Les Herbiers. Hay aspectos del ciclismo que, por intensos, se filtraron por la porosa piel de la vida social y ahora son como el pan, una cosa de todos los días. Hubo un Poulidor ciclista, abnegado y testarudo, pero segundón y, sin embargo, aclamado y adorado. Y, desde hace años, en Francia y más allá, hay poulidores de cualquier deporte, de la política, los negocios, la cultura… Gente que nunca ganará, y quizás por eso, entrañable. En Les Herbiers, Agnes, una chica que acaba de montar un nuevo negocio de gestión hotelera y trabaja con algunos de los profesionales que siguen el Tour buscándoles alojamiento, habla de su empresa, que apenas tiene un mes. Cuenta que quiere ir poco a poco, sin prisa. Primero un paso y luego otro. Como en la montaña. Sin tropezar. "Queremos empezar haciendo las cosas bien, no como Contador el año pasado", ilustra. Se refiere al mito de la cadena de Andy Schleck y el ataque de Contador en el puerto de Balés, que se ha instalado en el imaginario francés como símbolo de la vulgaridad, de que no todo vale para alcanzar la cima. Es, también, el símbolo de una rivalidad, Contador-Andy, que vive desde hoy su tercer episodio en el Tour.

La cadena de Andy Schleck en el puerto de Balés es como el tropezón de Alex Zulle en el Passage du Gois, un paso estrecho solo transitable con marea baja donde arranca hoy el Tour. Allí perdió el suizo el de 1999, el primero que ganó Armstrong. El pelotón entró a saco, él se cayó y se dejó más de siete minutos. A veces se lo recuerdan y a Zulle, que se astilló mil veces en sus años de ciclista, se le irrita la mirada tras los cristales de sus lentes de miope.

Andy, que aquel día -recuerden: acababa de atacar a Contador cuando se le atascó la cadena en el cambio, tuvo que echar pie a tierra y fue entonces cuando le pasó Contador por encima- perdió el amarillo y 39 segundos, los mismos que le separaron del español en París, le preguntaron ayer por el suceso y respondió lo mismo que ha dicho siempre. "Yo no lo hubiera hecho. Un gran campeón no hace esas cosas. Realmente me decepcionó su actitud aquel día". Dicho eso, contundente pero sin resquemor, quiso olvidar el episodio, "ocurrió el año pasado y eso quedó atrás", de la misma manera que niega que perdiese allí el Tour. "Aquello lo provocó el infortunio y yo perdí el Tour en un mal prólogo".

Se lo quitó Contador. Como el de 2009, entonces por aplastamiento, lo que va convirtiendo su duelo, visible solo en el Tour, la única carrera que sirve para Andy, en un acontecimiento histórico. La intensidad del duelo la refuerza el antagonismo de los personajes. Contador es el campeón clásico y perfecto, ambicioso, serio, metódico, que corre siempre para ganar y gana casi siempre que corre. Andy es su antípoda. Tiene la despreocupación de los ciclistas modernos. Cuando le preguntan a su padre, Jonhy Schleck, exciclista profesional, por qué su hijo no mejora contrarreloj, este se encoge de hombros y habla de que solo el interés por el material y la preparación puede hacer que un ciclista mejore en esa especialidad. "Y Andy no la tiene". Por eso, hay quien duda incluso del linaje de campeón del luxemburgués. Tampoco es un argumento su palmarés, solo nueve victorias, la Lieja y dos etapas del Tour entre ellas. Su actitud -acuérdense de la Vuelta, donde fue expulsado por su director Riis por salir de copas una noche- tampoco le acerca al molde del campeón concienzudo. Contador, Armstrong, Indurain, Hinault… Una muestra: ayer él mismo reconoció que los compañeros le toman el pelo ahora que le ven delgadito y en forma a las puertas del Tour y le comparan con el chico descuidado y entrado en kilos de enero. Nadie duda, sin embargo, de que sea, quizás, el único capaz de sostenerle la mirada a Contador. Basso, Evans, Samuel, Brajkovic, Gesink, Vinokourov y los demás luchan por el tercer puesto.

contador, censurado en francia Paradójicamente, el modelo del campeón, tres Tours, los dos últimos consecutivos, es al que da la espalda el público francés, entregado a la naturalidad vital de Andy. Desde el gesto del puerto de Balés, la popularidad de Contador en Francia se ha despeñado. Esa misma tarde escuchó los primeros abucheos. El jueves, en la presentación de equipos del Tour, el sonido era en Dolby Surround. Fue una acogida hostil que amenaza no solo con no menguar, sino con llenarse como un cántaro que bebe de, al menos, tres fuentes: comparte una parte del mismo desafecto que los franceses muestran sobre la arcilla de Roland Garros hacia Rafa Nadal, otro español que lo gana todo, y, por ello, aburre, desencanta y se aguarda su caída como un acontecimiento; sube un grado de crispación el recuerdo del episodio de la cadena del puerto de Balés; y acaba por dinamitar la relación el positivo por clembuterol aún no aclarado. En una encuesta reciente, más de dos tercios de los franceses censuraban la presencia del español en el Tour. No le quieren. Eso es duro de asumir.

No para Contador, que tiene una cabeza acorazada que lo soporta todo. "Alberto está bien, relajado. Estas situaciones lo único que hacen es motivarle aún más", cuentan. Riis, su director, recordó el jueves que es el propio sistema el que permite que Contador siga corriendo y que, por tanto, está totalmente legitimado para hacerlo. Fran Contador pidió ayer respeto para su hermano. Y hay quien recordó, sin memoria ni sentido de la democracia, que el público se debe dedicar a apoyar, y no a silbar. A raíz del estruendo en el coliseo galo-romano de Les Herbiers, un miembro de peso del Tour se puso en contacto con el entorno del corredor y le dijo: "No sabes lo contentos que estamos de que Alberto esté aquí".

También habló Andy sobre la presencia de Contador en el Tour. "Debe estar. Quiero vencerle en la carretera. Quiero este desafío", dijo. En eso, también quizás en la forma despreocupada de vivir, recuerda a Anquetil, el primero que se percató no solo de la importancia de ganar, sino de contra quién se gana. Anquetil corría por un resultado: el primero; segundo Poulidor. Contador y Andy, en su tercer asalto, corren por lo mismo.