etámonos en leyenda para instruir al visitante sobre el origen de tan venerado lugar, remontándonos a tiempos visigóticos. El caballero navarro Teodosio de Goñi, vasallo del rey Witiza, había sido condenado a vagar en penitencia atado con cadenas por los montes de Aralar tras haber matado a sus padres en un arrebato de celos. Vigilaba el castigo del caballero Teodosio un fiero dragón, que le amenazaba constantemente. El caballero invocó la protección del arcángel San Miguel, que se le apareció, liberándole de las furias del dragón y de sus cadenas. En agradecimiento, Teodosio de Goñi mandó erigir el Santuario.

Esa es la leyenda, y todavía se pueden ver colgadas de una pared del templo las cadenas que supuestamente soportó el caballero; muchos visitantes, quién sabe basados en qué creencias, pasan su cabeza bajo las cadenas en la pedestre convicción de que se verán libres del reuma.

Los montes y bosques de la sierra de Aralar son muy frecuentados por montañeros y excursionistas vascos, hasta el punto de que ya es conocido, detallado y censado cada palmo de terreno de esta montaña sagrada de los vascos en la que se unieron y unen romerías, devociones, akelarres y pronunciamientos políticos.

La sierra tiene dos partes bien diferenciadas: el bosque -más frondoso en Nafarroa- poblado de hayas, y el raso de pradera alpina coronada por cumbres rocosas.

Ovejas y yeguas pastan en salpicón, bajo la distraída vigilancia de pastores que en la sierra permanecen de mayo a octubre y aprovechan su tiempo eterno en las bordas fabricando quesos.

En Aralar, donde las lluvias y las nieves son copiosas, apenas si hay arroyos porque las aguas se filtran en simas y estanques subterráneos para ir saliendo por Iribas e Irañeta.

Aralar es sierra humanizada por pastores, excursionistas, montañeros y domingueros que la pueblan casi hasta la abundancia en los tiempos plácidos de primavera a otoño, que se tornan esquiadores en invierno. Tanta presencia humana no ha logrado todavía -y ojalá dure- dañar irreparablemente a la ecología, a pesar también de las carreteras, repetidores de televisión, refugios y estafermos varios que el llamado progreso ha ido intercalando en bosques y cumbres. Por la sierra sigue la vida intensa de jabalíes, corzos, lirones, cárabos, buitres, alimoches, cuervos, chovas piquirrojas y piquigualdas, verderones y zorzales.

Aralar es sierra de leyendas, por donde vuela con su melena roja al viento y duerme en su misteriosa sima la inmortal Mari, dama embrujada en perpetuo viaje de ida y vuelta hasta la punta de Anboto, tocando la sierra de Gorbea. Del primitivo asentamiento humano dan fe los dólmenes y restos arqueológicos hallado en la sierra.