Acaba de publicar Todo lo que necesita ser dicho, un libro que se pasea por esa fina hebra de hilo que supone la sexualidad en la Iglesia católica. Su editorial lo presenta así: "La jerarquía que decía predicar el amor y atizaba la guerra, el pastor amanerado en cruzada contra la homosexualidad, los custodios de la castidad entregados al abuso intramuros de la escuela o del monasterio; es decir, la doble moral sexual y de costumbres de la Iglesia católica es el asunto central de estas elegantes y agudas reflexiones de Fernando Delgado".
Delgado es muy claro en sus planteamientos, y lleva lo que considera una forma hipócrita sobre la espiritualidad sexual, a la política y a la sociedad. Periodista, político, escritor, y hombre en su momento tan famoso como influyente, habla con esta revista sobre cómo vivimos los difíciles momentos actuales.
Todo lo que necesita ser dicho es el título de su libro. ¿Qué necesita ser contado?
- El libro es una honda reflexión sobre la Iglesia católica y otras que exhiben la hipocresía sexual de sus agentes y de sus fieles. Eso sería el resumen de Todo lo que necesita ser dicho.
Una sinopsis que deja abiertos muchos frentes. ¿De qué estamos hablando exactamente?
- De una de las mayores barbaridades de la propia Iglesia católica. La esencialidad de los Mandamientos, del Evangelio y de la propia religión tiene que ver mucho con algunas otras barbaridades y agresiones. Los hipócritas del mundo son golpeados por sus propios análisis.
¿Ellos mismos se condenan?
- Sí, ¿por qué no?, pero va más allá de lo que es la religión, va hacia la sociedad y también, cómo no, hacia la política. Trump, por su arrogancia, hace lo mismo que Clinton por su estupidez y se convierten en hipócritas. En el libro tampoco faltan referencias al amor, al erotismo o a la obscenidad.
¿Solo hay hipocresía en la sexualidad?
- No, por supuesto que no, pero la sexualidad oculta muchas formas de hipocresía social. Nunca he entendido muy bien qué es lo que diferencia a la iglesia anglicana de la romana.
¿Quizá la silla de mando en el Vaticano?
- Quizá, quizá. Ni a la iglesia catalana de la madrileña.
¿También se pueden marcar diferencias territoriales entre las iglesias de Madrid y Cataluña?
- Sí, supongo que sí, y tampoco entiendo las diferencias que hay entre los monjes benedictinos de Montserrat, que son radicales nacionalistas y eróticos, de los fervorosos benedictinos del Valle de los Caídos, radicalmente franquistas y fascistas.
¿Estamos hablando de religión en el sentido más puro o duro o de la sexualidad en la iglesia? ¿Por qué este libro?
- Es que la sexualidad es un don de la espiritualidad. Siempre pensé en Gloria Fuertes, una gran amiga mía con la que hablaba mucho de sexualidad, sin referencias, serenamente. Adán y Eva, fíjate; yo siempre he pensado que estas dos criaturas tienen más de corazón y de emoción que de puro sexo.
Pues no nos han vendido precisamente la imagen de la emoción, sino más bien la de la tentación.
- El sexo es una vía de comunicación para todas las criaturas y debe serlo en todos los casos. Tengo amigos homosexuales que son heterosexuales, tengo amigas homosexuales que son heterosexuales y no pasa nada.
¿No es una contradicción lo que está diciendo?
- Puede parecerlo y también serlo: esa es la hipocresía de la sexualidad.
Le conocimos antes como periodista que como escritor. Muchos años alejado de su primera profesión, ¿se acuerda de lo que era el periodismo?
- Estoy alejado de él porque soy un hombre ya mayor, pero también tengo que decir que he sido un niño periodista. Mi abuela era una gran lectora de periódicos. Leía los periódicos de Cádiz, los de Venezuela y los de Canarias, que recibía por la mañana y por la tarde. Era una mujer que había perdido un ojo, pero con el ojo que le quedaba ponía su mirada en los periódicos, y a mí eso me llamaba mucho la atención.
Y se convirtió en el heredero en activo de esa mujer que leía tantos periódicos, ¿no?
- Es lo que hizo que sin que ella me dijera nada ni me pidiera nada, me afanara a la hora de leer periódicos y me deslumbrara con ellos. A través de esos periódicos veía Cádiz o Venezuela. Para mí esas lecturas eran un ámbito de imaginación y una referencia extraordinaria para tener una visión del mundo.
Un mundo descrito solo en letras.
- Sí, porque cuando hablo de esa época no conocíamos la televisión y la radio era muy pobre aún. Tuve la gran fortuna de poder estudiar y al mismo tiempo que estudiaba tener formación periodística. Con dieciséis años ingresé en la radio, dijeron que tenía una bonita voz y me metieron en una emisora. Disfruté mucho con la radio, aún en el franquismo, y disfruté con ella después de Franco.
Es de suponer que más.
- De modo diferente, muy diferente. Fui el primer director de Radio 3 y dos veces director de Radio Nacional. La radio la he disfrutado tanto que es una de mis casas preferidas.
Pero le fue infiel y se fue a vivir a la televisión.
- Ja, ja, ja€ Tanto como infiel creo que no, pero por mucho que me haya gustado la radio, por mucho que me haya gustado la televisión, nunca he podido perder de vista los periódicos. Mis artículos en los periódicos me daban un placer enorme. La prensa escrita ha sido uno de mis referentes.
¿Un romántico del periodismo?
- Soy un romántico, sí, pero de todo. Esa prensa escrita la necesito cada día. A pesar de tener, como tenemos ahora, todos los medios tecnológicos a nuestro alcance, yo necesito mis periódicos, necesito el papel. Sigo necesitando tocar esos periódicos que me recuerdan a mi infancia y me hacen ver la información de otra forma. Me gusta ver los periódicos matinales. Naturalmente, hay algunos periódicos que me gustan poco, pero en líneas generales la prensa me parece más reflexiva que otros medios.
Sin embargo, no es la prensa escrita el medio que está ahora mismo en alza.
- Ya lo sé, pero aún queda gente a la que le gusta el café con un periódico en la mano. En la prensa escrita se reflexiona mejor y se narra mejor. En cambio, en los medios audiovisuales hay otras cosas que no me gustan tanto; no te diré que sean más ordinarios, no debo decirlo, pero en ciertos aspectos son más inexpresivos. Yo necesito leer.
Su último trabajo en el mundo del periodismo fue A vivir que son dos días.
- Cerré el ciclo: empecé en la radio y terminé en la radio. Desde muy jovencito tuve programas locales y regionales, incluso internacionales. Llegué a Madrid para desde Radio Nacional hacer programas para Radio Exterior de España. Fíjate que en las emisiones para América querían que tuviera acento canario.
¿Y no era posible? Porque usted es canario.
- Sí, pero en el franquismo no nos dejaban tener acento. Te ponías un lápiz en la boca para tener un acento castellano puro.
¿Cómo llegó a la televisión?
- Después de volver de la Exposición Universal de Sevilla estuve en los Telediarios de Televisión Española, pero en cuanto llegó José María Aznar al gobierno español me marginaron, me marché, y fui invitado por la Ser a presentar el programa A vivir que son dos días. En él estuve hasta que me jubilé. Fue un programa estupendo que disfruté mucho, pero llegó el momento de irme y de disfrutar también de otras actividades.
Tiene usted una trayectoria como periodista impresionante. Sin embargo, parece que la literatura ha tenido un peso mayor en su vida.
- La literatura es muy importante para mí. No es una parte alejada de mi profesión, siempre me ha gustado escribir y recuerdo que de niño, cuando usaba aún pantalón corto, iba a los periódicos de Santa Cruz de Tenerife a presentar artículos escritos por mí.
¿Y se los publicaban?
- A veces. Los periodistas se reían conmigo, se divertían, me pedían que les llevara un café y yo iba aprendiendo de todos ellos. Nunca me interesó ser un corresponsal ni hacer información internacional; era más bien un localista. Además, tenía pelambrera de rojillo en mis escritos.
¿Estaba permitido ser rojo cuando usted era joven?
- Ja, ja, ja€ Lo dices como si fuera hace miles de años, pero tienes razón, ya tengo muchos y en aquellos tiempos había que tener cuidado. Me vinculaba mucho también con la religión.
¿La religión? Pues en su libro no deja títere con cabeza. ¿Es la misma iglesia?
- Lo que hice entonces fue encontrarme con gente luchadora, gente que tenía carácter social. Salí de allí para meterme en el mundo rojo de la política, no en el Partido Comunista. Ellos me llamaban socialdemócrata de mierda.
¿Era usted un socialdemócrata?
- Entonces ni sabía lo que era eso, lo aprendí con la vida y desde entonces siempre lo he sido.
¿Forman un buen combinado periodismo y política?
- Me gusta combinar ambas cosas, aunque con cierto reparo. Quizá prefiero la política desde un punto de vista más social.
Izquierda y derecha, ¿dos bandos que no conciliarán nunca?
- Yo tengo amigos en la derecha que son razonables, pero hay personas en la derecha que no son razonables, no son lúcidas, no son nada. Cada uno tenemos nuestros puntos de vista. Comparto amistad con gente de derechas y, desde luego, comparto amistad con gente de izquierdas. Y por supuesto, también comparto relación con gente que es un poco indiferente a la política y que se crispa a veces con unos y con otros con muchísima razón.
Es que hay espectáculos en el Congreso de los Diputados que nos sacan los colores.
- Te doy toda la razón y reconozco que es algo deplorable. Los niveles políticos son muy bajos y se han ido prostituyendo. En aquella política que surgió del franquismo, en la Transición, te encontrabas con gente de derechas con enormes talentos, con catedráticos comunistas formidables, con socialistas muy bien preparados€
Igual que ahora, quiere decir...
- Entiendo el sarcasmo, pero digamos que había gente más preparada y más culta que la que nos toca soportar en la actualidad. Ahora hay un poco de carnaval y no te digo nada si encima tenemos ese reducto franquista putrefacto que tiene más devoción por la dictadura que por la democracia. Y dejémoslo aquí.