VITORIA. Corría el pasado jueves. El inglés Paul Gascoigne, un hombre sujeto a una botella, apuraba la resaca de su estatus como futbolista, más el suspiro de lo que pudo haber sido que de lo que fue. Solapaba su figura para ensalzar un acto benéfico. Y resulta que fue todo lo contrario. Sirvió su miseria ofreciendo las imágenes de trascendencia pública más ruinosas. Más incluso. Gazza es la pena, la lástima personificada. No queda nada de su chulería, porque su porte nada la sustenta. La deploración le ha engullido. Aunque respira igual de testarudo: "Nadie puede ayudarme".

Incomprendido autoasumido, el caso es que Gascoigne, 45 tempestuosos años -equivalentes a al menos siete vidas del resto de los mortales-, acudió al acto bañado en alcohol. Recibió ayuda al entrar en el plató e incluso para subir un escalón y tomar asiento. Más indigno fue a continuación, cuando apenas pudo sostener un micrófono que vibraba como una maraca. El presentador trató de detener el tembleque del tipo que parecía centenario, de disimular lo evidente. Su aparición, voz rasgada, ininteligible e infestada de palabrotas, se prolongó lo que dieron de sí sus fuerzas, hasta que se desmayó como fiel expresión de su delicado momento. Gazza, la persona, porque del personaje no queda nada, está hundido, ha tocado fondo en las catacumbas de su tortuosa vida.

Los hechos han encendido la alarma. Inglaterra se estremece con uno de sus bad boys, uno de sus idolatrados hijos, considerado uno de los mejores británicos de la década de los noventa. Quizás sea así, tal vez exista cierta asunción de responsabilidad popular, porque fue el propio pueblo quien endiosó a un tipo cuya fama más tarde le devoró. Rieron sus gracias, llevadas a los tabloides sensacionalistas rutinariamente. Pero ya no hay gracia.

El agente del exjugador, Terry Baker, ha saltado a la luz pública con unas declaraciones que no sorprenden, pero que sí retumban como advertencia. Puede que sean un ultimátum. Aunque con esto puede suceder algo así como con el pastorcito mentiroso del cuento infantil y su falso anuncio de la llegada de los lobos. Gazza, que se presentaba como recuperado de su adicción al alcohol y las drogas, vuelve a las andadas, pensarán muchos. Como si sus retornos pudiesen ser infinitos, como si Gazza hubiera pactado con la eternidad. "Sé que no me agradecerá que diga esto, pero necesita ayuda inmediata", dice Baker. "Su vida está siempre en peligro porque es un alcohólico. A lo mejor nadie puede ayudarle, no lo sé, ciertamente no lo sé", añadió, queriendo hacer partícipe a toda la atmósfera futbolística, buscando auxilio en el más allá, con sensación de que todos sus recursos se han extinguido. Y es que el histriónico Gascoigne es peculiar, complicado. Lo dicen, por ejemplo, sus vecinos del bloque de pisos de lujo en el que reside, quienes le denominan "zombi borracho". "No se pude hablar con él porque se pone agresivo y malhablado", atestiguan, revelando aficiones como sacar la basura a las 3 de la madrugada. Un episodio del rosario de incidentes que ilustran el recorrido del ex de Newcastle, Lazio, Tottenham, Everton, Glasgow Rangers y Middlesbrough, entre otros, e internacional con Inglaterra en 57 ocasiones.

El exportero del Manchester United, Peter Schmeichel, clama al cielo solicitando ayuda a la Asociación de Futbolistas. "No es agradable ni divertido verle -tiene perlas como No puedo decir que ya no bebo, pero sí que hoy no he bebido-. Necesita ayuda", dice el Gran Danés. "Todos somos responsables de cómo vivimos nuestras vidas, pero eso no significa que no podamos intervenir y ayudar", añadió. Gazza es un juguete roto, el reflejo de la cara decadente de una sociedad irresponsable que se sirve del fútbol como un producto de usar y tirar. Al final, Gascoigne es un espejo para cada futbolista. Cierto que él es conocido y muchos que padecen no lo son, pero él es precisamente quien puede hacer valer esa llamada de auxilio, por su peso específico -cuenta de su calado social es que su teléfono fue pinchado, reconocido en el asunto de las escuchas ilegales lideradas por el magnate Ruper Murdoch-. "Solo espero que encuentre la paz de alguna manera, pero temo que esas esperanzas puedan terminar siendo tristes", reflexionó su agente. No hay tiempo. SOS para Gazza.