BLAGNAC-BRIVE LA GAILLARDE
1º. Mark Cavendish (Sky)4h54:12
2º. Matthew Goss (GreenEdge)m.t.
3º. Peter Sagan (Liquigas)m.t.
General
1º. Bradley Wiggins (Sky) 83h22:18
2º. Christopher Froome (Sky)a 2:05
3º. Vincenzo Nibali (Liquigas)a 2:41
alain laiseka
Brive-La-Gaillarde. Devorados los Pirineos, en la tarde fría y gris de Peyragudes, a Gorka Gerrikagoitia le piden que haga balance. "Gorka, ahora que se ha acabado el Tour…". Ese prólogo le deja tan preocupado al director de Euskaltel-Euskadi que al día siguiente por la mañana aparece en la reunión del equipo y lo primero y más rotundo que viene a decirles a sus chicos es que el Tour no se ha acabado. "Los Pirineos son importantes, pero tanto como cualquier otra etapa y esta, la de hoy, es nuestra última oportunidad de ganar", les aprieta en el autobús para que sus corredores, qué Tour paralelo tan maravilloso, salgan con las orejas tiesas y las piernas afiladas en busca de la escapada camino de Brive-La-Gaillarde, 222 kilómetros más arriba en el camino hacia París.
Los recorren, qué sufrimiento, qué dolor de patas, cuánta prisa y qué pocas fuerzas, en menos de cinco horas, 45 kilómetros cada sesenta minutos. Fue, coincidieron todos, la etapa del inconformismo.
No se conformó casi nadie cuando un grupo de seis corredores en el que iba Rubén Pérez abrió brecha tras el primer repecho de la etapa. "Es la buena", se dijo Gerrikagoitia. Hasta que la tumbaron. Así que cuando tras otro buen rato de leña y fuego en el pelotón se separaron unos cuantos, bastantes, y entre ellos no estaba ninguno de los chavales de Euskaltel, tampoco se puede estar en todos lados, aparecieron en la cabeza del pelotón Gorka Izagirre y Pablo Urtasun. A tirar.
Un castigo, un castigo, es un castigo, quisieron ver algunos en la maniobra. "No", desmintió después Gerrikagoitia. "No puede ser nunca un castigo porque de ninguna manera se lo merecen estos cinco corredores y yo no podría justificar ante nadie una decisión motivada por el enfado". Lo que ocurrió tuvo más que ver con el orgullo. "Como antes habían tirado todos los equipos a por la escapada que habíamos cogido nosotros, cuando pasó lo contrario hablamos con los que no se habían metido y llegamos al acuerdo de poner un par de corredores cada uno para no dejar que se fueran", explicó Egoi, que también podría haber argumentado, aunque no fuese el caso, que Euskaltel tiraba para defender su puesto en la general, 17º, lo que es probable que no diga nada a muchos pero en la práctica tenía ayer, más que nunca antes, un valor incalculable ahora que el Tour languidece, las fuerzas son mínimas y cada minuto ganado al descanso es un tesoro. ¿Y unas horas?
Eso ofreció el Tour por la mañana a los veinte primeros de la general: ganarle tres horas al reloj volando en helicóptero desde la meta hasta el lugar de la crono de hoy, más de 400 kilómetros al norte. "No me gusta la idea", dice Egoi, uno de los elegidos para volar, su primera vez en helicóptero, mientras mastica unos cereales con leche en la puerta del bus de Euskaltel; "no me van las distinciones ni los privilegios. Siempre digo que del primero al último, en el Tour todos merecemos el mismo trato porque somos todos iguales". Aún así, cogió la maleta, la metió en el coche y se fue para el helipuerto. "Ah, claro, es que las ventajas de viajar rápido son muchas, aunque ninguna más importante que el masaje, la cena rápida y que cogeré pronto la cama", abundó Egoi mientras se despedía de sus cuatro compañeros, Gorka, Jorge, Pablo y Rubén, que hicieron los 400 kilómetros en coche, donde merendaron algo, sufrieron los rigores de la postura y no llegaron al hotel antes de las nueve de la noche. Sin masaje, cenaron y se desplomaron sobre el colchón.
Entre los veinte del helicóptero, además de Egoi, otro vasco, Haimar, claro, que estaba escandalizado de la media de la etapa, no hacía más que resoplar y se felicitaba porque en apenas hora y media estaría sobre la mesa del masaje preparando la crono de hoy donde defiende el séptimo puesto y quizás tenga alguna opción de acercarse a Evans. Tan centrado estaba Wiggins en su último asalto al trono del Tour que tiene ganado desde el Tourmalet, que no dedicó mucho tiempo hablar con la prensa y lo poco que dijo fue algo tan delirante como que había confundido a François Hollande, primer ministro francés de visita en el Tour, con un concursante de Gran Hermano. Luego, el líder cogió la maleta y se fue a coger el vuelo hacia Chartres.
La raza de Vinokourov En otra época, entre los pasajeros del helicóptero habría estado, sin duda, Alexandre Vinokourov, 38 años, cuyo sueño pretérito de ganar el Tour acabó siempre en pesadilla. Algunas veces por desfallecimientos estrepitosos; otras, por culpa de la jerarquía alemana en el Telekom de Ullrich; otras, como aquella de 2007, por dopaje; y el año pasado, por un batacazo tremendo que le mandó al hospital con la cadera rota. Dijo entonces que se había acabado, que no volvería al Tour ni a subirse a la bicicleta. Luego, rectificó. El Astana necesitaba sus puntos para seguir en el World Tour. Y se reenganchó. Un año más. El último Tour.
Este en el que quiere hacer más de lo que puede. Lo que queda de aquel joven rubio y corpulento, un toro, una fuerza de la naturaleza, es la raza. Vinokourov sigue siendo el tipo duro, una roca, que por ejemplo, no paró en el Tour de 2009 hasta que ganó una etapa de la que, seguramente, le había privado su compañero Contador en Mende. Ayer, tras todo el Tour intentándolo, la buscó por última vez. Fue una despedida a su altura, palpitante. Al kazajo no le cabe el corazón en el pecho.
El regalo de Wiggins En el tramo final, la etapa se metía en una zona abrupta de colinas no muy prominentes pero lo suficiente como para deshacer el grupo de escapados al que echaba el aliento en el cuello el pelotón. Vinokourov atacó una vez a 15 kilómetros, subiendo, y eligió a Roy, Hansen, Paolini y Nuyens para que le siguieran. Volvió a acelerar un par de kilómetros después, desenganchó a Nuyens y Roy y antes de la pancarta de los 10 kilómetros finales se lanzó de nuevo. "Nouvelle attaque de Vinokourov", cantaron por megafonía. Era el último de su vida en el Tour. La última copa de Vino.
La carretera se retorcía cuesta abajo hacia Brive-La-Gaillarde. Y el kazajo se revolvía nervioso y desesperado entre Paolini y Hansen, a los que no había podido soltar y no estaban entusiasmados por colaborar. A su espalda, el pelotón venía revuelto. Como el tiempo. Había empezado a llover, cuatro gotas que convirtieron el asfalto en cristal, y la circunstancia hizo que los cazadores esbozaran una sonrisa. Sacó los colmillos Luisle. Y con él Roche, el sobrino de Stephen, el irlandés que ganó el Tour hace 25 años. Se unieron a Vinokourov y los demás y… Estaba liada.
Los rebeldes corrían con cuatro palmos de ventaja en un final con unas cuantas curvas de escuadra y cartabón. Al salir de ellas, surgió Bradley Wiggins con un regalo para Cavendish. Patroneó el pelotón como lo ha hecho con el Tour y lo puso sobre la estela de los insurgentes. Luego, se apartó. Un arreón final de Boasson Hagen en la recta de meta lanzó al campeón del mundo, una bala de cañón arcoíris que pisoteó a Vino, Luisle y compañía, ganó su segunda etapa en el Tour con la que iguala las 22 de Darrigade y Armstrong y acabó fundido en un abrazo sincero con Wiggins, que hoy cierra en la crono de Chartres el primer Tour inglés de la historia.