l mundo estaba enamorado de sus ojos y la cámara enloquecía con la actriz, que lo reunía todo: belleza, glamour, una vida sentimental agitada y polémica y, sobre todo, un talento descomunal. Mañana se cumplen diez años del fallecimiento de Elizabeth Taylor y TCM quiere recordarla durante toda la jornada con una selección de sus películas más destacadas, entre las que se encuentran Reflejos en un ojo dorado, Ivanhoe, De repente, el último verano, La gata sobre el tejado de zinc o Cleopatra.

Elizabeth Taylor no sólo fue una actriz, fue un mito, una mujer de gran personalidad, con una tormentosa biografía, una vida sentimental con enormes altibajos y ocho matrimonios. Nació en Londres el 27 de febrero de 1932. Sus padres eran americanos, unos marchantes de arte que volvieron a Estados Unidos cuando estalló la II Guerra Mundial.

Su llegada al mundo artístico no fue por voluntad propia; desde muy pequeña su madre la llevó a grabar anuncios y a participar de extra en películas. Por eso Liz decía que ella nunca quiso ser actriz, sino que su amor por la actuación le fue impuesto por su madre. Comenzó a actuar con 11 años e inmediatamente se convirtió en una celebridad infantil gracias a títulos como Fuego de juventud o El coraje de Lassie. Ella misma reconocía que apenas tuvo niñez. A partir de ahí fue conquistando generaciones a medida que cumplía años siempre rodeada de hombres como Marlon Brando, James Dean, Paul Newman, Montgomery Clift, Rock Hudson y una y otra vez Richard Burton.

En los años cincuenta, Elizabeth se convirtió en una gran estrella con Un lugar en el sol junto a Montgomery Clift. A finales de la década ya era un icono y la prensa se comenzó a referir a ella como “la mujer más bella del mundo”. El director Richard Brooks, que la dirigió en La gata sobre el tejado de zinc, decía que uno de sus grandes secretos radicaba en que, a pesar de que parecía fuerte como una torre, el público la veía vulnerable y en seguida se identificaba con ella.

En 1961 ganó su primer Oscar por Una mujer marcada. Su título de diva del cine quedó marcado con su participación en la película más cara de la historia hasta entonces: Cleopatra (1963). Gracias a ese filme, Liz -a quien por cierto no le gustaba esa abreviatura de su nombre- fue la primera actriz que firmó un contrato por un millón de dólares. Además, en su rodaje conoció al amor de su vida, el actor Richard Burton y los dos vivieron uno de los romances más escandalosos de la historia del cine. Una relación que provocó las quejas del Senado norteamericano y del Vaticano. Les unía su pasión por el sexo, por el alcohol y por las discusiones desenfrenadas, lo que no presagiaba un buen final a su romance.

Estaban casados, y en vez de mantener su adulterio en la esfera privada, lo pregonaron a los cuatro vientos en medio de Roma, a un paso del Vaticano. Tras el divorcio de ambos, dos años después se casaron. Para ella, era su quinto matrimonio. La relación fue totalmente tormentosa. Ambos bebían como cosacos hasta el punto de escandalizar a la gente en una época en la que beber mucho estaba lejos de ser considerado un problema. El cine dio buena cuenta de esta relación en algunas de las numerosas películas que rodaron juntos, como en La mujer indomable o en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, que le proporcionó a Elizabeth su segundo Oscar.

Las joyas que él le regaló se convirtieron en un elemento más de su mito. Dentro de estos tesoros está la mítica Peregrina, una perla de tamaño y forma inusual, considerada una de las gemas más valiosas y legendarias de la Historia de Europa, y el diamante Krupp, un purísimo diamante, engarzado en un anillo de platino, que engrosaron su ya rebosante colección.

Pero Taylor y Burton acabaron divorciándose en 1974 y volviéndose a casar en 1975, una unión que volvió a terminar en divorcio once meses después, en 1976.

Cuando se retiró del mundo del cine, Elizabeth Taylor continuó reinventándose y se convirtió en una de las personalidades más activas en la lucha contra el sida, una lucha que comenzó cuando su íntimo amigo Rock Hudson murió en 1985. “En ese momento la furia se apoderó de mí y me dejó temblando de rabia”, confesaba la actriz años después de esta terrible perdida. “Pensé que todo el mundo en la ciudad estaba hablando del SIDA y nadie hacía nada. Y en vez de ponerme a despotricar, pensé, ‘¿Qué puedo hacer?’.

Pero también tuvo que luchar con su propia salud en los últimos años, logrando vencer a la muerte en más de una ocasión. La actriz, que sufría diabetes y usaba una silla de ruedas por la severa osteoporosis que padecía, se enfrentó a varios episodios de neumonía, de los cuales uno, en 1961, requirió una traqueotomía, y otro, en 1990, por el que tuvo que ser ingresada de gravedad. Además, Elizabeth se sometió a dos operaciones de cadera e, incluso, tuvo un tumor benigno en el cerebro que le fue extirpado en 1997. En octubre de 2009, fue operada con éxito de un problema en una válvula cardiaca y desde entonces fue ingresada en varias ocasiones para serle realizadas revisiones periódicas.

Pese a realizar pocas apariciones públicas por su delicada salud, fue una de las pocas estrellas en asistir al entierro de su gran amigo Michael Jackson en septiembre de 2009.