La obra artística de Eduardo Chillida Belzunce (CHB) no escapa a los momentos más significativos de su vida personal. Buena parte de su iconografía es una biografía abierta que el espectador debe recorrer; de las figuras con forma de mujer que evocan a su primer trabajo, moldeado en barro a los cuatro años, a las manos abiertas que surgen de la tierra y que nos hablan de aquel accidente de motocicleta que sufrió en 1985 y que le obligó a usar desde entonces solo su miembro izquierdo. El atrio de la Iglesia de San Vicente Mártir de Donostia acoge durante un año ese trayecto a través de seis esculturas del artista donostiarra.

“Su obra pertenece a la generación de las Nuevas Figuraciones y Realismos, en las que los datos biográficos aparecen involucrados en su propia iconografía. Realismo mágico, onírico, entre la realidad y el sueño”, habla el profesor y crítico de arte de este periódico Edorta Kortadi sobre las piezas que se recogen en la exposición titulada En la mejor compañía.

Un total de seis esculturas de pequeño tamaño, cuya existencia se complementa con una serie de pinturas del propio autor que la galería Ekain expondrá entre agosto y septiembre, convierten desde ayer el atrio de la Iglesia de San Vicente Mártir en un pequeño museo; del mismo modo que estas mismas obras ya dotaron de un nuevo próposito a la Plaza del Louvre de París, denostada a simple lugar de paso entre el Museo del Louvre, la Iglesia de Saint-Germain-l’Auxerrois y el Sena, y en la que de octubre a diciembre del pasado año las esculturas vieron la luz por primera vez.

Cuerpos de hombres y de mujeres abrazados y receptivos y manos vigorosas y en movimiento rodean ahora el santuario gótico donostiarra. Dos alusiones directas al pasado de CHB que el artista no trata de ocultar.

La mujer ya fue protagonista en su primera escultura, moldeada con barro a los cuatro años, y desde entonces, ha permanecido como fiel acompañante a lo largo de toda su obra, evolucionando con el paso de los años. “La mujer Matissiana en sus inicios, más realista y ensimismada en los últimos, es la madurez que se va empoderando en su propia cosmovisión”, detalla Kortadi.

Las manos, por su parte, hablan de su episodio más trágico, del accidente que le dejó en coma y del que a día de hoy sigue sufriendo las graves secuelas. Su mano derecha no se recuperó nunca más, obligando a reinventar al artista, esta vez con la mano izquierda como única aliada.

“Son manos potentes y poderosas, abiertas y acogedoras. Las mismas manos de las que ya nos habló con verdadero entusiasmo su padre cuando descubrió las dotes escultóricas de su propio hijo, pero son más poderosas que las trazadas por él, más temblorosas y atávicas que las del mismo”, advierte el crítico.

El legado de su padre tampoco puede alejarse de su trabajo: “El silencio, la actitud de acogida receptiva, las manos/brazos acogedoras que se ofrecen al otro en actitud abierta y comprometida son la sombra de los Chillida (Eduardo y Pedro) y la del también Antonio López, que se advierten y revolotean en su obra”.

un año para conocerlas Las seis esculturas se prestan a ser expuestas al aire libre, a no quedarse encerradas y a ser parte de un conjunto exterior. Así lo vieron en la galería Ekain, que programaron la exposición pictórica antes de caer en las figuras.

“Es un formato idóneo para la ciudad, que complementa a la iglesia y le da un nuevo atractivo”, afirman desde la propia galería.

El atrio de San Vicente fue el lugar escogido al hallarse en un punto neurálgico del municipio a la par que seguro, ya que permanece cerrado por las noches, impidiendo de este modo que las obras puedan ser dañadas.

Este será su nuevo hogar durante todo un año, hasta agosto de 2019, cuando las esculturas vuelvan a dar una nueva finalidad a otro lugar que desee conocer la vida de CHB.