Martina Nuatina, su personaje habitual, descansa por un rato, aunque en la conversación hace algunas apariciones. Maite Guevara no lo puede evitar. Son muchos años compartiendo camino juntas, desde aquel Soltarlo al aire que estuvo casi tres lustros en cartel hasta el reciente ¡Qué buen día!. El estreno de esta última propuesta, en la que ha contado con el también alavés Pablo Ibarlucea como director, se produjo hace poco y la payasa gasteiztarra no para. De hecho, encontrar un hueco en la agenda no es sencillo. Hoy mismo toca actuar en el Circdanya Festival. Y a lo largo de este agosto, la actriz va a recorrer distintos puntos de Álava en el marco del Festival de Teatro de Humor de Araia, sin perder de vista que en septiembre y octubre esperan actuaciones, por ejemplo, en el Festival Internacional de Pallasses del Circ Cric y la Umore Azoka de Leioa.
¿Cómo fue darle forma definitiva a '¡Qué buen día!' en plena pandemia?
-Lo primero que tuvimos que hacer fue adaptar lo que teníamos planteado en su momento. Quería hacer un espectáculo de calle participativo, en el que sacar a voluntarios a escena para jugar conmigo. Bueno, y el final era en el mismo sentido, creando una fuente entre todos, jugando con agua. Imagina eso ahora. Así que al principio sí que me dio un poco de angustia lo que estaba pasando, pero en cuanto nos pudimos juntar después del confinamiento, Pablo y yo nos pusimos a adaptar la pieza, y el proceso fue más fácil de lo que pensaba. Ahora no saco a nadie, sino que el público juega pero desde su sitio y eso se está traduciendo en que la gente que está alrededor de la persona voluntaria está participando mucho más.
Por lo menos de algo ha servido tener que parar en su momento.
-A mí, el tener otro tipo de tiempos en el confinamiento me sirvió, por ejemplo, para poder hacer algo para lo que nunca sacaba hueco en la agenda: mirar y pedir subvenciones. Ahí tuve tiempo y, claro, necesidad porque para mí fueron cero ayudas de autónomos y cero ayudas de las extraordinarias de Cultura. Conseguir el apoyo del proyecto Travesía-Pyrénées de cirque me dio una tranquilidad, no solo en lo económico, sino sobre todo en lo temporal, porque supuso tener más plazo para volver a la pieza, adaptarla y mejorarla.
Y llega el momento de estar frente a un público que no puede mostrar su sonrisa.
-Tristemente te acabas acostumbrando un poco. Siempre había pensado que era importante la capacidad expresiva de la boca, pero hasta ahora no me había dado cuenta de todo lo que implica la zona que en estos momentos llevamos tapada. Es que no sabemos quiénes somos. Le quitas la mascarilla a alguien y muchas veces piensas: ¡¡pues no me lo imaginaba así!!. Cuando el público se ríe, la expresión de la cara dice mucho. La mueca, el rictus, te da mucha información sobre de qué se está riendo cada uno concretamente. Sé leer mucho en las caras sobre si esta espectadora se está riendo de esto o aquel espectador se está riendo de lo otro. Claro, es una información que ahora he perdido.
Hay una constante en todo lo que hace Maite Guevara que es Martina Nuatina. ¿Es la misma siempre o cambia en cada espectáculo aunque tenga el mismo nombre?
-Es la misma, solo que el contexto es otro. Es verdad que hay una evolución. De Soltarlo al aire a Ahora y a ¡Qué buen día! eso se nota. Igual que cuando hago otras propuestas que tengo o hago galas en la que estoy de moza de pista. En las producciones más recientes, Martina ha entrado en un universo más definido, en el que se da el juego desde la inocencia, desde los estados más cercanos a la niñez. Puede ser ácida y tener mala leche, pero hasta cuando se enfada es una payasa muy amable. No hay algo oscuro dentro de ella. Me sale por ahí.
¿Por qué mantenerla, por qué no generar otros personajes?
-Puedes hacer personajes cómicos todos los que quieras, pero la payasa tiene que ver contigo. Es un personaje que creas a partir de tu propio yo, de tu ridículo, de tu manera de jugar. La mantengo porque, primero, me da mucho placer. Martina me salva, me da muchas lecciones de vida. Cuando conecto verdaderamente con la payasa y estoy en esa frecuencia, me sorprendo muchísimo. Conectas con un lugar que tiene que ver con un impulso y una energía que están relacionados contigo, con tu niña, con tu relación con el juego y con algo que no controlas tanto. Como actriz, sabes la técnica y la aplicas. Pero luego la payasa va. Es una payasa que conozco, aunque luego puede salir por donde sea y me sorprende. Así que me da mucho placer y no quiero soltarla. Claro que puedo hacer otros personajes cómicos, pero ¿para qué quiero hacerlos si tengo a Martina, que me ayuda, me acompaña, me gusta y que funciona? Hay gente que conecta mucho con ella, que la quiere. He descubierto algo que me da mucho placer y que se lo da también a la gente, así que ¿para qué silenciarla?
¿Cada día puede pasar cualquier cosa?
-Sí, sí. Más con ¡Qué buen día! porque es un espectáculo muy participativo y, por lo tanto, hay un alto grado de improvisación. Hay una estructura, por supuesto, pero sabes que en todo momento tienes que estar conectada con el público porque puede pasar cualquier cosa. El espectáculo muta. Siempre es diferente por el público.
Pero en esa relación con la gente, ¿nota, por la situación actual, que los espectadores están más fríos?
-Noto que la gente tiene mucha necesidad de reír y de pasarlo bien. E influye mucho en los espectáculos cómo se coloca la gente.
¿En qué sentido?
-Se nota mucho cuando te ponen a la gente separada de uno en uno y no se hace por crear la comunidad que es necesaria en el teatro. Cuando las cosas se cuidan y se permite, por ejemplo, que quienes acuden como unidad se puedan sentar juntos estando dos o tres personas, el ambiente es otro. Si pones a una persona sola, se inhibe mucho. La risa es poderosa y se contagia, pero cuando estás solo, cuesta. Somos personas físicas, cuando nos aíslan se nos nota mucho. Pero no siento al público frío. Lo que percibo es que la gente tiene mucha necesidad. Hay veces que se ríen y se quitan la mascarilla un segundo para devolverte, para mostrarte que les está gustando lo que haces. Hay veces que la gente siente la necesidad de que percibas que le está gustando lo que haces. Ha habido personas que me han dicho: lo he pasado mal porque no has podido ver cómo me estaba riendo. La gente sabe que estás en escena y que no puedes ver sus sonrisas, con todo lo que es implica. Y se está implicando en hacerte llegar que lo está pasando bien a pesar de la mascarilla.
Es evidente que no es un año normal, pero acaba de venir de Cataluña, ha estado en Madrid y tiene una agenda en verano de lo más activa.
-Es que tengo más bolos que nunca. También es verdad que es la primera vez que tengo un espectáculo de calle. Por fin. Con los de sala en verano, antes me comía los mocos (risas). Llevo años, se conoce mi recorrido y ahora que tengo un montaje de calle, mucha gente está aprovechando para llamarme.
Pero no solo actúa, también enseña en los talleres que suele hacer. ¿Qué intenta transmitir en este tipo de encuentros?
-Tengo mucha formación encima, he hecho mucho teatro físico y clown. Al principio daba más los talleres como en plan: sota, caballo y rey. Luego ya fui encontrando mi propia manera de dar las clases. Juego mucho y trato de divertirme explicando. Claro que hay unas técnicas que me interesan y que son las que intento transmitir. Por ejemplo, es necesario escucharte, ver qué te está pasando, qué está transmitiendo tu cuerpo, y a partir de ahí jugar a través del trabajo físico. No me es difícil porque me gusta dar clase, me río mucho. Lo complicado es tener una mirada sensible y amable porque al final estás trabajando con la sensibilidad y la vulnerabilidad de los demás. Gracias a tener buenos maestros, yo me fui encontrando de manera natural. Me apoyo en eso.
Desde que en 2006 se estrenó 'Soltarlo al aire' no ha parado, pero seguro que todavía alguien le pregunta si se gana la vida con esto.
-Ya no me pasa tanto, pero sí. O te sucede que la gente tiende a llamarte clown porque parece que decir que eres payasa es algo como malo. No, no. Yo soy payasa y además en femenino. No es una mala palabra. También creo que, cada vez más, ves que hay payasos y payasas que se dedican a esto de manera profesional, y eso hace que no se vea como algo tan raro. A veces me dicen: eres artista. Sí, es verdad. Pero concretamente soy payasa. Y hay ocasiones en las que te dicen: ¿pero qué haces, animaciones? No, no, hago teatro. Tengo obras de teatro. Son espectáculos. Tengo mi compañía. La pregunta que sí suele ser más frecuente es: ¿pero te ganas la vida con esto, te da para vivir? (Risas) Hay muchas formas de vivir. Sí, me da para vivir y feliz. Cuando tomas la decisión de que no te importa comer cuatro días seguidos arroz porque haces lo que te gusta, todo va bien. Es una forma de vida que tiene una inestabilidad y una incertidumbre presentes de manera constante. Sabes que un año te ha ido bien pero vete a saber qué pasa el que viene. Por ejemplo, es la primera vez que he producido una obra y antes de estrenar ¡Qué buen día! ya tenía toda la temporada contratada. Así que sí, te da para vivir, aunque sea una vida diferente en la que estás casi siempre con los dedos cruzados para que no se te rompa la furgoneta.
El humor, así dicho, es algo muy genérico. Pero no es lo mismo un monólogo, que un sainete, que un clown, que un montaje de, por así decirlo, 'caca, culo, pedo, pis'. ¿Se plantea hacer un tipo de humor concreto?
-Sé qué genero hago, que es el que sé hacer, el que mejor me sale o el que me sale. Me he formado en clown y en teatro físico, y si quisiera hacer, por ejemplo, monólogos, lo primero que tendría que hacer es formarme. Y dentro del clown también hay un montón de técnicas diferentes, muchas herramientas que me gustaría tener. Sigo formándome, eso me parece importante. A partir de ahí, ¿qué puedo dar yo con el humor? Esto, justo lo que hago. Es lo que mejor puedo entregar a la risa. No me gustan los clichés. Mi humor es físico, con todo el cuerpo, con las emociones. Pero desde el clown tienes que estar al servicio de dónde estés porque culturalmente no es lo mismo actuar aquí o allí.
¿En qué sentido?
-Tienes que pensar en qué lugar del planeta estás. Puedes decir: yo no quiero hacer caca, culo, pedo, pis. Pero ¿dónde estoy? ¿aquí se ríen de eso? ¿por qué no usarlo? Es más, es que también me lo paso bien yo. Me cago de risa hasta de mis propio prejuicios sobre algo y me muestro ridícula con eso, lo juego y lo doy. Estuve en un circo en Chile. Yo quería hacer un número en pista grande y al final terminé haciendo algo muy sencillo y simple. ¿Por qué? Porque me di cuenta de que lo que a aquellas miles de personas les hacía reír, era algo muy básico. Ahí está el trabajo. Yo quiero estar al servicio de la risa y la risa tiene que ver con el contexto socio-cultural en el que estás. No es lo mismo reír aquí que en Líbano, que reír con mujeres vestidas con el burka, que reír en Chile. Hay que escuchar. Cuando vas a un país nuevo, tienes que ir a donde la gente, estar con ella, saber escuchar porque así te das cuenta de por dónde va el humor en cada sitio. Si te impregnas de eso, te permites otras cosas. Sé por dónde va mi payasa, y se lo voy a dar a la gente. Voy a compartir mi forma de entender el humor, les voy a abrir esas puertas pero a la vez voy a tomar de ellos y ellas su tipo de humor. Tenemos que estar al servicio del humor de cada lugar. Es lo que te da formar parte del todo.