Desde que estaba en el instituto, Jon Bagüés (Errenteria, 1955) tenía claro que iba a dedicar toda su vida a la música. Tras formarse en Donostia y Barcelona, el musicólogo y archivero participó en la constitución de la sección de Música de Eusko Ikaskuntza junto a José Luis Ansorena, al que también acompañaría en Eresbil, el Archivo Vasco de la Música. Allí pasaría de ser técnico a director durante 20 años, hasta su jubilación hace dos. Ahora, Eusko Ikaskuntza quiere homenajear toda esta trayectoria con el Manuel Premio Lekuona 2021, que recogerá hoy lunes en Errenteria.

¿Qué supone para usted un reconocimiento como este?

–Estoy un poco abrumado por los compañeros que lo han ganado previamente. Es un premio a toda una vida dedicada a la cultura en Euskadi y da responsabilidad estar en ese grupo. Estoy agradecido y siento que, de alguna manera, me obliga a no bajar la guardia, a seguir al pie del cañón.

Su trayectoria es de las más completas en cuanto a dedicación a la música en Euskadi.

–Bueno, hay muchas más (risas). Tengo un perfil muy concreto dedicado al patrimonio y a la conservación, que he combinado con el ejercicio de la música en otros aspectos, aunque no en todos los que hubiese querido. Si hubiese tenido más formación, seguramente habría hecho otras cosas.

Estudió Filosofía y Letras antes de pasar a la música.

–Empecé a estudiar en Donostia, en la EUTG, la filial de Deusto. En mi carrera pasé por tres planes de estudio diferentes. Primero tuve que elegir entre Griego y Árabe y escogí árabe porque venía de ciencias. En COU decidí que la Física y la Química no iban mucho conmigo y que prefería la Historia.

Y de la Historia, ¿a la música?

–Ya en un trabajo de Latín, cuando estudiaba en el Instituto Usandizaga, hablé de la música en Grecia y Roma. Entonces me di cuenta de que me gustaba saber cómo había sido la música en otros periodos y que en Donostia no había ninguna biblioteca que tuviese material para estudiarla. Eso es algo que me pasó también en la EUTG, cuando hice otro trabajo sobre la música en la Edad Media. El que era decano entonces insistía en que yo hiciese Filología Vasca para quedarme allí, pero quería irme a Barcelona a estudiar Historia del Arte porque enseñaban Historia de la Música. Fui allí con las ideas bastante fijas.

Cuando volvió formó parte de la constitución de la sección de Música de Eusko Ikaskuntza en 1979.

–Eso fue con José Luis Ansorena. Coincidí en el tiempo con la recuperación de Eusko Ikaskuntza acompañándole a él, que fue elegido el primer presidente de la sección, que al principio era de Música y Folclore y después se decidió separarlas. Yo estuve ayudándole por detrás. De Barcelona había venido con una orientación hacia los archivos al estar en bastantes centros religiosos con mi profesor Francesc Bonastre catalogando los fondos musicales. Me entró el gusanillo de trabajar más con ellos y por eso mi tesina la hice en Arantzazu, donde pude entrar gracias a Ansorena. No sé cuántos años después, es un tema que no tengo terminado (risas). El archivo de Arantzazu está dividido en dos, el antiguo y el moderno, y tengo cierto compromiso moral con los franciscanos, por lo que voy a tener que volver (risas).

Imagino que esa sección de Música sería el primer cimiento para rescatar los archivos vascos.

–Exacto. Antes de la guerra, la sección había tenido mucha importancia gracias a Aita Donostia, que había sido el padrino religioso de Ansorena. Él recogió su testigo, empezó a trabajar mucho con los archivos y se le ocurrió fundar Eresbil en el año 1974. Era un trabajo complementario con el que descubrir obras de compositores vascos y catalogar los archivos que estaban todavía sin hacerse.

¿Cómo fue esa búsqueda? ¿A qué puertas se dirigieron?

–Ansorena era capuchino, así que tenía fácil la entrada a los ámbitos religiosos. Donde más se ha conservado la música es en las iglesias, ya que ha sido la institución que más la ha trabajado. Nosotros en Euskadi no tenemos otra. Además, aquí no hubo catedrales hasta el siglo XIX en Araba y en el XX en Gipuzkoa y Bizkaia, lo que significó que muchos compositores tuvieran que ir fuera de Euskadi. Por ello, tuvimos que indagar en los archivos de aquí, y en los de fuera.

Todo ese material, ¿se enviaba ya a Eresbil?

–Se iba filmando o fotocopiando y se traía a Eresbil. También se contactó con otros musicólogos como el padre López Caro o Dionisio Preciado para gestionarlo. Todo esto empezó en 1974, mientras que yo termino en Barcelona en 1977 y me uno a Ansorena después de hacer la mili, aunque todavía no había una plantilla fija. No fue hasta 1986 cuando el Gobierno Vasco entró en el patronato, más o menos con la estructura actual, y se creó una plantilla con Ansorena, Mari Carmen Martínez como secretaria y yo como técnico, donde continué hasta el 2000, cuando pasé a ser director.

Quizás los 20 años que ha estado al frente sean los de más cambios.

–Al material que conseguíamos de instituciones religiosas, se empezaron a acercar familiares de compositores fallecidos para dejar todo sus fondos en Eresbil. Así fue creciendo hasta los 200.000 que hay hoy en día. En los 90 se puso en marcha el proyecto de rehabilitar una antigua fábrica de tornillos en Errenteria para convertirla en una fábrica de cultura y se inauguró la nueva sede en el 2000, año en el que se me nombra director, por lo que me toca no solo el proceso de diseñar el espacio, sino también de establecer la estructura documental y de personal.

¿Cómo era el espacio en el que se albergaban los documentos antes del cambio a Niessen?

–Era un espacio en el que hacíamos lo que podíamos. En la nueva sede tenemos dos plantas, una pensada para conservar documentación en papel y otra para audiovisuales, con una temperatura más baja. Cada tipo de material tiene su problemática de conservación.

En 2015 los fondos ya habían crecido en un 40%. No sería nada sencillo dar cabida a todos estos nuevos materiales.

–En poco tiempo crecimos mucho. Cuando les enseñamos la nueva sede a muchos familiares de compositores, quedaron muy tranquilos pensando que sus fondos iban a estar mucho mejor aquí que en sus casas. Así es como nos empezaron a llegar fondos como el de Beltrán Pagola, Jesús Guridi o Usandizaga. Eran fondos que los familiares conservaban con mucho celo.

Y en medio de esta avalancha de fondos llegó la digitalización.

–Recuerdo que mientras hacia las prácticas de especialización en el Conservatorio de Madrid, vino de Viena un compañero diciéndonos que en la biblioteca de allí tenían un ordenador que era una pasada (risas). Era el año 1983 y fue cuando me di cuenta de que nosotros también teníamos que tener uno. Los ordenadores nos han cambiado por completo nuestra vida.

Gracias a ellos, cualquier persona de cualquier punto del mundo puede comunicarse con ustedes.

–El correo electrónico cambió el nivel de accesibilidad. Antes tenías que venir aquí para consultar cualquier documento y ahora mucha gente mira primero las bases de datos y luego se ponen en contacto con nosotros para que le enviemos una copia digital. Por lo tanto, no pisan el archivo. De todas maneras, yo suelo animar a la gente a que venga a Eresbil, porque pasa como con las librerías de material antiguo, en la que si pides una cosa te responden que no hay, pero si te pones a mirar en las estanterías encuentras un montón de cosas que te interesan.

No obstante, la digitalización también ha llevado nuevos riesgos. ¿Cómo los fueron superando?

–Es algo que no hemos acabado. Sigo pensando que, según avanza la tecnología, la documentación es más frágil. Nosotros tenemos un pergamino del siglo XIII que desde el punto de vista de conservación es el mejor. El papel del XVII o el del XVIII es mucho más duro que el del XIX, que es papel de periódico. Y lo digital es lo más débil de todo, porque por mucho que estés pagando a una empresa para protegerlo, si esa empresa quiebra, la nube desaparece, lo que obliga a tener una política de discos de conservación. Aún así, quien te dice que la tecnología de hoy en día pueda seguir sirviendo en 20 años.