madrid - Juan José Millás (Valencia, 1946) regresa a la novela con Que nadie duerma (Alfaguara), una obra en la que una mujer con aires quijotescos se lanza a recorrer Madrid en su taxi con la idea de que “en la cultura está la salvación”, algo que el propio autor reconoce que quiere “pensar” aunque no lo tiene “claro”.
“Realmente es algo ingenuo, porque cultura y bondad no van necesariamente juntas”, ironiza el autor en una entrevista, que ha apostado por un personaje -Lucía- que roza el delirio en su día a día. “Como en El Quijote, es una persona que va haciendo bien todo el rato, pero en lugar de en burro, en taxi”, bromea.
Lucía acaba de perder su trabajo como programadora informática y decide reinventarse profesionalmente. Cada día, sale a recorrer Madrid vestida de la princesa de Turandot -la famosa ópera de Puccini que es idolatrada por la taxista- esperando encontrarse con su amor platónico, el actor underground Braulio Botas.
Entre carrera y carrera, van desfilando por el taxi de Lucía variopintos personajes -un enfermo de cáncer que acaba de conocer la noticia, una representante de artistas- en una obra que Millás ha intentado evitar convertirla “en contenedor de anécdotas”. Pero todas ellas tienen un hilo común por el que desfila además el habitual juego del autor entre realidad y delirio. “La realidad es más delirante que la novela, pero no podemos admitir que vivimos en el delirio. El sueño forma parte de la realidad y todo el mundo termina fantaseando cosas, por ejemplo que se le muere el jefe: las cosas que se nos ocurren son más numerosas que las que ocurren”, asevera. En este sentido, Millás apunta que “la articulación de la fantasía y la realidad en una historia es más compleja que la de un tobillo o una rodilla”. Según el escritor y periodista, las personas no pueden aceptar que viven en un delirio y por eso trazan fronteras entre la realidad y la fantasía. De hecho, el autor reconoce inspirarse en los cuentos de tradición oral para introducir esos hechos fantásticos que se confunden con la realidad. “Cuando una calabaza se convierte en carroza, el lector se lo llega a creer porque está metida en la lógica interna de la historia: ése es el reto, llegar a articular bien lo fantástico para hacerlo creíble”, explica.
En cierta manera, Que nadie duerma es una canción de amor a Madrid, recorriendo varios de sus lugares emblemáticos, escrita por alguien que “como la mayoría” de los que viven en esta ciudad, son “de ningún sitio”. “Madrid es una ciudad muy maleable, en realidad caben todas las ciudades en ella y proporciona muchas posibilidades al temperamento imaginativo”, resalta.
Preguntado sobre si siente especial predilección por la ópera -presente en la mayor parte de la novela a través de estrofas de Turandot- Millás reconoce no ser un gran aficionado. “No me gusta especialmente, pero tengo un vecino al que le gusta muchísimo y así me va entrando. Me pongo muy nervioso cuando estoy solo y escucho ópera, digamos que solo lo puedo hacer a través de un tabique”, concluye. - E.P./Efe