s cierto que hablo de una época en la que con un dos y un cuatro dibujabas a boli en el cuaderno un retrato que te parecía digno de Veláquez, pero el Mikoboy, por lo que fuera, te parecía más realista que muchos dibujos animados con sus dos círculos, su media sonrisa y un chicle de bola por nariz, de esos que te decían que no había que comer, que tenían mucho azúcar. Hoy lo ves con esa tez blanquecina y ese sombrero que asocias a tarados y bueno, realista, realista ya no te parece y hasta te sorprendes un poco por aquella sensación que te entraba cada verano de estar comiéndote a tu mejor amigo. ¿Ejercicio de antropofagia? Bueno, también nos regalaban pistolas para jugar a matar. Creo que mi infancia -bueno, como la suya, tampoco vamos a discriminar aquí-ha sido un poco extraña pero, bueno, molaban esos tiempos en los que los helados no tenían forma de helado. Hoy, igual que alguien ha hecho un cortometraje con el Calippo, yo lo haría con un Mikoboy, tan entrañable visto de crío y tan terrorífico, visto ahora. Mierda, me he hecho mayor. J. Gorriti
Mikoboy
El helado, de nata, pretendía ser la imagen de un niño con un sombrero de chocolate. Los ojos y la boca, con sabor a fresa, estaban dibujados y la nariz era una bola de chicle, su gran reclamo.