Su última visita fue en 2018. Este sábado, a partir de las 21.00 horas y todavía con algunas entradas disponibles, Sho-Hai regresa a la sala Jimmy Jazz. Lo hace para presentar su tercer disco en solitario, un Polvo publicado este año y con el que el músico zaragozano vuelve a la carretera después de la pandemia y de la pérdida de su hermano.
Toca empezar una nueva gira. ¿Nervios o la experiencia es un grado?
Hermano, no te cuento la de nervios que llevo (risas). Parezco nuevo en esto. La gente se sorprende. Te dice: ¿pero todavía te pones así antes de los conciertos? Pues sí y al principio de una gira, aún más. No es que vayamos con dudas sobre el show. Para nada. Pero siempre parece que es la primera vez que haces una gira. También te digo que a Vitoria voy más contento que nervioso y la felicidad puede con todo.
A pesar de todo lo que ha sucedido en los dos últimos años, también en el plano personal, lo cierto es que en ‘Polvo’ se encuentra uno con un Sho-Hai bastante optimista o es la impresión que da.
Sí, sí, estoy de acuerdo. A pesar de esta época de oscuridad que todos hemos vivido, algunos más que otros dependiendo de las circunstancias que hemos tenido cada uno, he preferido darle un giro a la tortilla. Podía haber hecho el disco más oscuro de mi vida, pero no quería caer en ese pozo. Busqué una luz, también obviamente con la ayuda de familia, amigos y demás, y para arriba. Podía haber hecho el disco más oscuro y ha salido el más optimista. Incluso el más dicharachero.
Tras estos dos años, todavía parece que cuesta un poco volver a recuperar al público. Ahora que comienza gira, ¿le preocupa?
Llevo dos años parado y aunque solo haya una persona, para delante (risas). Es verdad lo que dices, hay una cierta incertidumbre y al empezar una nueva gira, eso está presente, quieras o no. Te preguntas cómo va a reaccionar la gente porque es cierto que hay personas con cierto miedo pero también que hay mucho público con unas ganas tremendas. Este año hemos hecho cuatro festivales que se quedaron aplazados por el confinamiento, y esas ganas las hemos notado muy claras. También te digo una cosa: no quiero pensar mucho en eso. Quiero tener toda mi atención en que la gente que venga se lo pase bien, que yo también disfrute, y que salga un buen show.
¿Qué espera de ‘Polvo’, qué le tiene que dar en esta época tan rara, en la que además los discos tienen una vida tan corta?
No solo pasa en la música, todo parece superefímero. De momento, las vibraciones que me están llegando de la gente están siendo muy positivas. Están llegando muchas felicitaciones. De hecho, hasta estoy recibiendo mensajes de colegas de toda la vida con los que no hablaba desde hace un tiempo. Que dices: joder, no me han dicho nada en los dos discos anteriores y ahora sí; qué pasa, ¿no les gustaron a los cabrones? (risas). Ahora vamos a ver qué pasa con la gira en salas, cómo responde la gente. Parece que para el arranque de la gira, la venta anticipada se está animando mucho, aunque es cierto que, de un tiempo a esta parte, se ve que la gente espera mucho al último momento. Es más, yo también lo hago muchas veces.
Es volver a la carretera, a la furgoneta, a ir de un lado para el otro... Un veterano del Vietnam como usted, ¿dónde encuentra nuevas motivaciones para volver a meterse en esta vorágine?
Como en casa no se está en ningún sitio, eso está claro (risas). Mira, lo primero es que por fortuna, el equipo que vamos en la furgoneta está formado por gente que es amiga. Nos conocemos de hace muchos años y antes que compañeros de trabajo, somos amigos. Y qué quieres que te diga, esto lo podemos decir todos: ir con tus amigos de viaje, siempre está bien. También te digo que hay mucha gente que piensa que esto es todo guay, que conoces un montón de ciudades, haces turismo y esas cosas. Yo no conozco casi ninguna (risas). Voy, doy el bolo y a seguir. Como mucho, me compro dos postales para conocer el lugar y poco más. Claro, que luego estás en gira de un lado para el otro, paras unas semanas y ya te entra el nerviosismo. Es que esto nos gusta, nos lo pasamos muy bien y nada puede igual la satisfacción que sientes cuando acabas un concierto y sabes que has hecho las cosas bien. Estar en un escenario y ver al público que se sabe tus letras, te llena el alma. Me puede lo sentimental, aunque también está que hay que comer y pagar facturas (risas).
Son conciertos en los que hay público de la época de Violadores del Verso, espectadores que ya pasan los 40, pero también gente muy joven.
Gracias a Violadores del Verso creo que siempre hemos tenido un relevo generacional. A mí, aquí en el barrio, hay chicos de 15 años que me saludan y yo pensando: ¡pero si deberías estar escuchando a Quevedo o Rosalía! (risas). Es increíble llevar 25 años en la música y ver que la gente te sigue respondiendo. Eso es maravilloso, es un logro que es una auténtica pasada.
No quiero llamar viejo a nadie...
Lo soy, lo soy, no te preocupes. Un dinosaurio (risas).
Pero hay generaciones de raperos que siguen saliendo en las que se nota la huella de grupos como Violadores del Verso. ¿Orgullo?
Pero antes que nosotros hubo otros. Ahí tienes a 7 Notas 7 Colores, El Club de los Poetas Violentos o La Puta Opepé. Nos enseñaron muchas cosas. A lo mejor cuando salió Violadores del Verso sí que significó, en cierta medida, un antes y un después en, por llamarlo así, la industria. Claro, hacíamos giras en las que petábamos todos los escenarios. Hasta nosotros mismos decíamos: pero si no somos tan buenos (risas). Lo guapo es que a día de hoy somos amigos, somos la familia, y para mí es lo más bonito de toda esta historia de la música.