Tony Martin (HTC)32:16

Andreas Klöden (RadioShack)a 9''

Marco Pinotti (HTC)a 24''

GENERAL FINAL

Andreas Klöden (RadioShack)22h12:11

Chris Horner (RadioShack)a 47''

Robert Gesink (Rabobank)m.t.

zalla. En la rivalidad más hermosa y visceral de la historia del ciclismo, Gino Bartali fue el antagonista de Fausto Coppi. A la universalidad de Il Campionissimo, aclamado como un icono de modernidad y transgresión, Bartali opuso la tradición más enraizada de la Italia de la preguerra y la posguerra. Era recogido y regional. A Bartali le apodaron Il Ginettaccio (el monje). Diavolo di campione, angelo di uomo.

Era humano, cercano y encarnaba al trabajador abnegado, a la clase proletaria, el obrero, el luchador. Bartali hizo del sacrificio fe y virtud. Ganó mucho, pero no tanto como hubiese podido. La II Guerra Mundial cercenó su carrera. Antes de que el ruido de las armas silenciara el de las bicicletas, en 1938, Gino se entronizó en el Tour. Cuando Europa, en ruinas, despertó de la pesadilla, volvió a hacerlo. Era 1948. Habían pasado diez años. Nadie ha vuelto a lograr nada parecido.

Seis décadas después, ayer en Zalla, Andreas Klöden, 35 años, reconquistó la Vuelta al País Vasco -segundo en la crono, tras su joven compatriota Tony Martin- once años después -en 2000, con 24 años-, y Johan Bruyneel, su director, que tiene una querencia manifiesta por los ciclistas forrados de experiencia porque está convencido de que es el más valioso de los tesoros en el ciclismo moderno, habla de la última prueba, una más, Armstrong, por ejemplo, arrolló en el Tour de 2005 con 35 años y fue tercero con 38, de lo que Bartali ya demostró en el 48: que el ciclismo no tiene edad, que la llama perdura mientras así lo quiera la cabeza.

"Entre Chris y Klödi hacen este año 76 años y nada, ya veis como están, primero y segundo. Esta es la prueba de que como el ciclismo es un deporte de fondo, mientras funcione la cabeza el cuerpo responde", razona Bruyneel. "No hay razón alguna, ni científica ni matemática ni de ninguna clase, para sorprenderse. La edad no tiene nada que ver con las virtudes. ¿Alguien se pregunta alguna vez por la edad de los arquitectos, de los científicos, de los iluminados? No, claro. Pues es lo mismo", exponen desde el RadioShack. "Los abuelillos vuelan", dice Markel Irizar, "porque tienen lo más importante: la misma ilusión que cuando eran jóvenes, el mismo talento, pero, además, la sabiduría de conocerse bien, de saber de qué va esto". Chris Horner, el americano de las pecas y la felicidad eterna y contagiosa que defendía txapela y acabó segundo ayer a 47 segundos de su compañero Klöden, lo resume con una frase que suelta entre risas: "Game over, game faster" (fin de la partida, partida más rápida. Algo así que cuanto más viejo, más rápido).

"Todo está en la cabeza", comprime Klöden, que ha ganado la Vuelta al País Vasco de la misma manera que lo hizo hace once años: resistiendo en la montaña corta y explosiva que cincela la orografía vasca, "que le va mejor a Samuel", y remachando en la crono que no ganó como entonces porque, amarrada ya la general, prefirió no jugarse el tipo en las dos curvas del descenso de La Herrera que conducían a la recta de meta, lo que permitió el triunfo de Tony Martin, 25 años, vencedor hace unos días de la París-Niza y la viva imagen del Klöden de hace una década. Klöden era con 24 años como Tony Martin ahora, un contrarrelojista maravilloso y enormemente resistente en la montaña. El metropatrón alemán fue Ullrich, que ganó el Tour en 1997 y desde entonces, más tras los primeras muestras de una conducta esquiva que le impidió, seguramente, explotar su incalculable talento, cada brote era un nuevo Ullrich.

De Andreas se escribió tras su deslumbrante primavera de 2000 que no solo sería el heredero de Jan, con el que compitió, además, en el Dínamo de Berlín, sino que le superaría. "Yo no soy el heredero de Jan", decía tras ganar su primera Vuelta al País Vasco. No lo ha sido, lo que no necesariamente es malo. Once años después, la vida por Ullrich en el Telekom de los Tours maravillosos de Armstrong, el ostracismo tras el ocaso del icono alemán por el estallido de la operación Puerto y la censura germana al ciclismo -Klöden nunca lleva la bandera de su país, incluso la borra, por desapego a una patria que le ha maltratado-, la complicada convivencia en el Astana de Contador y Armstrong, a los que siempre fue fiel, el compañero perfecto, y en el RadioShack ahora, Klöden sigue siendo no el mismo, sino mejor. "En la primera concentración", cuenta Haimar Zubeldia; "ya estaba entrenando cinco horas, con una ilusión tremenda, impresionante. Eso se contagia. También la felicidad que irradia, que rompe los estereotipos del alemán serio, frío y cuadriculado". La felicidad que transmite Klöden es la misma que emana de Horner, un tipo formidable y un ciclista eterno. Va para los 40 años y no sabe aún cuándo se bajará de la bicicleta. Y Robert Gesink, el nuevo Zoetemelk, que hizo una crono de menos a más, fue recortando tiempo a todos, Vinokourov, López, Tondo, Samuel e Intxausti y se quedó a 176 milésimas de desbancar a Horner de la segunda plaza de la general. "Y eso", contó Juanma Garate, "que en la última bajada se despistó, se salió de la carretera, fue un rato por la cuneta y volvió. Sin eso, habría sido, seguro, segundo". La felicidad, también la debería encarnar Beñat Intxausti, que se quedó a un paso de repetir el podio del año pasado y lo que con la escueta aritmética del resultado puede interpretarse como un estacamiento, es, realmente, la confirmación de todo lo apuntado en 2010 por la perla vizcaína.

Llegó lastrado a la Vuelta por una incordiosa gripe antes de la París-Niza y se ha sobrepuesto, contagiado, seguramente, por el delicioso sentido gremial del Movistar, el equipo del sonriente Tondo, quinto en la general, y el de David López, maravilloso séptimo en su mejor País Vasco de siempre tras su mejor crono de siempre.

Entre ellos se quedó Samuel Sánchez, sexto y lejos de la victoria que tanto anhelaba y que se le sigue resistiendo, lejos incluso del podio, pero a quien la felicidad no se le ha borrado de la cara desde su enorme triunfo en la localidad de Arrate.