La mente de aquel niño de once años no era capaz de entender lo que ocurría en Boipatong, una humilde ciudad sudafricana de la provincia de Gauteng, la noche del 17 de junio de 1992. Imaginaba que debía ser algo grave porque el histerismo que gobernaba las calles era abrumador. Intuía también que él y su familia estaban en peligro, ya que su madre, María, se encargó de trasladarles de casa en casa. A escondidas, siempre mirando por encima del hombro. "Huimos de algo", interiorizó, sin saber de qué o de quién. Finalmente, la noche dio paso a un nuevo día y el niño, como si de una jornada más se tratara, cogió sus cuadernos y comenzó a desandar el trayecto que diariamente recorría para llegar a la escuela de Lebohang High. De repente, se frenó en seco. Vio que una marea humana corría en sentido opuesto. Gritaban. Lloraban. Parecían estar fuera de sí. "¡No vayas a la escuela, corre a tu casa!", le gritaron al verle solo y desnortado. Regresó acto seguido a su hogar y le contó a su madre lo sucedido. Aquel niño, que tiene ahora 29 años y responde al nombre de Aaron Mokoena, actual capitán de la selección de Sudáfrica que hoy inaugurará su Mundial ante México, asistió ojiplático al cónclave organizado por los mayores y acató sin rechistar las órdenes que le dieron con el fin de poder vivir para contarlo: vestirse de niña. Lo consiguió. Salvó la vida.

El episodio al que Mokoena sobrevivió es uno de los más trágicos registrados en Sudáfrica en los últimos estertores del Apartheid, hasta el punto de que a punto estuvo de truncar las negociaciones en pos de un sistema de Gobierno más igualitario entre blancos y negros. Recordada como la Masacre de Boipatong, la larga noche en la que el defensa del Portsmouth tuvo que cobijarse en numerosas casas para sobrevivir se saldó con un total de 46 asesinatos, varios de ellos de mujeres embarazadas y niños. La matanza fue llevada a cabo por miembros del Partido de la Libertad Inkatha, una organización negra nacida de una escisión del Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela dentro de su política de sangrientos ataques contra esta organización, que, como consecuencia, decidió abandonar las conversaciones de paz al considerar que el ataque había contado con la complicidad del Partido Nacional, la formación blanca que gobernó en Sudáfrica desde 1948 hasta 1994. Esta sospecha acabó siendo errónea y el partido de Mandela volvió a sentarse en la mesa de negociaciones que, finalmente, envió el Apartheid al fondo del archivo de los grandes horrores de la historia.

Han pasado 18 años de aquella trágica experiencia y a Mokoena le cuesta aún rememorarla. "Muchas personas murieron asesinadas aquella noche y varias eran padres y madres de amigos míos. Fue algo horrible. Después de la masacre, en las calles de Boipatong se rumoreaba que los asesinos querían liquidar a todos los niños varones de la ciudad -lo que pretendían era aniquilar a la que podía ser la siguiente generación de acólitos de Mandela-, por lo que mi madre decidió que lo mejor para mí era que me vistiera de niña, con la ropa de mi hermana, durante un tiempo. Además, me llevó a un edificio en el que la Policía se encargaba de proteger a los jóvenes y finalmente me salvé. Mi infancia no fue sencilla. Vivíamos en un asentamiento y en aquellos emplazamientos podía suceder cualquier cosa. Mis hermanos y hermanas mayores sufrieron más que yo el Apartheid, pero yo también recuerdo que durante mi infancia Boipatong era un enclave muy complicado, con mucho crimen. Siempre daré las gracias a mi familia, ya que su protección fue vital para mí", recuerda el defensa, quien tampoco olvida las trincheras cavadas en las carreteras de acceso a la ciudad para evitar la llegada de los partidarios del Partido de la Libertad Inkatha, quienes acostumbraban a realizar fugaces incursiones disparando desde sus vehículos; o el día que conoció a Sam Mokofeng, hoy en día uno de sus mejores amigos y por aquel entonces líder local de las juventudes del Congreso Nacional Africano, quien iba a su misma escuela armado con un AK-47 y granadas de mano y visitaba mucho la vivienda de los Mokoena en su intento de reclutar para la causa a una de las hermanas.

"Mbazo" En ese entorno tan complicado y sangriento, Mokoena evitó los problemas gracias a su pasión por el fútbol. Era aplicado en el colegio -"era bueno en matemáticas y me encataban las ciencias; me hubiese gustado estudiar más, pero no tenía muchas posibilidades"-, pero cuando realmente se sentía feliz era cuando le daba patadas a un balón. Comenzó en el equipo de su colegio y no tardó en ganarse el apelativo de Mbazo (hacha), por el que es conocido actualmente en todo el país, debido a su fortaleza a la hora de meter la pierna para robar balones.

En su carrera futbolística, la fortuna tuvo también un papel fundamental. En 1996, con la democracia instaurada ya en el país y Mandela en la presidencia, Mokoena salió por primera vez de su ciudad para jugar un torneo provincial. Lo que no sabía era que una de las personas que seguían los partidos desde la grada era Jomo Sono, ex futbolista sudafricano, propietario de un equipo de Primera y mecenas de muchísimos jugadores. Sono vio en Mokoena un gran proyecto de futuro y le convenció para entrenar a sus órdenes en Johannesburgo, donde se hospedó en la casa de Mofokeng, que había emigrado un par de años antes para estudiar en la universidad.

Su progresión fue rapidísima y la llamada de Europa no tardó en producirse. Fue el Bayer Leverkusen el que le incorporó a su cantera y de allí pasó al Ajax, donde no tuvo demasiada continuidad, aunque el escaparate del conjunto holandés le permitió convertirse en el jugador más joven en debutar con los Bafana Bafana poco después de cumplir los 18 años -el pasado 31 de mayo cumplió su partido número 100 con la selección, lo que fue celebrado por todo lo alto en su país, donde se le considera un auténtico ídolo-. Tras una cesión al Germinal Beerschot belga y un corto paso por el Genk, Mokoena aterrizó con 25 años en la Premier League de la mano del Blackburn Rovers y el fútbol inglés le ha permitido labrarse una notable carrera como futbolista. En 2009 fichó por el Portsmouth y tras el descenso de su club su futuro se presenta abierto.

Regreso a Boipatong Pese a que sus circunstancias vitales no son ya las de su infancia, la fama y el dinero no han cambiado a Mokoena. Es uno de los grandes impulsores de la organización 1Goal, una iniciativa que pretende escolarizar al mayor número posible de niños sin posibles y regresa todos los años a Boipatong, su hogar. En esa ciudad, pero en una vivienda más lustrosa, sigue residiendo María, que pese a ser la madre del capitán de la selección sigue trabajando para la misma familia blanca que hace 18 años. La modestísima casa de su niñez la ocupan ahora su cuñada y sus sobrinos. Cada vez que les visita, Aaron Mokoena no puede evitar acordarse de aquella noche del 17 de junio de 1992, aquel intento inútil de ir al colegio la mañana siguiente y, sobre todo, aquel vestido de niña que le permitió sobrevivir y lucir hoy el brazalete de capitán de la selección sudafricana en el partido inaugural del primer Mundial del continente negro.