Viana. "La energía viene de la ilusión,… y de la vida. Y la experiencia es más que la fuerza", suele decir Federico Martín Bahamontes (Toledo, 1928), que tiene 84 años y se pasa los fines de semana en una finca de su propiedad, trabajando la tierra desde que sale el sol hasta que se oculta. Así que buscar un hueco para hablar es una obra de ingeniería. "Después de comer", emplaza. La sobremesa telefónica gira en torno a sus cinco triunfos consecutivos en Arrate ahora que la regresa, hoy, al santuario del ciclismo vasco. Recuerda esas victorias y habla de una más, la sexta, que le robaron, rescata la figura de Juanito 'Txoko' pulmón de la competición durante muchos años y da otra visión de su rivalidad con Loroño, que dice que fue "un invento de Urbieta y esa pluma suya".
Usted ganó cinco veces en Arrate.
No estoy de acuerdo con eso. Corrí seis veces y gané las seis.
En el palmarés de la prueba solo figuran cinco triunfos suyos.
EEl otro se lo dieron a Sagarduy, pero el trofeo lo tengo yo en casa. Es un señor dorado con una pistola. Sagarduy me agarró del sillín en el alto, me echó para atrás y él se impulsó. Pero le vieron los árbitros y le descalificaron. No figuro yo en el palmarés de ese año, creo que es el 63, como tampoco me dio el Club Ciclista Arrate la Bicicleta Eibarresa que ganó Serra en el 54. En realidad, la gané yo, pero se la dieron a él por dos segundos porque entonces yo era un chaval que no tenía nombre y no interesaba que ganara.
En el 54 acaba usted de debutar como profesional.
Empecé ese año con la licencia cuarta independiente, con la que podías correr con los amateurs y los profesionales. Llegué a la Vuelta a Asturias y Julián Berrendero me dijo: "Tú chaval para el Tour de Francia". Yo le dije que sí, que yo iba a ir al Tour de Francia sin maleta, ni ropa, ni dinero. Además, primero tenía que llamar a mi madre a ver si me dejaba ir. Entonces, los chavales respetaban más a los padres.
Usted venía del pueblo y de la guerra.
A mí me pilló la guerra con once años. Pasé mucha hambre. Así que ahora que dicen que viene todo esto de la crisis yo pienso que ojalá sea esto todo lo malo que nos venga. Yo tuve que trabajar mucho desde niño. Cargaba y descargaba en el mercado para echarme algo a la boca. Primero estuve de guarda en una frutadera, metido en el chozo todo el día. Con ese dinero que gané compré la primera bicicleta. Hay una canción que dice "30 duros la primera, la segunda fue más cara". Es una letra sobre mí que sacó un chaval que se ganaba la vida cantando en los bares.
¿Cómo sentó en casa que usted quisiese ser ciclista?
No me dejaron. Tendía que entrenarme cuando ellos se echaban la siesta. Luego, hacía el mercado por la mañana, de seis a diez, bajaba a casa, almorzaba y me servía del estraperlo para entrenar porque iba en bicicleta a por el pan, la harina, los garbanzos… Lo que pillaba por ahí en los pueblos. Empecé a andar en bici un 18 de julio del 47.
En el 54 corrió por primera vez en Euskadi.
Yo ya había oído hablar del ciclismo en el País Vasco. De su vuelta, que era de las mejores, y de Dalmacio Langarica. Era un fan suyo. Era el corredor que más sonaba. Había ganado la Vuelta, País Vasco… Era grande.
Y en el 58, antes de ganar el Tour, se presentó en Arrate.
Entonces la Subida a Arrate no era como ahora. Era de tierra. Asfaltado solo había un kilómetro, creo que ni llegaba. Pero estaba llena de gente. Era increíble la afición que había en el País Vasco. Era una cantidad de público que no te puedes hacer idea. Venían de Eibar, de San Sebastián, de Palencia, de Santander… Venían de todos sitios a ver la Subida a Arrate.
A usted le contrataba el difunto Juanito 'Txoko'.
Un año que llevaba 37 días en cama me llamó y me dijo que no podía dejarle tirado. Me decía que tenía que correr, que yo era el que llenaba la subida de público. Y yo que no, que estaba en la cama con siete puntos en la cabeza, el fémur roto y que era imposible. Al final, me levanté de la cama con una pierna que tenía centímetro y medio más delgada que la otra, hice treinta kilómetros en bici por Toledo y me subí en coche hasta Eibar. Subí Arrate con una mano porque tenía también la muñeca tocada y batí el récord porque como sabían que no estaba en condiciones me atacaba todo el mundo. Al terminar el falso llano que hay para ir a la ermita les ataqué desde atrás y gané al sprint bajando. Como batí el récord, Víctor Sarasketa me regaló una escopeta.
'Txoko' es una figura esencial en la Subida a Arrate.
Sí, pero hubo veces en las que yo no estaba conforme con lo que me quería pagar. No me parecía bien que Anquetil y otros cobrasen más que yo, que era el ganador. Tuve algunas discusiones con él las dos últimas veces. Yo le decía que no era normal que yo arrastrara el público y que fuesen los demás los que se llevasen el dinero. Y él respondía que ellos habían ganado el Tour, o el Giro. De ahí venían las discusiones con Juanito Txoko.
¿Cuánto les pagaba?
Solían ser entre 15.000 o 20.000 pesetas. Pero la última vez que hice la Subida fueron algo más de 30.000.
¿Cómo le recibía el público vasco?
Siempre bien. En Arrate, en la Bicicleta Eibarresa y por ahí ha sido una zona en la que me he lucido bastante. La montaña era mi terreno. Y eso le gustaba a la gente. He tenido un rival, que era Charly Gaúl. Los demás no me han ganado nunca.
Dice que el público le recibía bien pero usted era el rival de Jesús Loroño, el ciclista que idolatraba la afición vasca.
La rivalidad se la inventaba Urbieta con esa pluma suya. ¿Cuándo me ha ganado a mí Loroño? Que me digan una vez, una. Lo que pasa es que Urbieta se iba al bar Penalti de Bilbao a jugar a las cartas y al dominó con la señora de Loroño y allí hacía el reportaje. O sea, que a mi nombre unieron el de Jesús Loroño, porque su palmarés no llega ni a la mitad del de Langarica y al mío no te quiero decir. Ni la tercera parte.
¿Por qué se llevaba usted tan mal con Loroño?
No, no, yo solo me enfadaba cuando me hacían putadas como la de aquella Vuelta en la que sacamos por primera unas ruedas de 28 radios. Habían salido todos, los franceses, Loroño… Y cuando voy a hacerlo yo me vienen y me dicen que me sancionan con 30 segundos por utilizar esas ruedas que llevaban todos. Les dije que si era una broma o si yo tenía que perder minutos porque sí. De la excitación que cogí acabé ganando aquella contrarreloj. Siempre iban a por mí. Y el que más lo hacía no era Urbieta, sino Bernardo Ruiz, que le achuchaba a Jesús y este caía. Pero Jesús no ha sido ni mala persona ni nada de eso. Lo que pasa es que estaba engañado por Bernardo Ruiz.
Cuentan que usted llegó a dormir en casa de Loroño, en Larrabetzu.
No, no, qué va. Eso es lo que más me cabreaba porque me venían diciendo que a ver si le pagaba la pensión a Loroño. Yo no dormí en casa de Jesús. Solo pasé una vez por el Penalti a saludar a la señora de Loroño porque no tiene que ver la rivalidad deportiva con la persona. Cuando fui estaba allí Urbieta, pero ni saludé por las críticas que me hacía en sus crónicas.
¿Qué le decía?
Joder, una vez me cargaron a mí aquello del bombazo, pero no fui yo, sino Herrero Berrendero, que le pegó con la bomba a uno del equipo Superser. En el Penalti también solía estar un veterinario del Ayuntamiento de Bilbao que llevaba un sombrerito, que era el que siempre decía que le pagara la pensión a Loroño. Yo no tenía ninguna pensión que pagarle a Jesús.
Entonces, ¿el enfrentamiento con Loroño no existió?
Yo con Jesús me he llevado bien, o por lo menos, no mal. Lo que no estoy conforme es que el hijo haya hablado siempre bien de mí y me ataque ahora sin ningún motivo. No sé por qué le caigo ahora mal cuando yo estuve en el entierro de su padre, como en el de Langarica.
Usted tiene una peña en Ermua.
Es la que hace la carrera cicloturista con mi nombre.
En Eibar también ha estado en fiestas.
Una vez estuve con mi señora. La sentaron al lado de Jesús Loroño en una cena que montó Juanito Txoko. Pero ella no ha querido volver más porque hablaban todos en vasco y no se enteraba de nada. Me pareció una falta de educación que pusiesen a una señora ahí y que estuviesen hablando en vasco toda la noche. Cuando nos fuimos mi señora me dijo que no le dijese otra vez para subir al País Vasco porque no lo haría nunca. Así fue.
Entonces el ciclismo era muy diferente.
Era otro mundo. Ya no me llama la atención verlo. A Arrate me hubiese gustado ir para ver a la gente y la afición vasca. Pero prefiero pasar el tiempo aquí, en la finca, con mi huerta.
De dopaje ni se hablaba.
No había. Yo tenía una petaca que me metía en el maillot. Era como un carajillo. Café, un chorrito de Colastier y otro de agua del Carmen. Lo preparaba para los treinta o cuarenta finales, pero aquello no era dopaje. Lo que pasa es que yo me tiraba todo el año sin probar el café y cuando lo tomaba me hacía un efecto terrible. En el Puy de Dome me tomé dos de esos de publicidad de Faema y salí como una moto. Ahora, luego no podía dormir por la noche.