Erigido en uno de los principales protagonistas de la abstracción vasca a mediados de la década de 1960 –si bien hasta ese momento había desarrollado su trabajo como pintor– tras su participación en el grupo Gaur (1966) José Luis Zumeta comenzó a trabajar relieves, sinuosas composiciones coloristas de madera, aluminio o hierro policromado. Zumeta ya mencionaba entonces su intención de trabajar una pintura-escultura que tendría como objeto no casas particulares, sino ‘fábricas, entidades oficiales, jardines públicos’.
En 1968 realizó su primer mural público en Irun, una composición de mármol y granito; pero fue en 1972 cuando abordó su proyecto más ambicioso en cerámica vidriada, con la que no había trabajado con anterioridad. Se trató de una compleja empresa de carácter experimental, debido a sus grandes dimensiones, que ocupaban la totalidad de la parte trasera del frontón municipal de Usurbil, y a que el propio proceso de la cocción no permitía al artista controlar por completo el resultado final.
En un contexto de gran riqueza creativa directamente vinculado con la vanguardia en el entorno del movimiento cultural Ez Dok Amairu, surgió la posibilidad de realizar un gran mural cerámico en la pared desnuda que había quedado frente a un terreno a urbanizar debido a la construcción de nuevas viviendas en el entorno. Aprobado por el Ayuntamiento el proyecto, Zumeta viajó a Zaragoza junto a los concejales Xabier Pikabea, Joxe Antonio Altuna y Felix Aizpurua, liderados por Pedro Sancristóval, amigo usurbildarra de Zumeta y quien sería director-gerente del Consejo de Cultura de la Diputación de Álava, donde compraron un horno eléctrico de segunda mano para la realización del mural.
Zumeta definió una detallada metodología de trabajo y distintos procedimientos específicos para la creación del nuevo mural. En un primer momento realizó, a modo de boceto, un óleo a una escala 1:15 cuyos trazos básicos trasladó a un soporte de papel en el que organizó la composición en 16 áreas que, a su vez, llevaría a escala real al suelo, donde situaba y montaba, por partes, las piezas de barro; en torno a doscientas piezas por área. La realización, las piezas y su posterior montaje ocupó a Zumeta un año: entre abril de 1973 y abril de 1974.
Los primeros seis meses los dedicó a trabajar el volumen y estuvieron marcados por la incertidumbre del resultado del bizcochado. Creó unos moldes de madera, a modo de bastidores, para conseguir piezas de 21x25 centímetros de superficie y una altura de 15 centímetros en los que insertaba la materia, que rebajaba a distintos niveles. Conscientes de que el proceso se alargaría en exceso debido a que el horno necesitaba mucho tiempo para obtener altas temperaturas, el bizcocho –esa primera hornada cuyo objeto es endurecer el material– se realizó en la fundición Luzuriaga de Usurbil en solo dos tandas, lo que adelantó de manera significativa esta primera fase, que se desarrolló hasta otoño de 1973. La segunda fase, la hornada con el vidriado, se realizó ya en el horno eléctrico ubicado en el local donde Zumeta trabajaba el material, proceso para el que necesitó otros seis meses en los que realizó una hornada diaria. El artista contó con la colaboración de Remigio Alkorta, un trabajador ya jubilado de Usurbil.
Utilizaron un total de 18 toneladas de barro, de tono ocre claro, con el que el artista creó las 3.000 piezas que cubren los 145 metros cuadrados que ocupan la pared del frontón. Los colores, que aplicó con brocha, rodillo y pistola –materiales industriales de la marca Blythe– fueron adquiridos en Castellón. Si bien antes de insertarlos al horno los tonos eran un tanto oscuros, al salir del mismo obtenían un resultado brillante y vivaz que quedaba inserto en el material como si fuera vidrio. El montaje de las piezas sobre el muro necesitó de andamiaje y fue realizado por Joxe Elortza y Pello Muguruza, amigos del artista. Antton Elizegi realizó a lo largo de los meses que duraron los trabajos un completo reportaje fotográfico que registra con detalle sus distintas fases. Una amplia selección fue publicada, con una moderna maquetación de Leopoldo Zugaza, en la revista Gaiak (1976).
Zumeta nunca fue amigo de traducir en palabras su obra plástica. Su punto de partida era siempre intuitivo y buscaba afirmar su reacción primaria, el golpe de azar que definiera su singularidad, a partir de la negación de lo conocido, para lo que necesitaba comenzar en vacío. Así fue en el caso del mural de Usurbil, donde logró de manera exitosa trasladar la fuerza y frescura de la pintura original –un lienzo de pequeño tamaño– a la gran trasera del frontón. Desde la plena libertad de ideas y formas, desarrolla una abigarrada estampa de ritmos vibrantes en los que una compleja variedad de elementos flotantes y biomorfos se relacionan entre sí y resultan, al mismo tiempo, en una gran explosión de color. Junto a esta potente imagen de formas zigzagueantes e intensos rojos, verdes y amarillos destaca el carácter volumétrico del mural.
Se trata de uno de los ejemplos más sobresalientes del lenguaje maduro de Zumeta, definido entre finales de los sesenta y primeros setenta, a partir de una abstracción informalista que resultaría, junto al imaginario de Eduardo Chillida y Jorge Oteiza, en una nueva iconografía popular que supo vincular lo vernáculo con las últimas tendencias de vanguardia en el contexto del renacer cultural del País Vasco. Tras su finalización, Zumeta diseñó frente al mural la posteriormente bautizada como Mikel Laboa plaza, donde incluyó juegos infantiles y un diseño articulado a partir de geométricas básicas y el uso de pequeños graderíos abiertos con objeto de definir un espacio público participativo que facilitara la identificación comunitaria y simbólica.
Desde hoy, las salas de exposiciones municipales de Usurbil acogen una muestra comisariada por Usoa Zumeta a la que acompaña una cuidada publicación con materiales que ilustran el proceso de creación de uno de los proyectos artísticos públicos más importantes del País Vasco.
El apunte
Descripción. Junto a esa potente imagen de formas zigzagueantes e intensos rojos, verdes y amarillos destaca el carácter volumétrico del mural.
La cifra
18
Fueron necesarias 18 toneladas de barro, de tono ocre claro, con el que creó las 3.000 piezas que cubren los 145 metros cuadrados que ocupan la pared del frontón.