En la película Atrapado en el tiempo su protagonista vive jornada tras jornada el mismo día. Un día que se repite una y otra vez. Él es la única persona que se da cuenta de ello. El ciclo repetitivo finaliza cuándo el protagonista consigue hacer cambios importantes en su manera de actuar. Al principio trata de sacar ventaja de su situación para enriquecerse. Pero finalmente, tras cientos de egoístas días decide dedicarse a mejorar como persona. Y lo consigue formándose, adquiriendo más cultura. Así escapa del bucle. La lección que nos ofrece esta comedia es la siguiente: tenemos que aprender de los errores de nuestro pasado si queremos avanzar.

La sala de exposiciones Amárica parece también “atrapada en el tiempo”. Leemos que la Diputación, una vez más, quiere de alguna manera bajar su persiana. Durante los últimos ocho años esta sala se ha dedicado a exponer obra fotográfica. Ahora el sector fotográfico de nuestro territorio reclama públicamente que no se acabe con dicho proyecto. Están “atrapados en ese tiempo”. Pero existe un antes de ese tiempo. O varios “antes” que acabaron también en sendos cierres del espacio. De 2008 a 2011 el espacio expositivo estuvo gestionado por una asamblea de artistas visuales: la Asamblea Amarika. En dicha asamblea estaban representados todos los sectores artísticos de nuestra provincia, incluyendo a los fotógrafos. Hablamos de una gestión colectiva. Hablamos de participación directa. Dicho proyecto fue considerado como ejemplar en su día por el Observatorio Vasco de la Cultura. Si seguimos rebobinando hacia atrás, veremos que de 2002 a 2008 la sala Amárica está cerrada al arte: no funciona como sala expositiva. Es la sede de aulas de la tercera edad. Seguimos retrocediendo como cangrejos: en 1989 la sala Amárica se abre al público. Y se abre como resultado del trabajo de una serie de artistas que bajo el sello de la Asociación de Artistas Alaveses reclamaron una sala de exposiciones para la provincia dedicada al arte contemporáneo. Al frente, como director, se sitúa Daniel Castillejo que es elegido mediante un concurso público.

Durante trece años, hasta que Artium abre sus puertas, Castillejo programa exposiciones de arte contemporáneo con especial atención al arte local. En 2002, con la apertura de Artium, la Diputación decide que no tiene sentido que exista otro espacio expositivo vinculado a dicha institución. Pero sigamos nuestro viaje en el tiempo: el pintor Fernando de Amárica muere un día de noviembre de 1956. Amárica era un pintor local que vivía en la plaza que, ahora, lleva su nombre. Amárica murió y legó su mansión, sus propiedades, su obra y fortuna, a la ciudad. Quería que su palacete se convirtiera en un museo, con un jardín abierto al público para que los vitorianos pudieran deleitarse con su legado.

De ahí proviene el espíritu de sala Amárica: del legado de un pintor. Ahora, una vez más, quizá sea el momento de aprender del pasado. Y dedicar este espacio al arte local y emergente.