Fuente Dé (Cantabria). No hace mucho que hablaron Peio y Joaquim de sus cosas, de la vida, de cuánto corre el tiempo, como si tararearan esa canción de Milanés. Purito le contaba a su viejo amigo lo mucho que le costaba salir de casa, que parece que lleva plomo en las maletas, cómo cuesta arrastrarlas, desde que tuvo a su primer hijo, Pablo, hace ya unos años. Y ahora que son dos las criaturas que corren por el pasillo, luego llegó una niña, ni te digo. De eso hablaban con nostalgia del ayer. "Tú que me has conocido, Peio", le dice a Garaialde, su padre vasco, aita, cuando llegó a Euskadi con la maleta.
Vino de Catalunya en 1999, se plantó frente Garaialde y le dijo que quería correr en su equipo, aquel Iberdrola y su cantera maravillosa del que tanto le había hablado Xavier Florencio. Como entonces estaba en un conjunto aficionado catalán, se ofreció a que le probara en dos carreras y decidiera luego si le fichaba. Peio aceptó, le vio en la primera e hizo tercero. Y la segunda, cuarto. Al año siguiente, volvió a Euskadi con una maleta más grande.
Joaquim, aplicado Se instaló en Oiartzun. "Y se adaptó enseguida", recuerda Garaialde; "Purito era como es ahora, muy dicharachero, muy alegre. Era un chaval con chispa". En las tardes del café se iba a la taberna cuando más gente había y allí pasaba el rato, hablando con la gente del pueblo. "Charlaba con cualquiera, con todos, también con la tabernera el pillo, y chapurreaba palabras en euskera. Aún hoy, si le dices algo en euskera él te responde en castellano, pero con acento vasco. No habla, pero puede entender lo que le dices si lo haces en euskera del Goierri", rescata Peio. "Vaya chico aquel. Era una esponja". Todo lo absorbía. "Aprendía rápido".
"Recuerdo la carrera de Lizar- tza. El día antes fuimos a ver el recorrido para que viese cómo era y cómo tenía que correr. Lo hizo todo como le dijimos sin ningún fallo". Ganó, claro. También en Gorla. Y lo mismo. "Llevábamos ganando cinco años en Gorla de la misma manera. Así que le cogimos a Joaquim y le explicamos cómo lo tenía que hacer". Le llevaron a la subida en coche y le dijeron cuál era el sitio. "Este es Joaquim". Una herradura a la derecha cerquita de meta. "Y en ese mismo lugar atacó y ganó. Era muy aplicado".
De esa misma curva salió como un misil un año después un tal Alberto Contador, un madrileño larguirucho, un tirillas que en su último año juvenil solo ganó cuatro carreras, pero quince premios de la montaña. Ganaba más que él, mucho más, Jesús Hernández, su gregario, amigo y confidente ahora en el Saxo Bank. Los dos se subían a Euskadi en autobús para correr con el Iberdrola, el equipo que había catapultado a Joaquim Rodríguez a la Once.
"Contador era más serio, más tranquilo y cerrado que Joaquim. Los dos eran buenos chicos, pero tan diferentes como se les ve ahora. Apenas han cambiado". También eran distintos como ciclistas.
El catalán era todo ojos y oídos. "Aprendía y cogía todo lo bueno de la gente que estaba a su alrededor. Eso es algo que ha hecho toda su vida. Joaquim nunca ha perdido su esencia, pero sobre esa base ha ido construyendo un ciclista que se ha alimentado de lo bueno de los demás. En la Once observó a Abraham Olano, a Joseba Beloki, a Jalabert, a Galdeano; y a Alejandro Valverde en el Caisse d'Epargne. De todos tiene algo pero siendo él mismo, sin renunciar a su personalidad. Yo siempre digo que es un talento independiente, pero abierto. De ahí también su evolución continua", traza Garaialde. Contador no, Contador no era de los de escuchar.
Alberto, testarudo Aquella mañana de 2001 en Gorla Contador se contuvo durante toda la subida y se lanzó cuando se lo gritó Garaialde, "ahora Alberto, ahora", al llegar a la curva. Ganó y batió el récord de la subida que aún posee. Ese día obedeció, pero no era lo habitual en él.
"Alberto era puro nervio. En su primer año de aficionados ganó solo Gorla, pero si hubiese dominado sus impulsos, habría ganado más. Aunque claro, entonces se habría traicionado a sí mismo". Era visceral e imposible de retener. "Era un alucine", abunda Garaialde. "Tenía mucha facilidad para cambiar de ritmo. Arrancaba, le cogían, paraba y volvía a arrancar. Y podía hacerlo constantemente. No se cansaba ni se rendía. Algo parecido a como es ahora". En la carrera de Muxika Peio pudo contar hasta 50 ataques, "uno cada tres kilómetros o así". "Había que decirle que se tranquilizara, pero él, que no. Y venga a atacar. Era testarudo".
Y feliz. Cuando subía a Euskadi Alberto Contador se quedaba en el piso que el equipo tenía en Azpeitia. "No era tan abierto y dicharachero como Purito, pero nunca protestaba por nada y estaba contento con lo que hacía. Tenía claro que quería ser ciclista. Ese era su sueño y su único objetivo en la vida. Hacía todo lo que estaba en su mano para alcanzarlo y nada podía pararle. Su voluntad estaba a prueba de bombas".
Lo que sí tienen en común Purito y Contador es el vínculo de la subida a Gorla o lo que ganar allí significa. "Hace falta mucha clase para hacerlo. Y también ser un ciclista de unas características muy concretas. Explosivo, escalador y espectacular. Ese es el tipo de corredor que forjaban carreras como Gorla". De allí vienen Purito y Contador. Tan iguales y sin embargo tan distintos como en Fuente Dé.