alpe d'huez. En la curva de los holandeses, en Huez, a media subida, siempre suena la música. Y corre la cerveza y se monta un jolgorio? Los ciclistas suelen contar que no se enteran de nada de lo que ocurre a su alrededor cuando sufren tanto en la montaña. Que escuchan mucho ruido, todo distorsionado, nada concreto, y que lo ven todo difuminado porque tienen la mirada fija en el horizonte, en la luz del final del túnel. ¿Qué escucharía, qué vería, qué iría pensando ayer Contador? Nadie lo sabe, quizás ni siquiera él lo recuerde, pero al llegar a la cima de Alpe d'Huez, reventado como algunos recuerdan que llegó hace dos años a la del Galibier -el día que perdió el Tour de 2011 ante la exhibición de Andy Schleck-, lo primero que salió de su boca fue un resoplido de purasangre agotado que lo resumía todo. "¡Bufff!", contó antes de explicar el sufrimiento, su día fatal sobre la bicicleta y el calor y la humedad que se le hicieron insoportables. Pese a todo ello, se rescató a sí mismo. "He salvado los muebles con Quintana", se consoló.
En Alpe d'Huez Contador se convence de que el Tour de Francia es una quimera y saca el retrovisor para comprobar la exigua diferencia con la que mantiene su segunda plaza en la general. En el espejo ve reflejado el rostro de piedra de Quintana, que le echa el aliento en el cogote y está a solo 21 segundos. Y en el vistazo a lo que viene por detrás, comprueba también cómo no solo su segundo puesto está en peligro, sino que incluso no tiene asegurado el tercero porque Purito, que ha revivido en los Alpes, se le ha colocado a 47 segundos. En medio, a 32, está su fiel Kreuziger, vital también ayer.
Hay quien, en lugar de preocuparse por la situación de Contador, recuerda su despertar al día siguiente de caer derrotado hace dos años en el Galibier y aquella maravilla de etapa camino de Alpe d'Huez en la que corrió como los viejos dicen que se ha corrido siempre en la montaña del Tour, sin retrovisor.