¿Qué le dirías a tu madre que no le has dicho nunca? Sobre esta pregunta reflexionaremos largo y tendido tras adentrarnos en La hermandad de las malas hijas, lo último de Vanessa Montfort (nacida en Barcelona en 1975, aunque desde muy pequeña creciera en Madrid).

Es periodista, pero desde pequeña ya escribía. ¿Cuál es el germen de esa pasión por la literatura?

No lo sé, porque es cierto que yo empecé a escribir y a leer ficción a la vez. Mi madre me regaló un diario y yo nunca fui capaz de escribir algo que fuera absolutamente realista en ese diario. Todo lo que escribía eran cuentos basados, evidentemente, en lo que ocurría a mi alrededor, pero los transformaba en cuento, en ficción o en prosa poética. Un día llegué a la conclusión de que probablemente era mi forma de digerir el mundo, porque de otra manera no lo entendía. Cada uno hace la digestión de lo que ocurre de una manera distinta, y yo no asimilaba las cosas si no las pasaba por la ficción, por una metáfora de la situación en cuestión. 

¿Se plantea hacer una antología de los cuentos de ese diario?

No, porque son terribles (risas). Pero bueno, para un niño están muy bien. Sí es verdad que hay muchos temas como la identidad, la inmigración... cuyo germen existe y está contenido en esos cuentos que escribí a los cinco o seis años. Que por cierto, yo ya me autopublicaba con diez u once años. Hacía incluso dos copias de cada libro, los cosía, les ponía portada y contraportada, y se los regalaba por Navidad a mi abuela o a algún miembro de la familia. O sea que yo ya tenía clara la industria editorial (risas). Y de hecho, a mis vecinos les hacía una novela por entregas y les iba dando un capítulo o dos, lo leían y se lo pasaban entre ellos. Nos divertíamos mucho con eso. 

Ahora vuelve a las librerías, tras éxitos como La mujer sin nombre o Mujeres que compran flores, con La hermandad de las malas hijas, diferentes retratos de las relaciones maternofiliales. ¿Cómo surge la idea para esbozar estas historias?

Creo que hay una parte de mí que es periodista, que es la que me documenta, y es la que olfatea los incendios en la sociedad. Y además tengo una facilidad, que yo la llamo mi gran superpoder, que es que todo el mundo me cuenta su vida. Yo hago contacto visual en un bar, y la persona que está al lado es fácil que me cuente su vida. Eso es maravilloso, es una fuente de documentación interminable para una escritora. Y juntando todo, lo que ocurría en mi entorno, a mí misma, a personajes anónimos... empezaba a sentir que había nacido una nueva preocupación, sobre todo en la postpandemia, que es que una generación entera nos dimos cuenta de que nuestros padres se habían hecho mayores o se estaban haciendo mayores. Y la consecuencia de eso es que hemos empezado a intentar acercarnos más a ellos de alguna manera. Estamos más pendientes de sus necesidades, se ven algunos casos de reagrupación familiar, hay quien vuelve a teletrabajar desde la casa de su infancia, e incluso se ha producido ese éxodo de las grandes ciudades hacia lugares más tranquilos... Y en otros casos el intento es traerlos donde estás tú. Pero luego nos hemos dado cuenta de que ese reencuentro no está siendo tan sencillo, porque llevamos mucho tiempo sin hablar profundamente. Una cosa es tu relación de pequeño con tu madre... Esta novela no trata de las relaciones que van bien, mal o regular. Va de buenos hijos que se sienten malos hijos. Hablo de las barreras geográficas, la falta de conciliación, de tiempo... para que los hijos podamos sentirnos y ser buenos hijos; está siendo imposible porque no se tiene en cuenta. Toda esta problemática la quise aterrizar en una novela. Como Mujeres que compran flores quise que tuviera muchos ingredientes emocionales, que tuviera muchos perfiles diferentes, todos los que yo atisbara en esas entrevistas -a veces improvisadas- y acabé creando cuatro prototipos -que no estereotipos-. Así he creado esas cuatro relaciones: madre GPS con hija parque de atracciones, madre fuera de cobertura emocional con hija yonki de afecto materno, hijo droga de una madre yonki, y la madre narcisista y competidora que tiene a esa hija que se siente no deseada porque constantemente se ha sentido maltratada psicológicamente. Pero a lo que voy es a que quería que todos esos personajes aterrizaran en una trama que tuviera mucha ironía, humor y amor, y que fuéramos de la oscuridad a la luz. Esta novela supone un diálogo entre esas dos generaciones para que se empiece a hablar. 

"Luego nos hemos dado cuenta de que ese reencuentro no está siendo tan sencillo"

Aunque siempre serán madre e hijo, parece que hay esa sensación de sobreprotección. Esa reflexión es importante, ¿no? La de hablar de adulto a adulto. 

Es que es una relación distinta. Nuestras madres nos criaron de una manera, pero no se les puede echar la culpa de todo lo que nos pasa. Por supuesto que hay raíces que están en la infancia, y se habla mucho de las expectativas que tienen los padres en sus hijos, pero es que las expectativas de los hijos sobre las madres son brutales. Yo creo que cuanto más se dialogue, y esta novela habla sobre todo de conversaciones pendientes, mejor. Y luego ya, independientemente de la relación madre-hijo, está esa relación de hermandad entre esas buenas-malas hijas, que es una historia de amistad de las que me encanta tratar en mis novelas. En este caso hay una hermandad muy fuerte en este grupo que se tiene que juntar porque parece que sus madres se han metido en un buen lío. Y la hermandad de las madres me ha divertido muchísimo escribirla.