1º Mark Cavendish (HTC-Colum.) 4h30:50
2º Gerald Ciolek (Milram) m. t.
3º Edval Boasson Hagen (Sky) m. t.
GENERAL
1º F. Cancellara (Saxo Bank) 22h59:45
2º Geraint Thomas (Sky) a 23"
3º Cadel Evans (BMC Racing) a 39"
La etapa de hoy, 6ª: Montargis-Gueugnon, 227,5 kms. Eurosport (14.15 h.); Teledeporte (14.30 horas); ETB 1 (14.30 h.).
Montargis. El tipo que lagrimea en Montargis, bajo la canícula, el sol canino y dentudo, en el podio en una estampa emotiva, en el set de televisión sin consuelo, las pausas eternas, la toalla azul que le lanzan para que se cubra el rostro y se vacíe, es, irónicamente, Mark Cavendish, el chico malo del pelotón, el velocista suicida, el tipo duro con pinta de macarra de barrio, enjuto y nervudo que gana al fin un sprint en este Tour. "Me metí en una densa nube de dudas, en un juego peligroso y una situación complicada", expone difícilmente porque apenas puede articular las palabras, saltan profundas e iluminan al ciclista oscuro, más oscuro aún tras avasallar en el Tour de 2009 -seis victorias- y atracarse de soberbia. "Soy el mejor", dijo, y aunque cierto, el engreimiento, esa tendencia de los deportistas a sentirse dioses le abrió el camino de su desintegración que Erik Zabel, el velocista que ganó seis veces el maillot verde y direcciona el tren del Columbia, atribuye a la juventud y a la facilidad con la que el británico llegó a la cima, apenas sin esforzarse, sin que ello le supusiera entregarse al sacrificio que hace del talento de un ciclista algo duradero y constante, no un chispazo, no el sueño de una tarde de verano.
La catarsis, en diciembre. En Paraguay. Allí se fue con su novia Fiorella Migliore, modelo y azafata italiana que rinde culto a la estética. Cavendish se contagió de ello y se arregló una muela que le afeaba la boca. Le quedó preciosa, pero era una belleza mortal. En el avión de vuelta a Europa, un helado destapó la caja de los truenos. Aterrizó destrozado. Tan intenso era el dolor, que pensó en solucionarlo todo dándose de cabezazos contra la pared. Alguien le aconsejó algo mejor. Pasó por el quirófano. Una operación como las de antes: sin anestesia. La pretemporada se le había esfumado. Le tocaba arrastrarse. Nunca se sabe qué empieza antes, el descalabro profesional o el personal. Uno siempre arrastra al otro porque están unidos. Es una unión umbilical. Indivisible. Finiquitó su relación con Fiorella Migliore, le desequilibró el accidente de moto de uno de sus mejores amigos, que salió vivo de milagro, y acabó por derrumbarle el arresto de su hermano Andy, al que está muy unido, por tratar de vender heroína y cannabis.
Pero todo puede ir a peor. Descontrolado, ganó una etapa en la Vuelta a Romandía y lo celebró con un corte de mangas que dedicó "a los periodistas y aficionados que no saben una mierda de ciclismo". Le echaron de carrera. Ni se inmutó. Siguió a lo suyo. A lomos de la locura. Frenesí y transgresión. Más escándalos. Cosió a palos a André Greipel, un velocista poderoso que se somete a Cavendish cuando coinciden. Y en Suiza provocó una espectacular caída en un sprint que acabó con la paciencia de los ciclistas, que se plantaron al día siguiente.
Y cuando se lamía las heridas -la abrasión le había hecho perder el 10% de la piel del cuerpo-, otro encontronazo despiadado: moría su abuela, con la que había vivido mucho tiempo.
Así llegó al Tour bajo el foco malicioso de la crítica, que se ceba con el soberbio. Así salió ayer de Épernay, la ciudad del champán, del Möet Chandon, después de leer su nombre apaleado en la portada de L"Equipe: "Petacchi mate Cavendish". Y a todo eso puso fin cuatro horas y media después de correr por el ardiente norte de Francia hasta Montargis, la ciudad de los canales entre los que quiso perderse Iván Gutiérrez, lanzado inútilmente -estuvo toda la etapa escapado junto a Van de Walle y Julien El Fares- en los últimos kilómetros y cazado bajo la pancarta de cuatro por el Columbia, que pugnó con el Lampre por lanzar a sus velocistas. Y con el Garmin de Tyler Farrar, que corre con la muñeca derecha destrozada, en el último kilómetro. Asomó también Óscar Freire, que, signo de su soledad en el Rabobank, será el único corredor del equipo que anime a España en la final del Mundial, un duelo que escenificó con Gesink, casacas nacionales ambos, horas antes en Éperney en un ambiente distendido que animó a Contador a plantarse en la puerta del autobús del RadioShack con los dos único relojes conmemorativos, negros solemnes, la inscripción Tour de Francia 2009 en el reverso, que aún no había entregado: los de Bruyneel y Armstrong. Un año después del Tour de Contador y Cavendish y, a su vez, le hizo descarrilar hasta que ayer reencontró el camino mientras Freire se quedaba encerrado entre Hushovd y Ciolek, mientras Petacchi se dejaba ir, saciado ya, y él se lanzaba a rueda de Renshaw para ganar, desquitarse y echarse a llorar, las lágrimas del chico malo que enternecieron a Zabel, mirada cristalina, tan fina, tan delicada, tan pura como la verdad que le reconforta: "Mark aprenderá en este Tour, sufriendo como nunca, más que jamás antes, más que cuando ganaba tan fácilmente".