En el suelo, en la tierra, dolorido, esta vez de la espalda, crispados los nervios, mustia el alma, Rafa Nadal masticaba el final de la temporada individual en la pista del O2 de Londres. Robin Soderling, el rival psicológico del mallorquín, ése que le impidió revalidar el título en su tierra, en la arcilla parisina, fue él ante quien inició su participación en una Copa Masters para encuadrar en el olvido.

En el hilo de la frustración y la pataleta, tras un año legendario, en el cielo, Roger Federer, decepcionado por perder las semifinales el sábado ante Davydenko, echaba el pestillo y cerraba las puertas de su edén. Atrás, lejos en el calendario, cerca en la mitología, el helvético alzaba los brazos, pura fuerza, inusual muestra de carácter, y ganaba por fin en Roland Garros, el único grande que se le resistía. Soderling no pudo contra el destino. "Eres el más grande en la historia y te merecías ganar este título", afirmó el sueco, simplemente. Después, en Wimbledon, en su casa, en el inicio de la temporada de hierba, la que se apagó en verde oscuro para Nadal, la que relució en azul cielo para el tenista que se apropió de la identidad del mejor de todos los tiempos. El Grand Slam completo y 15 grandes, más que Sampras. Más que nadie.

"Terminar en la cima para mí es fenomenal. Sobre todo por las ganancias de la combinación de París y Wimbledon. Pienso que esos son momentos increíbles en mi carrera", exclamaba más apaciguado el sábado el número 1 del mundo, que este año ha conquistado también el Masters 1.000 de Madrid y el de Cincinnati, además de jugar las finales de los cuatro principales torneos. Asimismo, sólo Ivan Lendl había conseguido lo que ahora ha logrado el helvético: acabar una temporada como número 1 tras haber perdido antes el privilegiado puesto.

Federer saboreaba las mieles del éxito. "Ha sido un año monstruoso", confesó la pasada semana al recibir el trofeo que le acredita como el mejor del curso -tras asegurar por quinta vez el primer lugar del circuito al final de la campaña y estar cerca del récord de Pete Sampras de seis temporadas en la cima-. Y Nadal se agarrotaba después de un arranque apoteósico, como lo fue 2008- incomparable, insuperable para el balear- en Australia, en una final de fábula. El manacorí se impuso a Federer en cinco sets y le devoró psicológicamente, tanto que la reacción física del suizo fueron las lágrimas. Y así se adentraba Nadal en su parcela. El jugador de tierra triunfaba en Indian Wells y ganaba también en Montecarlo y Roma. Hasta que llegó Madrid, por primera vez sobre polvo de ladrillo. La Caja Mágica quería al ídolo local. Y lo tuvo, y lo exprimió, y el jugador explotó. Sobreesfuerzo. Nadal perdió en la final contra Federer -la segunda y la última en la que se han topado las dos mejores raquetas del mundo en 2009 frente a las cuatro en que se encontraron el pasado año-. Y comenzó la debacle. Hundido en Roland Garros, desapareció en Wimbledon y otros tres meses más. Las rodillas del mallorquín chirriaban, y su cabeza, sus ánimos, deambulaban por los suelos.

Nadal ha encadenado cuatro derrotas en sus últimas apariciones de la temporada, a falta de la Copa Davis, de la próxima semana, para la que es duda por sus dolencias en la espalda. No ha ganado un solo set en la Copa Masters. Es la peor racha de su carrera desde que es mayor de edad. No gana un torneo desde abril y no doblega a un Top-8 del ranking mundial desde mayo. Su musculatura, seña de poderío del mallorquín, también ha menguado. El cuerpo de Nadal ha encogido. La cabeza, la fortaleza mental del balear también se ha arrugado. "¿Necesito un pelín más de confianza? Sí, por todo lo que ha pasado, me ha quitado un pelín la confianza, pero trabajando así estando casi cada semana en semifinales, tarde o temprano caerá algún torneo. La experiencia me dice que cuando estoy bien, las opciones de ganar las gano. Cuando uno está jugando y le falta el autoconvencimiento de cuando las cosas van rodadas, que yo he tenido durante muchísimo tiempo y seguiré teniendo pero necesito encadenar unas cuantas semanas buenas. La confianza se gana compitiendo, se gana ganando", reflexionaba ante el inicio de la cita de los maestros el número 2 de la ATP.

Nadal cierra un gris 2009, como lo fue 2008 para Federer -también con lesiones y malos resultados-. En el horizonte, lejos aún, se abre 2010, que reposa todavía impaciente, a la espera del mejor nivel de las raquetas supremas.

la ocasión de los "secundarios" El excelente momento de Federer no ha sido perpetuo, después de su paternidad a finales de julio, su nivel decayó. En un año con Nadal prácticamente fuera de juego, los actores secundarios han ganado peso. El incombustible Novak Djokovic, que ha estado entre los cuatro mejores de la ATP desde el 7 de julio de 2007, ha ganado en este 2009 cinco títulos de un total de 10 finales. Es el tenista que más partidos ha jugado (94), pero le ha faltado destacar, dar la puntilla en las principales pistas. "He sido muy constante, pero no hice un buen trabajo en los Grand Slams, lo cual sí había logrado en las últimas dos temporadas", señaló el serbio. De hecho, sufrió su derrota más temprana en Roland Garros en cuatro años tras despedirse en tercera ronda.

Pero éste ha sido el año de la explosión, de la graduación de Andy Murray. El escocés que sobrevivió a la masacre de Dunblane rompió con el binomio aplastante de Federer y Nadal en la cúspide del ranking y escaló hasta la segunda posición. Fue el primer británico en 38 años en ganar en Queen"s, lo cual le permitió llegar con confianza a Wimbledon, donde alcanzó las semifinales. Fue el primer jugador esta temporada en llegar a las 50 victorias.

Juan Martín del Potro es el otro jugador que ha deslumbrado este año. El argentino, 1,98 de modestia, que todavía tiene mucho que aprender para tutearse con los mejores, asegura, ya se ha doctorado al conseguir su primer grande, el Abierto de Estados Unidos. El de Tandil, quinto del circuito, su mejor posición, hizo claudicar a Federer en el que fue el séptimo enfrentamiento entre ellos y el primero en el que caía el suizo.