La periodista y escritora bilbaina María Bengoa nos habla, en El mar de Arrigunaga de un escritor laureado al que ella conocía bien, Ramiro Pinilla, que este año habría cumplido su centenario.
En esta nueva novela homenajea a este premio Nadal, premio Nacional de narrativa... ¿Cómo ha sido para usted compartir con el mundo esta historia?
Ha sido un trabajo que yo he hecho sirviéndome de los mecanismos de la ficción, porque para mí la novela es lo que más consigue una apariencia de vida, creando un personaje que tiene unos asideros importantísimos en la realidad, en anécdotas de su vida. Hilvanando esas anécdotas he construido su historia, y ha sido una experiencia muy bonita porque es una manera de compartir algo que yo conocía y que de otra manera no habría estado al alcance de los lectores de Ramiro.
Y han conseguido que la publicación coincida precisamente con este centenario de su nacimiento, un digno homenaje a toda una vida.
Sí. Bueno, yo no me había propuesto que se publicara ahora. Es un buen momento, obviamente, puesto que en el 23 nació y en 2023 hubiera cumplido cien años. O sea que sí, es un momento oportuno, desde luego.
En su opinión, de estas historias de su infancia, ¿cuáles considera que fueron el detonante más absoluto de su pasión por las letras?
Yo creo que su vocación fue absolutamente precoz. Él desde los nueve años deseó escribir, y no solo lo deseó, sino que empezó a escribir muy joven. Él tenía mucha obra inédita antes de que en 1944 publicara una novela policiaca con seudónimo. Siempre escribió. Creo que todo le fue construyendo, todas las adversidades que pasó en la posguerra, pero también la etapa anterior a la guerra, esa etapa feliz de sus veraneos en Getxo. Por eso la playa de Arrigunaga era su lugar mítico. Por eso volvió a Getxo con treinta y cuatro años, ya con dos hijos, y se construyó una casa allí. Y todo, todo le construyó. El pasado es prólogo como dice Shakespeare en La tempestad. Con todo lo que hemos vivido nos construimos un poco a capas, como el paisaje, como la geología. Todo lo que hemos sido, las fisuras de las adversidades, las contrariedades que hemos pasado en nuestra juventud, van conformando la personalidad. Pero para hacer entretenido el relato tengo que ir contando que suceden cosas; sucede que la familia ensobra cromos para una editorial durante dos años que repartían para los niños; sucede que tiene que navegar como maquinista naval, que es lo que estudia un poco en contra de su voluntad porque no es lo que le gustaba pero sí lo que podía estudiar en ese momento... Y todo eso va forjando su carácter. Las novelas nunca las deja. Fue una persona con una vocación extraordinaria desde muy joven.
"El pasado es prólogo como dice Shakespeare en La tempestad"
¿Qué habría sido del mundo de la literatura contemporánea sin las aportaciones de Ramiro Pinilla?
No lo sé, la verdad. Pero desde luego su trabajo y su talento ha dado lugar a una obra importantísima y muy significativa para el País Vasco. La gran novela del País Vasco de la creación de la riqueza en el País Vasco es la trilogía de Ramiro que es Verdes valles, colinas rojas. Pero luego tiene una novela dedicada en gran medida a su pasión por el Athletic... Otra, que es La higuera, que habla de los enterrados en las cunetas de la Guerra Civil. Realmente era un narrador de un talento descomunal. Su aportación es muy importante a la literatura en general, pero a la del País Vasco también. Porque todo lo ambienta en su Getxo mítico y en el entorno.
"Realmente era un narrador de un talento descomunal"
Hablando de la guerra, él la vivió a una edad bastante temprana. ¿Qué le contó de esos años?
Bueno, él siempre dice que él lo vivió a los trece años como algo muy bonito, porque dejó de ir al colegio. Los niños son niños, y aquel año estuvieron más meses en Getxo porque no tenían colegio. Lo vivió desde esa inocencia, un poco. Pero claro, luego las consecuencias de la posguerra fueron muy duras para la familia, porque además la familia era republicana. Entonces, realmente fue un choque tremendo. La felicidad anterior a la guerra se convirtió en la dura posguerra de los 40 y los 50.
En esos años, lo que vemos es que el paisaje de las ciudades y de los pueblos cambia bastante. Ha cambiado en las últimas décadas. ¿Hasta qué punto lo siente así?
Los años en los que sitúo la novela yo no estaba en el mundo, por lo que he tenido que hacer un importante esfuerzo de documentación y de imaginación. Y en mi propia experiencia vital yo he visto cambiar muchísimo mi ciudad, por ejemplo, Bilbao. Para mí ha cambiado muchísimo, y es un cambio provechoso y al que saludo con felicidad, porque me parece que hoy es una ciudad maravillosa la que tenemos, aunque también me gusta la arqueología industrial. No podemos olvidar los orígenes del pasado.
Después de echar la mirada, precisamente atrás, toca mirar hacia delante. ¿Qué le depara el futuro?
Sigo escribiendo. Tengo alguna otra cosa en marcha. A mí escribir me ha gustado siempre, no es algo nuevo. Lo que pasa es que ahora es cuando parece que me he atrevido con algo que hace un poco más de ruido, también por la vinculación con un escritor inmenso como es Ramiro. Me ha permitido estar un poco más de tiempo a su lado el escribirlo. Para mí eso también ha sido un subproducto muy bonito.