española.

Como entrenador dirigió en cuatro etapas diferentes al equipo colchonero, ganando la Copa Intercontinental de 1975 (el Bayern renunció a disputarla); una Liga (1977), tres Copas (1976, 1985 y 1992), una Supercopa de España (1985) y el campeonato de Segunda División 2002, pues tuvo que ser Aragonés quien rescató del infierno al equipo de su alma.

Además dirigió al Betis, Barcelona, con el que ganó la Copa en 1988 tras sustituir al inglés Terry Venables en el banquillo azulgrana aplacando una situación de crisis extrema; Espanyol, Valencia, Sevilla, Oviedo y Mallorca. Fue el último equipo que dirigió en la Liga española.

El destino le llevó después a la roja, donde forjó su leyenda.