“En Argentina todos nacimos psiquiatras, algunos cambiamos de profesión pero otros nos quedamos”, bromea Fernando Mosquera, que llegó a Gasteiz en 1992 “por amor”. Desde entonces se ha dedicado a la psiquiatría y en 2009 fue nombrado director médico de la Red de Salud Mental de Álava (RSMA). Mosquera participa hoy en una mesa redonda en Komedialdia, el primer festival de humor de Vitoria. El evento cobra más importancia aún al llegar más de un año después del comienzo de la pandemia del covid-19, una crisis que se ha combatido desde casa y en la que el humor ha ayudado a más de uno a seguir adelante.

¿Cómo afectan la risa y el humor en la salud?

-El problema con el humor es que la gente no se da cuenta de lo importante que es en nuestra vida. Hay una frase hecha que es el humor no se toma en serio y en el fondo es verdad. Es imprescindible para sobrevivir psicológicamente. Sería prácticamente imposible vivir sin humor. Si los humanos no tuviésemos la capacidad de hacer humor, la vida sería mucho más dolorosa y sufrida. Es una actividad propia y exclusiva del hombre, nada ni nadie más en la naturaleza puede hacerlo. Somos la única especie que a través del humor puede cuestionar sus sistemas, su vida, su cultura, su política y, quizás lo más importante, poder reírse de uno mismo. Reír es placer, lo más seguro es que sea una de las formas, psicológicamente hablando, de defenderse contra el sufrimiento y de enfrentarse a la angustia de la vida cotidiana. El papel que tiene como mecanismo defensivo es imprescindible en la vida humana, nos permite hablar de cuestiones que son extremadamente duras y complicadas. Además, es una actividad que siempre es compartida, necesita a otra persona, por lo que acaba siendo otra forma de comunicación.

¿Se utiliza la risoterapia en la Red?

-Hay muchas publicaciones que vinculan la risa con cambios hormonales y la generación de endorfinas. Pero una cosa es que eso aparezca en un estudio y otra cosa es que se repita con los mismos resultados en todos los lugares. Es el resultado de un trabajo, que seguramente estará bien hecho, pero que no representa la verdad del universo. El problema de llamar a algo terapia es que genera en el paciente la idea de que estás hablando de algo que tiene unos resultados científicamente demostrados e indica que reírse es una herramienta que cura, y decir eso es algo muy arriesgado. No hay duda de que es muy beneficioso para la salud, pero no vas a curar a una persona con esquizofrenia o depresión haciendo que se ría. Hablar de risoterapia me parece arriesgado, y más en un sistema público que se financia con dinero público. Aunque las investigaciones y el sentido común dicen que la risa es muy buena para la salud, no considero que se deba llamar terapia. Hay cosas como cursos de cocina que dependiendo de la persona le puede ayudar más que un tratamiento psicológico pero no se les llama terapias. Yo no creo que puedas recetar risa, otra cosa es que lo utilices como herramienta en tu trabajo. No puedes pedirle a un paciente que se ría una vez después de cada comida. De hecho, una persona que sufre una depresión grave es consciente de su incapacidad para disfrutar. Si encima se lo señalas, muchas veces lo que haces es resaltarlo. Es como pedirle a una persona que se ha partido una pierna que corra porque es bueno para la salud. Es una herramienta muy valiosa para los terapeutas, lo puedo utilizar en consultas pero nunca se puede recetar.

El primer festival del humor de Vitoria tiene lugar tras más de un año de pandemia. ¿Cree que llega en un buen momento?

-Creo que el humor, al ser el mecanismo defensivo contra el sufrimiento más efectivo que tenemos, llega en el momento perfecto, se trata justamente de esa adaptación frente a la angustia de la que hablaba antes que ha generado y sigue generando esta pandemia. Aquí es donde más se puede notar la utilidad del humor como mecanismo defensivo. Lo que se pueda obtener en este festival puede ser más beneficioso que lo que se podría obtener en un congreso de psiquiatría.

Históricamente la salud mental es uno de los campos más estigmatizados de la salud. ¿Ha mejorado la situación en los últimos años? ¿Cómo se comporta Vitoria en ese aspecto respecto a otras ciudades?

-Está claro que hay un cambio, es un cambio que lleva décadas sucediendo. Desde que Pinel le quitó las cadenas a los enfermos mentales en los hospitales franceses hasta hoy ha habido un recorrido enorme. Esto lo determina mucho el contexto social y cultural. En Vitoria tenemos una gran ventaja sobre muchos otros lugares ya que hay un desarrollo en lo social bastante importante, aunque a nosotros siempre nos parezca poco. Pero comparativamente con otras ciudades u otros países hay mucho más aún ya que, entre otros, disponemos de estructuras o dispositivos de la comunidad para facilitar la integración de las personas con enfermedades mentales. Aquí el hospital psiquiátrico está prácticamente dentro de la ciudad y el hecho de que haya muchos recursos tanto de la Diputación como de la asociación de familiares es muy favorable. Yo creo que en Vitoria se ha ido mejorando, pero siempre hay una especie de fantasma alrededor, que viene quizás del cine, que ha marcado mucho la visión popular de la gente sobre las enfermedades mentales. Cada vez se habla más del tema pero quizás ahora hemos llegado a lo contrario, en algunos casos se está patologizando lo que no es enfermedad, lo que son hechos sociales o educativos a los que se les da sentido médico o psiquiátrico.

¿Ha aumentado la pandemia el número de casos de enfermedades mentales?

-Los trastornos mentales graves no han aumentado. Una cosa es el sufrimiento, que seguramente haya aumentado muchísimo como sucede siempre en las situaciones que restringen nuestra vida, y otra es la salud mental. No considero que, en la situación actual y en la que hemos vivido, sentirse angustiado haya sido una patología. Que fallezca un ser querido y no poder ir a verlo es una situación tremenda y desgarradora, pero si te enfrentas a ella y la superas, eso es el grado máximo de salud, que es la adaptación. Estar sano no es no tener ningún impulso negativo, es adaptarse adecuadamente. De hecho, los casos de personas que han desarrollado enfermedades graves han disminuido, ya que con las restricciones no han sucedido situaciones que las desencadenan. Ha habido también menos consumo de drogas y menos situaciones de estrés en la calle. Sí que han aumentado los casos de angustia y ansiedad, pero hay que diferenciar entre patología y una adaptación normal a un contexto tremendamente anormal.