VITORIA. Sábado, 23 de junio de 2012: "El podio es imposible". La garganta de Fernando Alonso está reseca. Ferrari se descalabra en la undécima plaza de salida para el Gran Premio de Europa.
Apenas 24 horas más tarde: el asturiano es un mar de lágrimas. Un guante y un volante, imágenes de la frustración ajena, habían volado ya por los aires para su regocijo. El gélido asturiano celebra desbocado dándose un baño de masas nada más superar la meta del circuito urbano. El Ferrari descansa en la cuneta y él quiere contagiar. "Es mi mejor victoria, emocionalmente no hay nada comparable". Acaba de padecer un orgasmo automovilístico ante puede que su mayor obra maestra.
Lo que acaba de suceder es algo místico, fuera del alcance de todo ser humano. De cualquier lógica. Solo es comprensible fundamentándose en la influencia divina de la diosa fortuna y ésta condimentada por la excepcionalidad. Magnífico, algo superior y sobrenatural que tejió los hilos con Alonso de protagonista, la marioneta de la gloria. La actuación sobredimensional del piloto de Ferrari, el 10 al volante, se aderezó con los abandonos de Vettel, Hamilton y Grosjean. Como producto de hechicería, de güija. Cosa de brujos.
La undécima pintura de la parrilla dijo adiós a Alonso y el asturiano dio el primer gran brinco: tres posiciones. Vettel confirmaba su ritmo sabatino de pole y se fugaba cual ladrón con su botín. El alemán acotaría la parcela de líder hasta la vuelta 29 de las 57 programadas con diferencias de hasta 14 segundos. Grandioso monólogo. El paquete de desarrollo de Red Bull para Valencia surtía efecto entonces. Proyectaba temor.
Hamilton, segundo en pista, era la locomotora que frenaba a un tren comprendido por él, Grosjean, Kobayashi, Maldonado y Raikkonen. Detrás, Hulkenberg zancadilleaba a Alonso. Vettel aminoró el diabólico ritmo de vuelta rápida en el séptimo giro. Su cosecha, 10 segundos de renta respecto a un Hamilton que se vería rebasado por el corajudo Grosjean, desquitado todavía de exigencias de regularidad y preocupado de agudos resultados parciales -en el título ya pensará en 2013, como dijo-. El francés es un órdago eterno.
La vuelta 13 dio paso a una sucesión de acontecimientos que Alonso vivió con delirio. Se zafó de Hulkenberg, después de Maldonado y acto seguido comenzaría el baile de boxes, donde aprovechó para superar a Raikkonen en el pasillo de garajes. El asturiano ya rodaba cuarto, vuelta 16, asomado al balcón que da hacia la calle de lo imposible, esa que está desolada.
Cuando en Valencia se reverdecían tiempos pretéritos, cuando se estremecían los corazones, flashes del hegemónico imperio Red Bull invadían entonces, el brutal pasaje de Vettel se solidificaba en estéril anécdota con la salida a pista del coche de seguridad. Vergné y Kovalainen se chocaban en la vuelta 29 para reconfigurar la carrera. El cerco de Vettel se abría de par en par.
Grosjean, Hamilton, Alonso y Raikkonen se iluminaron. Aprovecharon el instante para cumplir con el segundo y último cambio de gomas. Como era de esperar, a Hamilton se la liaron los mecánicos en el pit-stop y Alonso se enrocó en posiciones de podio. "¡Guau! Ojalá viera ahora la bandera de cuadros", exclamó incrédulo. Paciencia, Fernando, aún hay más, podría haberle calmado el grato destino, que le tenía señalado.
vettel y grosjean rompen En el giro 34 al ratonero trazado se relanzó la prueba. Alonso rebasó a Grosjean con riesgo y violencia. Piloto y contexto ofertaban el máximo. Virgencita, virgencita... volvió a golpear en su sesera. "Ojalá termine ahora". Y sus deseos se vieron concedidos, no, multiplicados. Una vuelta después, el Red Bull de Vettel se hacía el remolón. Se detenía; voló el guante del desolado germano. Alonso se convertía en Aladino para flotar en una alfombra mágica, acariciando sin cesar la lámpara. Y ya puestos, pensaría el asturiano, por qué no anular a Grosjean, su mayor oposición en su rectilíneo y contundente camino hacia la victoria. Y así fue. En el giro 41, a 16 de inmortalizar la gesta, una de las más brillantes de la historia -Alonso solo había superado semejante remontada en Singapur'08, donde salió 15º para ganar, pero con la colaboración de su compañero Piquet, que se estrelló para favorecer la entrada del safety car y permitir la hazaña-, el Lotus del francés se agotó. Nueva baja.
Alonso, que cobró 4 segundos de ventaja sobre Hamilton, siguió tejiendo el maleficio. El inglés empezó a desfallecer. Se vio superado por Raikkonen y más tarde le cazó Maldonado. El venezolano, rebosante, ambicionó el podio. Pero la maniobra que le asentó en el mismo fue penalizada. Dejó fuera de combate a Hamilton, el que venía siendo líder del corral. Otro damnificado; volante al vuelo el del inglés. A Maldonado le endosaron 20 segundos y se precipitó hasta la 12ª posición final. Así se abrió el horizonte para Schumacher, que desde antes de retirarse en 2006 no pisaba el cajón tras hacerlo en China con triunfo y sobre Ferrari. A sus 43 años, nadie tan veterano había pisado el pedestal desde que en 1970 lo hiciera Jack Brabham con 44. Si bien, Red Bull, con Webber cuarto y desde ayer segundo del Mundial, protestó por una supuesta infracción del Kaiser, quien, dijeron, empleó el DRS en una zona de banderas amarillas. De fructiferar podría dejarle sin podio.
El verdaderamente feliz era Alonso, magnífico. Es el primer piloto que gana por partida doble este año. Se terminó el equilibrio. Tras siete carreras y siete vencedores distintos, el asturiano se destaca como líder. Necesitó la épica, una remontada de ensueño y la alineación de todos los factores ajenos para la consecución, pero el éxtasis fue mayúsculo. Por cierto, fue su carrera número 20 enlazada dentro de los puntos. Su criterio y aptitudes sumado a caprichos de la fortuna, escenario donde lo imposible es posible, como ayer, pueden hacer un campeón del mundo. Como es así, Alonso llora de gozo.