Detrás del proyecto cultural y empresarial que desde hace unos cuantos años se viene estructurando en torno a la sala Jimmy Jazz hay muchas personas y muchas apuestas, desde la sala Kubik hasta la realización de giras y festivales dentro y fuera de tierras alavesas. Un trabajo que en los últimos dos años ha sido casi imposible por la pandemia y las medidas adoptadas en torno a ella en cada momento. De hecho, ahora, "casi cuando vamos a cumplir 24 meses de situación excepcional, volvemos al punto de salida", es decir, al cierre. En teoría, este último paréntesis debería terminar el día 28, pero la confianza en que sea así es nula. Tampoco nada se sabe de posibles ayudas por parte del Gobierno Vasco tras las últimas decisiones del LABI. Solo hay rumores, pero ninguna certeza. Y ante ese panorama, Iker Arroniz no descarta volver a poner en marcha el proyecto de Kultura Bizia, no solo mirando al Iradier Arena sino también a espacios al aire libre como Mendizabala.

A final de este mes, cuando en teoría terminan las restricciones, tanto Jimmy Jazz como Kubik tienen programadas actuaciones, pero nadie sabe qué va a pasar.

-Ahora estamos pasando por una situación que ya vivimos en marzo de 2020. Hemos vuelto a tirar para atrás conciertos que estaban planteados en el formato real de la sala, hemos regresado a hacer procesos de devolución y a todo lo que implica este escenario. Esto ha sido como un mazazo. Casi cuando vamos a cumplir 24 meses de situación excepcional, volvemos al punto de salida. En nuestro caso es volver a esos tres meses que estuvimos cerrados. Según pasan los días, tenemos más claro que tanto el fin de semana del 29, como los dos siguientes, posiblemente se van a caer. Tenemos grupos con los que vamos a tener que buscar fechas a tres o cuatro meses vista en huecos de la agenda que no sabemos ni dónde vamos a encontrar. Todo esto nos tiene un poco atenazados. Además, es volver a que cada una de las dos salas tenga de nuevo a casi todo su personal de ERTE. Solo se ha quedado un pequeño grupo de personas que tiene que seguir en administración y programación con un volumen ingente de problemas que hay que solucionar. No es trabajar para mirar hacia delante. Es estar achicando agua en un barco que no se termina de hundir del todo pero en el que llevas un montón de tiempo con el agua hasta el cuello.

Justo en el periodo anterior, en otoño, hay otra restricción como la del pasaporte covid que genera muchos problemas. ¿Por qué tienen que ser los espacios culturales privados los que pidan, en este caso, un certificado sanitario?

-Es una medida que llega tarde y que no lo hace en positivo, sino en negativo y en impositivo. Es algo que va básicamente a dificultar a un porcentaje de gente que, si son ciertas las estadísticas, es muy poco significativo a día de hoy. Nosotros lo tenemos que pedir porque estamos obligados a ello, ya que si no, sufrimos una sanción económica, pero no vemos ni que ayude ni que vaya en esa línea de medidas en positivo. Esto se plantea casi como una guerra. Pero es una pandemia, una cuestión de salud y cualquier medida, aunque sea restrictiva, tendría que plantearse siempre desde una actitud positiva, desde una posición de que el colectivo, la sociedad, reme hacia ahí. Eso no ha pasado. A eso le sumo esa sensación que tenemos en el sector de que casi todas las medidas en negativo y en restrictivo se están aplicando cada vez más en los más débiles, lo más pequeños, de los que ya quedan pocos. Ves que no hay una ley de teletrabajo, que no se implementan medidas como que en el transporte público sea obligatorio una FFP2 y otras cosas. En cambio, casi todo se dirige al ocio nocturno, que para nada es un sector supergigante, al sector de los eventos en vivo, y a los chavales, y ahí tienes lo que está pasando con el deporte escolar. Es ir a los que son pocos, a los que ya están muy machacados, y a los que están más indefensos. Es como David contra Goliat, solo que en este caso el gigante gana. Medida que te meto, medida que la gran mayoría apoya porque, en el fondo, solo afecta a unos pocos, y parece que eso les está siendo rentable de cara a la opinión pública. ¿Esas medidas están siendo realmente efectivas? ¿Están sirviendo para algo? ¿O la pandemia, con sus subidas y bajadas, sus valles y sus olas varias, habría sido idéntica aunque el ocio nocturno, aunque los conciertos, aunque el deporte escolar hubieran seguido existiendo? El sector tenía el pasaporte covid en mente allá por abril de 2021. Incluso había una sensación de venga, vamos a impulsar esto, convenzamos a la gente de que esto va a ser positivo, de que nos va a servir para salir de esto. Pero no se hizo. Se esperó a que en la CAV hubiera un 90% de la población mayor de 18 años vacunada. Y todo esto enmarcado en un discurso que parece instaurado a nivel general.

¿En qué sentido?

-Ahí tienes Canadá que quiere poner un impuesto a los no vacunados. En Italia quieren que sea la vacuna obligatoria a partir de los 50 años. En Francia... Y todos los discursos son en negativo, siempre contra alguien, haciéndote ver que eres el culpable. Eso ha derivado en normativas que casi nadie entiende. El problema, desde el principio, se tenía que haber planteado en otros términos mucho más positivos, amplios, de convencer a la gente ofreciendo información veraz y transparente para animar a todo el mundo a remar. El sector de la cultura ha sido ejemplar en ello. Ha sido muy realista en cada momento. Pero ante eso nos encontramos, por un lado, con un proceso de deshumanizar los espacios, sin plantear cosas en positivo en cuestiones como sistemas de renovación de aire, por poner un ejemplo. Y, por otro, con ese discurso constante de la culpa es tuya. Que no, que no es de nadie. No es que tengamos el anhelo de recuperar nada anterior a marzo de 2020. Solo apostamos por recuperar las relaciones sociales, los encuentros entre seres humanos, el disfrutar con un concierto o con una representación escénica o lo que sea, siendo conscientes de que vivimos una situación nueva, que es una pandemia. Después de dos años, tendríamos que ir aprendiendo, acoplándonos, pero estamos siempre con: nada de conciertos, nada de deporte escolar, nada de juntarse más de cinco... Todo no es blanco o negro en la vida. Nos han enseñado siempre que hay millones de grises. Pues vayamos a jugar con esos grises. Seamos, a la vez, flexibles, sinceros y honestos. Y si llega otro momento en el que esto se nos va y hay que cerrar, pues se cierra. Pero, claro, en otro escenario.

Con ayudas, ¿verdad?

-En Cataluña llevan dos semanas más de cierre que nosotros. El primer día que se cerró, a todas las salas les llegó una carta en la que se les decía que iba a haber ayudas. En nuestro caso, es un runrún que existe, que escuchamos algunas veces, pero llevamos tres semanas y no tenemos ni un papel que diga que va a haber. No hay ese compromiso público. Esas cosas son las que hacen que vivas como en una montaña rusa emocional.

Tampoco creo que se espere que esas ayudas vayan a solucionar todo.

-Ni mucho menos. Es como lo del barco que te decía, van a servir para que si tienes tres agujeros, tapes uno. Tendrás que seguir achicando, pero bueno. Igual así consigues que no se hunda del todo.

Salvo ese paréntesis de dos meses y medio en otoño, y después de todo lo que ha pasado durante estos dos años, ¿cómo se puede plantear cualquier espacio cultural privado un futuro?

-Tengo la sensación de que todo lo que es la música en vivo y el ocio nocturno se entiende casi como entre el sol y la luna, es decir, que todo lo que sucede cuando está la luna es algo en retroceso, que ni se apoya, ni se vertebra, y que se mezcla muy fácil con cosas negativas. Todo eso va haciendo mella y son otro tipo de formatos los que van tomando más presencia. Detrás de eso hay una mercantilización de la cultura y, de alguna forma, hasta de la propia hostelería. Se va perdiendo el concepto de lugares de encuentro en favor de un consumo más de alto nivel, para los que más tengan, en sitios turísticos o bonitos, en horarios de día. A veces tienes la sensación de que poseemos pocas herramientas para remar a la contra. El resultado es que, por ejemplo, no hay espacios donde empiecen las bandas. Precarizamos las condiciones de un sector que tiene todo el derecho del mundo a poder trabajar y tener un sustento. Lo que antes costaba un esfuerzo X, ahora cuesta lo mismo pero multiplicado por 20. Luego nos preguntamos las razones que llevan a que todos los grandes artistas sean anglosajones, o a que solo escuchemos determinados tipos de música, o a que todo esté tan homogeneizado. Pero es que no se impulsan cosas desde la heterogeneidad, desde lo pequeño. Para el sector de la cultura, también de las salas de conciertos, todo eso es un tsunami al que tienes complicado parar. Como mínimo, te empapa.

Ante todo lo que está pasando, ¿nadie ha planteado, por ejemplo, una huelga o acciones de protesta en la calle?

-Hay que partir de la base de que hablamos de un sector muy precario. En condiciones laborales, superprecario. Aquí pensamos muchas veces que somos diferentes, pero en realidad deberíamos mirar más a nuestros hermanos de Baiona o Biarritz. Creemos que hacemos las cosas de otra forma o que tenemos una cobertura mayor, que en realidad no existe. Eso hace que las fuerzas del sector sean muy débiles y que organizarnos, más allá de tener una comunicación fluida, cueste. A nivel institucional se nos hace caso, pero el justo. Y antes, todavía menos. Hacer una huelga es algo que habría sufrido un público al que justo lo que le estamos diciendo es: somos seres humanos igual que vosotros, volver a nuestros espacios, que son seguros y queremos hacer esto entre todas y todos. Por eso, lo de la huelga no lo veo. Y el haber ido a un discurso muy ayusista de la libertad y esas cosas, es una trampa gigante. Sí que siento que los medios de comunicación nos han hecho caso pero a veces a trompicones, según la normativa. Pero más allá de lo que se hizo con Alerta Roja, o de esa presencia en los medios o en las redes, creo que sí se ha escuchado nuestra voz y nuestras reflexiones. A partir de ahí, lo que hemos hecho, enlazando con lo que preguntabas antes de mirar al futuro, es mucho trabajo interno, quedándonos poquitos, tirando del carro, dejando que parte de nuestros equipos desaparezcan pero teniéndolos un poco unidos. Para eso, por ejemplo, nos ha servido el proyecto de Kultura Bizia. Nos ha servido, como mínimo, para generar energías. A veces pienso que es como mover la rueda de un hámster. Son pasos que nos sirven en parte para que los eslabones más débiles del sector no terminen de buscarse otro trabajo que les saque de todo esto. Pero no podemos perder de vista que si hace dos años las condiciones eran precarias, hoy lo son mucho más.

Más allá de cómo ha comenzado, la impresión es que 2022 tiene que ser un año sí o sí de recuperación porque otros doce meses así no los aguanta ninguna estructura.

-Lo que pasa es que nos hemos repetido tanto en el sector que 2022 era el año en que todo arrancaba, que ahora estamos viendo todo tan negro como cuando estábamos, no sé, en verano. Si 2022 es una copia exacta de 2021, posiblemente muchas salas se las quedarán los bancos. Si hubiese una apuesta clara de sostenernos desde las instituciones, de apoyar la música en vivo y a los recintos donde se realiza, el escenario podría ser distinto. En una mesa donde estuvieran el sector y las instituciones se podrían buscar puntos de encuentro muy fáciles. Es que en el País Vasco no hay 500 salas de conciertos. Hay 16. Y de locales de ocio nocturno, que están en la cuarta categoría de licencias, estamos hablando de otros 25. No hablamos de más.

En principio, el proyecto de Kultura Bizia en el Iradier acabó el pasado 9, entre otras cosas porque la lógica decía que a estas alturas, las salas iban a poder trabajar con aforos al 100% y más o menos con normalidad. Pero, ¿y ahora qué? ¿tiene sentido volver?

-Si la limitación de aforos y alguna otra normativa se mantienen, sí. ¿Cómo se puede hacer ese proceso toda vez que está cerrado? Es lo de menos. Todavía Kultura Bizia tiene que realizar una asamblea para reflexionar y hacer una valoración. Será una reunión que se producirá seguramente a mediados o finales de febrero, que seguramente será un buen momento para ver hacia dónde caminan las restricciones porque no creo que vayamos a estar en las condiciones que se fijaron en octubre de la noche a la mañana. Viendo como estén las cosas, igual hay que plantearse recuperar un proyecto así. Lo que pasa es que la ciudad tiene sus carencias de recintos y de dinámicas. De todas formas, más allá de la pandemia, es evidente que la ciudad necesita urgentemente un recinto multiusos en condiciones. Además, creo que la inversión es ridícula con respecto a los proyectos faraónicos que se presentan siempre aquí. Sería un proyecto que le haría mucho bien al sector cultural. Pero cuando estás en ese punto en el que crees que se va a afrontar por fin ese debate, llega todo lo que está pasando, que es como un sopapo de aquellos de Bud Spencer, que hace que digas: espera que igual resulta que estoy como en enero de 2021 y tenemos que volver a lo mismo.

¿Y sería posible volver a la idea original de Kultura Bizia de ir a espacios abiertos, en concreto a Mendizabala?

-Es algo que se quedó en el aire en su momento, pero la idea de recuperar un espacio al aire libre es algo que, por lo menos en los equipos de Jimmy Jazz y Kubik, sigue presente. Tenemos claro que en esa asamblea de Kultura Bizia se hablarán de estas cuestiones, que es el lugar donde lo tenemos que hacer porque es ahí donde estamos todos juntos, que es lo más bonito de todo esto. En Gasteiz y en Araba hemos conseguido generar un proyecto en el que se han generado muchos eventos, y en el que han tomado parte muchas empresas y agentes culturales. Tenemos la sensación de que ha servido. Y si se cumplen los peores augurios, es evidente que nos tendremos que plantear un Kultura Bizia 2.0.

Por cierto, ¿se ha podido ir a alguna actuación o acto cultural siendo capaz de desconectar de todo lo que está pasando en estos 24 meses?

-He hecho menos de lo que quería, pero sí. Pude ir a Ombra, un festival barcelonés de darkwave y electro. Y pude volver a vivir determinadas sensaciones. La verdad es que he estado mucho en el rock y en las músicas amplificadas, y, con los años, me he ido un poco hacia la electrónica, aunque suene contradictorio. Pero también tuve la sensación de que si ya de por sí la parte de músicas amplificadas está sufriendo lo suyo en esta situación, lo del mundo de la electrónica, aunque se hayan seguido sacando producciones, es la absoluta ruina. Eso sin perder de vista que, aunque no pasa así en el resto de Europa, en el Estado si hay algo que se asocia exclusivamente con las peores cosas de las que podamos hablar es la electrónica.

"Si se cumplen los peores augurios, nos tendremos que plantear un Kultura Bizia 2.0"

"Si hace dos años las condiciones laborales eran precarias, hoy lo son mucho más"

"El de las ayudas es un runrún que existe pero van tres semanas y no tenemos ni un papel que diga que va a haber"

"Es evidente que la ciudad necesita urgentemente un recinto multiusos en condiciones"

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