VITORIA. A esta carrera no la envuelve el papel reluciente y brillante del Tour de Francia, con su opulencia y con sus aires de grandeza, pero tiene una chispa, una vitalidad, que la hace diferente. El Giro de Italia arrastra de manera inherente la espíritu combativo de los italianos. Contagia. Pueden participar los mismos ciclistas que en otras grandes vueltas, pero en el asfalto transalpino se les activa un gen batallador, un impulso por buscar las cosquillas al rival. Cada repecho que se encuentre el pelotón, por pequeño que sea, o un breve descenso, puede ser el escenario perfecto para una emboscada. Y se agradece. Inyectar esa emoción en cada etapa es lo que le da sabor al ciclismo. En el Giro escasean las jornadas anodinas, los trámites kilométricos de regalo para los sprinters. Solo así, con esa rebeldía ante lo previsto, se explica lo sucedido ayer en la tercera etapa que unía Sorrento y Marina di Ascena.

Era un buen día para las escapadas, para las aventuras desde lejos. Los más de 200 kilómetros del trazado hacían pensar el ganador de la jornada saldría de un sprint reducido. Pero en el pelotón había varios ciclistas dispuestos a desbaratar la siesta de muchos telespectadores. Los 25 kilómetros finales, donde esperaba la ascensión a Sella de Catona, fueron un sálvase quien pueda, una concatenación de envites que dejaron como ganador al italiano Luca Paolini. Mientras los favoritos se ponían la zancadilla, el veterano corredor del Katusha atacó en el descenso a poco más de seis kilómetros de la meta y abrió una brecha que le sirvió para llevarse la etapa y vestirse de rosa. A pesar de personificar el perfil opuesto del anterior líder, el imberbe Salvatore Puccio, Paolini tenía algo en común con el joven ciclista del Sky: a sus 36 años es la primera vez que participa en el Giro de Italia. Su arrojo en el descenso y su sangre fría en los últimos kilómetros, cuando tenía a los favoritos inmersos en su caza y captura como perros de presa, bien se merecen ambos premios.

La etapa arrancó como estaba previsto. Siete corredores se vieron empujados a cumplir con lo que se espera de ellos y se lanzaron en una fuga. Rodríguez, del Androni, Pantano, de Colombia, Bellemakers, del equipo Lotto, De Backer, del Argos-Shimano, Boaro, del Saxo-Tinkoff, Wauters, del Vacansoleil y Taborre, del Vini Fantini, se escaparon prácticamente en la salida de la etapa. Fue el Skay a quien le tocó ponerse manos a la obra para tratar de neutralizar la fuga. Cuando todos entendieron que la broma tenía fecha de caducidad, Taborre se empeñó en seguir robando planos de la retransmisión y rentabilizar la inversión de los patrocinadores.

El paso por San Mauro Cilento, de segunda categoría, pasó factura a los sprinters, que fueron descolgándose del pelotón. Hombres veloces como Mark Cavendish vieron cómo se esfumaba la posibilidad de probar suerte al sprint.

En la segunda ascensión, en un alto de tercera categoría, los favoritos al triunfo final fueron juntándose en la cabeza del pelotón. Hesjedal, Wiggins y Nibali se vigilaban, como si oliesen que no iba a ser un final convencional. El Garmin fue el primero en apretar el acelerador, pero el Astaná de Nibali recogió el guante y endureció la ascensión de manera que solo una selección de los corredores con muchos quilates pudo continuar en el pelotón. A 26 kilómetros de la meta, Hesjedal, Nibali y compañía adelantaban a Taborre.

Pero el canadiense quería más. Ryder Hesjedal quería honrar su dorsal con el número 1 y atacó. Hizo daño. En un primer momento contó con unos metros de ventaja, pero en un par de kilómetros Hesjedal, Nibali, Wiggins, Evans, Samuel e Intxausti rodaban de nuevo juntos. Todo estaba otra vez igual, pero nada era lo mismo. Las miradas entre todos ellos evidenciaban la tensión del momento. Hesjedal no quiso tirar la toalla y en el descenso volvió a atacar. Su envite de kamikaze fue respondido por Nibali, pero no todos consiguen en lazar las curvas con solvencia. Entre las múltiples pasadas de frenada, Michele Scarponi se fue al suelo junto a dos escoltas de Wiggins. El italiano no se hizo heridas de gravedad, pero la avería de su bicicleta le hizo perder un minuto en la línea de meta.

En ese descenso solo apto para hombres con nervios de acero, el veterano Luca Paolini, del Katusha, consiguió despegarse de los gallos del pelotón. Una ventaja de 15 segundos resultó insalvable para los favoritos, que bastante tenían con mantenerse intactos a la rueda de Ryder Hesjedal. Evans, Hesjedal, Wiggins, Gesink y el resto de favoritos, Beñat Intxausti y Samuel Sánchez incluidos, llegaron a 16 segundos de un Luca Paolini que, con 36 primaveras y tras trece años como profesional, se convertía en profeta en su tierra. Llegaba a meta radiante, señalándose con un dedo el pecho y con la otra mano su extraño casco. Corazón y cabeza.