ESPAÑA Pau Gasol (29), Rudy (4), Navarro (23), Calderón, Marc Gasol (16) -equipo inicial-, Reyes (1), San Emeterio (3), Ricky, Ibaka (7), Claver, Llull y Sada.
POLONIA Berisha, Szewczyk (10), Kelati (18), Hrycaniuk (12), Koszarek (19) -equipo inicial-, Lapeta, Skibniewski (4), Waczynski, Pamula (3), Leonczyk (6), Szczotka (6) y Wisniewski.
Parciales 22-15, 22-16, 17-21, 22-26.
Árbitros Damir Javor (SLO), Sergey Mikhaylov (RUS) y Petri Mantyla (FIN). Szewczyk (m.34), Leonczyk (m.37), Hrycaniuk (m.39) y Lapeta (m.40) fueron eliminados por cinco personales en el equipo polaco. También Fernando San Emeterio (m.34) y Calderón (m.40) por parte de España.
Pabellón Cido Arena de Panevezys ante unos mil espectadores.
vitoria. España era y es la gran candidata a conquistar el oro en el Eurobasket que ayer comenzó con un sabor un tanto amargo en Lituania. Pocos equipos, por no decir ninguno, disponen de un plantel tan sobrado de talento y jugadores determinantes como los que reúne Sergio Scariolo en su vestuario. En un deporte en el que los buenos ganan partidos y los altos dominan el juego, el mero hecho de contar con una batería de jugadores interiores como la compuesta por los hermanos Gasol y uno de los más temidos defensores de la NBA, el congoleño Serge Ibaka, supone una garantía de éxito. Como mínimo, asegura la capacidad de competir, de soñar con todo. Pero en un torneo internacional como este Eurobasket, con algunas ausencias pero rebosante de figuras, no basta con ser, ni con tener; también hay que querer. El deseo y la ambición, el hambre, se aprecian como recursos fundamentales. Y ayer España, en su estreno ante una limitadísima selección polaca, anduvo muy escasa de sangre en las venas.
El combinado español ganó porque tenía que ganar. No existía otro resultado posible. A pesar de que los polacos sacaron partido en los instantes finales a la desidia española para contraer el marcador, jamás dio la impresión de que el debut de la vigente campeona continental fuese a cerrarse con un resultado distinto al de la victoria. Pero hay victorias y victorias. Las hay que sirven para dar un golpe en la mesa y presentar las credenciales, para imponer respeto al rival, y también las que ofrecen todo lo contrario, una sensación de vulnerabilidad que casi nadie había contemplado en las semanas previas al torneo.
España ganó ayer a Polonia, es cierto. El 83-78 final no engaña. Ganó un partido. Pero cedió parte de esa impronta de equipo imbatible que, quizá más por nombres que por juego, se le había concedido con excesiva antelación. El desarrollo del partido, que sacó a relucir los vicios y defectos que han acompañado al combinado estatal durante la preparación, mostró el camino a seguir para los rivales. España tiene puntos débiles y ayer quedaron expuestos a los ojos de todos.
En manos de Sergio Scariolo está corregir el rumbo, disipar las dudas que asaltan a un bloque que, pese a todo, sigue siendo el mayor candidato a subir al primer escalón del podio el próximo domingo 18. "Tenemos grandes jugadores. Ahora debemos convertirlos en un gran equipo", dijo el italiano antes del partido. Ayer no lo logró.
España no fue un gran equipo ante Polonia. Fue un conglomerado de jugadores perdidos, más apáticos de lo tolerable, pero abrigados por el insultante dominio en la pintura del que gozan los hermanos Gasol y la inagotable ambición de un Navarro que, por ahora, se muestra como la única referencia de garantías en el perímetro. Aun así, el arranque del duelo marchó por los raíles de la lógica. El equipo de Scariolo se apoyó en Pau y abrió una cómoda renta que aventuraba una segunda mitad en la que podría dejarse llevar por la inercia. Nada más lejos de la realidad.
Polonia, apoyado en un Kelati sobrado de fe y en la agresividad de su defensa zonal, bien cerrada cerca del aro, reaccionó ante el asombro de los poco más de mil espectadores que se congregaron en las gradas del Cido Arena. España, que había gozado de una renta de 17 puntos (42-25) al filo del descanso, fue malgastándola poco a poco por culpa de su pésima actividad defensiva, su escasa clarividencia en el ataque estático y el desacierto en el tiro exterior (3/16 en triples), males endémicos que Scariolo debe detectar y enmendar para volver a recuperar la mejor versión de un equipo que sólo brilla cuando corre.
Con Calderón y Ricky muy desentonados, erráticos e incapaces de poner orden, los mejores minutos llegaron con Sada en cancha, en el segundo cuarto. El base del Barça comandó un arreón de defensa y transiciones rápidas y con un 20-6 de parcial pareció haber destrozado definitivamente el partido. Pero no estaba zanjado. A Polonia le sobraba orgullo y a los españoles les faltaron ganas.
Kelati, que reabrió el debate en torno a la decisión de Scariolo de dejar fuera a Carlos Suárez, sacó ventajas con todos sus pares. Y contagió a sus compañeros. Los pupilos de Ales Pipan se convirtieron al kelatismo y Koszarek los invitó a soñar a 16 segundos para el final. Polonia se ponía a dos. Pero entonces, como antes había hecho Pau, apareció Navarro para matar el partido desde la línea de tiros libres y rescatar de la mediocridad a un equipo obligado a lucir. Hoy, ante Portugal, otro rival propicio para seguir creciendo, España debe retomar la senda de la ambición.