valloire. Dos dedos se cruzan en lo alto, por encima de la cabeza, más cerca del cielo que del manillar de la bicicleta. Entre ellos se cuela el grito de Beñat Intxausti, quien descarga su ira en la línea de meta de Ivrea. Tras desmontar la equis, el eslabón que le une de por vida con Xavier Tondo, sus dos puños golpean con furia un techo invisible que rompe en mil añicos. El vizcaino acaba de ganar su primera etapa en el Giro, su primer triunfo parcial en una vuelta de tres semanas. Es la confirmación de que se ha completado como ciclista, de que ha conseguido alcanzar las gigantes expectativas entorno a él que siempre han rodado un par de segundos por delante suyo, haciendo inútiles sus intentos por darles caza. Intxausti, más rápido, más listo y más atento que Kangert y Niemiec en el último kilómetro, eclosionaba ayer como ciclista, rompía definitivamente el capullo que en mayo de 2011 le envolvió en Sierra Nevada. La metamorfosis llegaba a su fin, su victoria en la corsa rosa demostraba inequívocamente que Beñat Intxausti está destinado a ser protagonista en las grandes carreras.

La décimo sexta etapa que unía Valloire e Ivrea se ajustó al incomprensible guión del presente Giro, en el que las jornadas que en un principio no suponen un capítulo importante de la carrera, se convierten en el escenario de encerronas y grandes gestas. "Cada día se elimina uno", declaraba el propio Beñat Intxausti tras la etapa del sábado. Su lema simplificaba perfectamente la sangrienta puesta en escena de esta edición del Giro. Ayer el damnificado fue Mauro Santambrogio, del Vini Fantini. El italiano, que llegaba a la línea de salida de ayer cuarto en la general, atravesaba la meta con casi dos minutos y medio de retraso y se borraba de las quinielas para la victoria final. Pero si Santambrogio pagaba los platos rotos del día, Beñat Intxausti era el gran beneficiado de una carrera que cada día se parece más a una ruleta rusa.

fuga multitudinaria No hubo paz. Eran muchos los directores de equipo que se olían que la jornada era propicia para que una fuga consiguiese llegar a la meta antes que el pelotón, por lo que todos querían colarse en el grupo adecuado que lograra jugarse en petit comité el triunfo de etapa. En el kilómetro 43, por fin, se formó la espada del día y, cómo no, era multitudinaria. Veintidós corredores representaban a dieciséis equipos en ese pequeño pelotón. En el grupo estaba presente Gorka Verdugo, intentando darle a Euskaltel-Euskadi su primera alegría en el Giro. Antes de ascender el Mont Cenis, en la escapada destacaban hombres como Pate, del Sky, Di Luca y Rabottini, del Vini Fantini, y Caruso, del Cannondale. Este último, precisamente, era el miembro de la fuga más incómodo para el pelotón, ya que en la general aguardaba en el décimo octavo puesto a menos de diez minutos del líder. No era peligroso para Nibali, pero no era cuestión de que nadie regalase su puesto en el top ten.

A pesar de ser una fuga en la que había muchos efectivos para trabajar, el entendimiento no llegó y cada uno hizo la guerra por su cuenta. Gorka Verdugo, fue de los miembros del grupo más activos, reaccionando ante cualquier intento de estampida, pero ninguno terminó de cuajar. El Andrate, un puerto de tercera categoría, se encargó de acercar el pelotón hasta anular la escapada. Los últimos en rendirse fueron Pirazzi, Herrada y el propio Gorka Verdugo.

A partir de ahí la etapa fue una guerra a tumba abierta. El Andrate ofrecía un largo descenso de más de 10 kilómetros y Samuel Sánchez, un especialista en jugarse el pellejo cuando el asfalto se inclina hacia abajo, no desperdició la oportunidad. El jefe de filas naranja puso la carrera para valientes y en un principio consiguió distanciarse de un pelotón en cuyas primeras posiciones se agolpaban todos los favoritos. Acostumbrados ya a encontrar emboscadas en cualquier carretera italiana, nadie quería arriesgarse a perder la rueda de sus rivales.

A pesar de que Samuel puso todo lo que tenía para intentar inclinar la etapa a su favor, el asturiano terminó el descenso con el pelotón pegado a su rueda. Ahí estaban todos bajo la vigilancia de un Vincenzo Nibali que no cedía ni un segundo. El único que sufría y se borraba de la lucha por el cajón más alto de Brescia era el italiano Mauro Santambrogio.

Los últimos ocho kilómetros eran completamente llanos y en ellos se sucedieron los ataques. El propio Samuel Sánchez lo intentó en dos ocasiones, a 5,7 y 1,8 kilómetros, consciente de que la victoria de la etapa se rifaba en esos minutos, pero no tuvo suerte. Finalmente fue un cuarteto el que consiguió despegarse. Kangert, Niemiec, Gesink e Intxausti se encontraron de pronto con unos metros sobre el pelotón de favoritos que serían decisivos.

Gesink volvió a comprobar amargamente que está gafado en este Giro. Su cadera se negó a trabajar como es debido y le dejó colgado, sin opciones de pelear en los metros finales. Los tres corredores que restaban convirtieron el último kilómetro en un velódromo. A la vez que vigilaban que el pelotón no les diese caza, Intxausti y compañía se resistían a lanzar el ataque. Nadie quería precipitarse. Fue entonces cuando el vizcaíno sacó a relucir su sangre fría y se colocó tercero. Cuando Kangert frenó en cabeza para vigilar a Niemiec, Intxausti adelantó a los dos, lanzado, irremediablemente destinado a señalar el cielo, donde vigilaba su compañero Xavier Tondo.

Ya tenía en la mano su primer triunfo en un Giro, el primero en una carrera de tres semanas. Tras conquistar todo ello gracias a su sangre fría, a Intxausti le queda el lujo de afrontar la cronoescalada y las dos etapas de alta montaña con la sensación de tener los deberes hechos.