NOVAK Djokovic se ha confirmado en las pistas británicas como el antídoto definitivo para detener al que algunos señalaban como gran candidato a suceder a Roger Federer como el mejor tenista de la historia. El serbio ha dejado a Rafa Nadal con la miel en los labios en cinco ocasiones esta temporada. Se ha impuesto en las cinco finales en las que se han visto las caras. Y lo ha hecho, además, en todas las superficies.

Dos veces en pista dura, Indian Wells y Miami, dos veces en tierra Madrid y Roma, y ayer sobre la hierba del All England Club, Nole vuelve a vencer. El serbio se reafirma en su papel de bestia negra de un tenista llamado a ser el mejor de la historia, pero que a partir de ahora deberá buscar la manera de batir a un rival que parece tenerle cogida la medida, y al que no se le puede dar opción alguna.

El clásico del tenis mundial, al menos este año y con el permiso de Roger Federer, comenzó fiel a sus expectativas. A pesar de que el calentamiento en tenis es un ejercicio tranquilo, en cuanto comenzó el primer set las pelotas corrieron por la pista a velocidad vertiginosa. Nadal y Djokovic se mandaban misiles uno a otro, y ambos dejaban sus huellas por toda la hierba londinense en apenas un juego

El público de la Central de Wimbledon, conocido por su respeto hacia los jugadores y su gusto por el buen tenis, fue testigo de la tercera final fallida sobre la hierba del All England Club del "genio" Rafa Nadal, como insistía en llamarle a gritos un espectador en algunos descansos entre juegos.

Las gradas de la Catedral, que ya han mostrado cierta querencia por el español en los últimos años, no dejaron de aplaudir en todo el encuentro al exnúmero uno del mundo, sin dejar por eso de ovacionar, también con entusiasmo, los buenos golpes de su rival, Novak Djokovic.

En los peores momentos para el mallorquín, las frases de ánimo en inglés dirigidas a Nadal se mezclaban con otras muchas en español, e incluso con el "¡Vamos hijo!" que chillaba la madre del jugador al inicio del tercer set. Eso, en las pausas, porque durante el juego el silencio era absoluto, tanto en el interior del estadio como en los alrededores, donde mucha gente veía el partido en diversas pantallas.