Nueva Delhi. Dentro de una década, con 36 años, cada vez que Sebatian Vettel consiga un nuevo éxito, seguirá diciéndose que ha roto un nuevo récord de precocidad. Será la recolecta de una cosecha eterna tras haber sembrado antes que nadie. Ayer, sobre el asfalto hindú, Vettel veneraba a su bólido, un milagro de la aerodinámica parido por el gurú Adrian Newey. No hay duda de que la perfección hecha máquina que ha creado Red Bull ha sido clave para que el alemán alcance su cuarto Mundial consecutivo, pero las manos de Vettel también son casi perfectas. No se sobrevive siete años en la elitista parrilla de la Fórmula 1 sin talento. Pero el heredero de Michael Schumacher no solo ha sido capaz de hacerse un hueco en el paddock, ha tenido la habilidad para brillar desde el primer día. Coleccionar laureles desde tan joven le ha servido para seguir la senda de las leyendas del motor en un tiempo récord.

Con el título conquistado ayer, Sebastian Vettel iguala los cuatro Mundiales del francés Alain Prost y se queda a uno del argentino Juan Manuel Fangio, quien también conquistó cuatro ediciones consecutivas. Además, el alemán le quita el récord de precocidad a su compatriota Michael Schumacher. El expiloto de Ferrari consiguió el cuarto de sus siete mundiales a los 32 años.

El líder de Red Bull debutó en la Fórmula 1 sustituyendo al accidentado Robert Kubica a bordo de un BMW-Sauber con solo 19 años y 349 días. El primer día ya probó las mieles del éxito, puesto que terminó octavo en el Gran Premio de Estados Unidos y se convirtió en el piloto más joven en puntuar. A partir de ahí, toda la carrera de Vettel es una sucesión de récords.

En 2007, en Fuji, lideró por primera vez una carrera. Tenía 20 años y 89 días y nadie, por supuesto, lo había hecho a una edad tan temprana. Fue en el equipo filial de Red Bull, donde conquistó su primera pole y su primer triunfo. Fue con 21 años y 73 días en el Gran Premio de Italia. Vettel, con el buzo de Toro Rosso, se subió por primera vez a lo más alto del podio.

Pero las páginas de gloria llegan cuando se convierte en piloto de Red Bull. El equipo creado por el magnate austríaco Dietrich Mateschitz no tiene todavía diez años de vida, pero se ha levantado sobre una base sólida y con una estructura diseñada con un único fin: ganar. Mateschitz compró Jaguar e hizo debutar a Red Bull en 2005. Meses después anunció el fichaje que cambiaría la historia de la escudería: Adrian Newey. Su obra echó a andar en 2007 y en 2009 ya era el coche al que nadie podía alcanzar. Fue precisamente Sebastian Vettel el que estrenó de la escudería en 2009. Aquel doblete con Mark Webber en el segundo cajón del podio inauguraba una era de la Fórmula a la que no se le intuye el final.

Un carácter diferente "Sebastian ya se acerca a la perfección". Lo decía hace no mucho Fernando Alonso, su máximo rival sobre el asfalto. Ese nivel de excelencia lo corrobora Christian Horner, el jefe de Red Bull. Esta semana, en vísperas de la carrera de Nueva Delhi, explicaba que Vettel "se exige a sí mismo la máxima concentración, es siempre sincero y reconoce todos los errores que comete. Trabaja extraordinariamente duro y sabe con exactitud en qué puntos tiene que mejorar".

Siempre precedido con su fama de niño prodigio, Vettel no ha cogido el relevo de los grandes genios de la Fórmula 1. Schumacher, Prost, Fangio, Lauda, Senna... Todos ellos, en el apogeo de su carrera, eran autoridades dentro del paddock. Su palabra era la ley y sus maneras irradiaban poder. Vettel es diferente. Con su cara de niño inocente ha triturado todos los récords y se mueve por el circo de la Fórmula 1 con una inocencia que no todos sus rivales saben digerir. Es por eso que muchos aprovecharon su salida del tiesto en el Gran Premio de Malasia cuando des obedeció las órdenes de equipo y le quitó la victoria a su compañero. Desde entonces ha tenido que escuchar algunos abucheos, pero él hace oídos sordos. A nadie le abuchearon siendo tetracampeón del mundo tan joven.