- Sébastien Jondeau, que fue durante veinte años chófer, guardaespaldas, modelo, acompañante o, como él se define, “guardián de la tranquilidad” de Lagerfeld, ha decidido contar sus experiencias en papel. Ça va, cher Karl? (¿Qué tal, querido Karl?) era el mensaje que le enviaba cada mañana y es el título del relato de casi 300 páginas en las que narra comidas, vacaciones y viajes con Lagerfeld y un séquito de famosos.
Procedente de la periferia norte de París, de una familia marcada por la desgracia, Jondeau era un joven problemático que vio en Lagerfeld la oportunidad de cambiar de aires. Desde la adolescencia trabajaba en el transporte y fue así como a los quince años se puso a su servicio. Pocos años después le pidió que lo contratara a tiempo completo. Las labores de chófer y mensajero pronto se quedaron cortas para describir todas las tareas que el diseñador de Chanel, fallecido en febrero de 2019, le encomendó. Al Káiser le gustaban su formalidad y su profesionalidad.
La naturalidad del chico y sus orígenes humildes lo convirtieron en una pieza atípica en las elegantes reuniones de Lagerfeld: “Todo el mundo te adora”, le dijo tras pasar un mes de vacaciones en Biarritz.
Jondeau, que ahora tiene 45 años y es colaborador de Fendi, donde Lagerfeld trabajó durante años, es una de las siete personas que figuran en el multimillonario testamento del Káiser, que sigue sin resolverse.
El salario de Jondeau, de unos 3.500 euros al mes, se veía compensado por generosas propinas y regalos inimaginables para cualquier trabajador: ropa de lujo, motos, coches... incluso un piso de 110 metros cuadrados en el centro de París, propiedad de la actriz Diane Kruger, y que Lagerfeld le compró “en cinco minutos”. Jondeau fue una de las pocas personas al tanto del cáncer que acabó con el diseñador y del declive de su salud desde 2015. Le pidió que no hubiera ceremonia tras su muerte -lo que no fue respetado-. “Me incineras, coges las cenizas y vas con Carolina de Mónaco a esparcirlas en el mar desde su barco”, le dijo.
Las últimas palabras de Lagerfeld en el hospital, en la línea de lo que el Káiser acostumbró durante toda su vida, fueron honestas, amargas y mordaces: “Es cuanto menos estúpido tener tres Rolls-Royce y terminar en una habitación horrible como ésta”.