LA curva 20 de Alpe d'Huez está en Durango. En una estantería de la casa de Iban Mayo reposa el cartel plastificado que se vende en las tiendas de la estación de esquí alpina por 6 euros y que dice que el vizcaino, príncipe de Arratia, reinó un día en los Alpes igual que Coppi, el primero, Zoetemelk, con quien comparte Mayo cartel, curva y parcela, Winnen, Herrera, Hinault, Rooks, Bugno, Pantani y otros. También, claro, Fede Etxabe en 1987. Su curva es la 10 y no la comparte con nadie, de momento.

A Mayo, el cartel de su curva se lo trajo un amigo que visitó una vez Alpe d'Huez porque desde julio de 2003 él no ha vuelto por allí. "Pero algún día tendré que ir a ver mi curva", dice desde su casa de Durango ahora que se cumple una década de su triunfo en la meta más legendaria de cuantas pueblan el Tour. "Diez años... Qué rápido pasa todo". Tan rápido como subió aquel día para desafiar el régimen de Armstrong. Tardó poco más de 39 minutos, dos menos que el americano.

Hace diez años, fue cuando Mayo estalló. Ganó la Vuelta al País Vasco, fue segundo en la Lieja-Bastogne-Lieja, sometió a Armstrong en dos etapas de la Dauphiné y después aterrizó en el Tour a ver qué pasaba. Iban era entonces terrible en el sentido amplio de la palabra. Capaz de lo mejor y de lo peor porque interpretaba el ciclismo sin reservas, siempre hacia adelante en busca del límite, que es como corren los apasionados. Eso gustaba. Enganchaba. Atraía su inconformismo en los tiempos en los que la hegemonía de Armstrong era absoluta, inquebrantable y monótona. Mayo acabó con todo eso y el punto de inflexión fue la subida a Alpe d'Huez en 2003.

Fue, recuerda Mayo, otro día duro por los Alpes, con el Télégraphe y el Galibier después de la primera toma de contacto de la víspera. "Ya vi entonces que tenía buenas piernas", recuerda el vizcaino, "y me reafirmé ese mismo día en el Télégraphe y el Galibier. Luego, tiramos para Alpe d'Huez y fue cuando Armstrong trató de pillarnos despistados. Nada más cruzar el puente y enfilar la primera recta puso a su equipo a tope. Subimos esprintando el primer kilómetro. Fue una sorpresa. Yo me quedé cortado y tuve que ir esquivando gente hasta llegar a la cabeza. Cuando lo hice, allí no quedaba nadie. Tiraba Heras y le seguían Armstrong, Beloki y Hamilton. Creo que nadie más". Un poco más arriba llegó un ataque de Beloki al que respondió Armstrong. Y después, se lanzó Mayo. "Pegado a la izquierda. Quedaban más de siete kilómetros, pero era el momento. Estaba liada y ya no se podía parar".

Recuerda Mayo su ascensión en solitario, el jaleo de la cuneta, el pasillo estrecho de gente, a Gorospe gritándole por el pinganillo que regulara y lo larga que se le hizo la última parte. A kilómetro y medio de meta, cuando la pendiente suaviza y la carretera va entrando en la estación de esquí, Julián le cantó a Iban la diferencia. "Creo que me dijo 1:50. Y entonces supe que había ganado".

"Aquel es de los días de mi vida que nunca olvidaré", cuenta Iban, que no fue consciente de la magnitud del logro hasta que llegó al hotel y se encontró con una nube de periodistas. "Yo hasta ese momento no había pensado en nada que no fuese ganar la etapa y disfrutarla, pero no en la historia, lo que significaba ganar en Alpe d'Huez. No me di cuenta del boom que suponía aquello hasta que me rodearon las televisiones y, después, abrimos el champán en la cena". Aquella noche Mayo durmió como un rey. Reinaba en los Alpes.

¿Y Armstrong? "Salió debilitado de Alpe d'Huez", cree el vizcaino. "La gente empezó a decir que no era el mismo, que era vulnerable por primera vez en años y que el Tour estaba abierto. Pero nosotros no mirábamos tan allá. A lo mejor podíamos hacer daño en la montaña, pero en las cronos? Era, quizás, la oportunidad de Beloki, pero al día siguiente de Alpe d'Huez se cayó y se acabó todo. Luego, el Tour fue como fue, ganó Armstrong y por muchas vueltas que le des no va a cambiar". Se refiere Mayo, sobre todo, al momento culminante en el Tourmalet, donde él y Zubeldia escoltaban a Ullrich y Armstrong hacia la cima tras un ataque del alemán. "Quizás no supimos reaccionar para lanzarnos a por el podio. No tiramos y nos cogieron. Pero la historia no se puede cambiar. Nosotros acabábamos de llegar y actuamos como supimos", zanja.

Mayo y Zubeldia perdieron el podio en los Pirineos y acabaron sexto y quinto en el quinto Tour de Armstrong, el que más le costó ganar. Por eso, porque hay quien quiso ver en ese sufrimiento del americano un síntoma de declive, un año después el ciclismo miraba a Euskadi. "Parecía que Armstrong empezaba a no ser tan fuerte y que yo estaba más fuerte. Gané Dauphiné y fue una locura. La gente decía que yo iba a ganarle el Tour a Lance. La prensa hacía guardia delante de mi casa como no he visto que haya pasado nunca". Para Mayo, todo aquello fue excesivo. Se agobió. "La vida del ciclista es sencilla y aquello me hacía imposible desconectar. Estaban todo el día con que iba a ganar el Tour y, realmente, parecía que yo era el único consciente de lo difícil que era".

Naufragó en aquel Tour, el de 2004, en cuyo recorrido había una cronoescalada a Alpe d'Huez ubicada en la última semana y que Armstrong dijo antes de que empezase la ronda gala que iba a ganarla Mayo. Caído la primera semana el día del pavés y debilitado en los Pirineos, se retiró. No llegó a Alpe d'Huez. Ni ha vuelto a ver su curva. La 20.

desde kortezubi La 10, algo así como a mitad de subida, es de Kortezubi, de Fede Etxabe, que en 1987 ganó una etapa que tenía otros planes. "El día anterior hubo una fuga muy numerosa y no entramos ninguno y Javier Mínguez nos echó una bronca impresionante", relata. Así que, al día siguiente no se podía fallar y el BH metió al vizcaino, a Anselmo Fuerte y a Guido Van Calster en otra escapada larga y nutrida. Etxabe atacó "tras pasar Grenoble" a unos cincuenta kilómetros de meta y, en teoría, tenía la misión de ejercer de lanzadera del madrileño.

"De hacer de liebre, pero la liebre estuvo muy fuerte. La subida me iba a mis características, me encontré muy bien y Anselmo, quizás no tanto", recuerda el corredor de Kortezubi, que coronó en solitario Alpe d'Huez mientras dos minutos por detrás se desató la batalla entre los gallos de entonces: Delgado, Herrera, Roche, Bernard, Fignon, etc... "Antes había más corredores que podían disputar el Tour, quince o veinte. Ahora quitas a seis o siete y el resto casi no cuentan, hay mucha diferencia", reflexiona.

Etxabe había cumplido 27 años el día anterior y se regaló en Alpe d'Huez su única victoria en el Tour y "una de las mejores de mi carrera junto al Gran Premio de las América de Canadá". Esa curva 10 del vizcaino, que recuerda que ha pasado a la historia, forma parte de un puerto "que no es uno de los más duros del Tour. Su exigencia se eleva porque se suele llegar después de otras subidas muy duras. El inicio de Alpe d'Huez te echa para atrás, luego se suaviza bastante y, al final, vuelve a ser exigente. Lo más duro suele ser llegar hasta allí. Por eso, quien gana suele hacerlo en solitario".

Entonces, el Alpe d'Huez era conocido como "la montaña de los holandeses" porque seis de once ocasiones anteriores habían ganado ciclistas de esa nacionalidad. Era una cima atractiva, que imantaba a la afición y en la que "querían ganar todos, sobre todo los belgas y holandeses, porque te suponía firmar varios criteriums después del Tour y ganar bastante dinero para la época. A mí me invitaron, pero no quise ir".

Hoy habrá que pasar dos veces por Alpe d'Huez, algo que no ha pasado antes, pero Fede Etxabe cree que puede pasar más factura el esfuerzo de ayer: "Alguien se puede llevar un disgusto después de la contrarreloj". El ciclista de Kortezubi piensa que, como muchas otras veces, "muchos querrán ganar, mucha gente de segunda fila se verá". Pero Fede Etxabe, el dueño de una de las curvas de Alpe d'Huez, lo tiene claro: "Si Froome quiere, ganará él. Ayer les engañó porque creo que no se empleó a fondo y aún así ganó".