Vitoria - Uno de sus abuelos fue el fundador de la Unión Musical Oyonesa. Su padre fue director de la Banda de Música de Oyón. Él, como no podía ser de otra manera, no tuvo más remedio que dejarse atrapar por la música. Y la saga no para. Resumir la trayectoria de Paco Ibáñez como compositor y docente es imposible sin dejarse muchos detalles. Mejor que hablen sus palabras.

Después de tantos años dedicado a la docencia ha llegado el momento de dejarlo, pero ¿es posible jubilarse de la música?

-No. Es más, de profesor, como ha sido mi caso, te puedes jubilar, pero siempre vas a seguir siendo el maestro de tus ex alumnos. Hay gente que te para por la calle o que te escribe e-mails desde cualquier parte del mundo, que te pide obras o... Más allá de eso, de la música es imposible jubilarse. Siempre hay que hacer algo. Raro es el día que no hago unos compases de algo que tengo en la cabeza. Bueno, sin olvidar cuando me piden una composición, claro. Ahora estoy haciendo una recopilación de mi obra coral porque parece que algunos coros quieren hacer un CD con ese material.

¿Qué sensación tuvo tras dejar el Conservatorio de Música Jesús Guridi después de tantos años?

-Es que siento que no me he marchado. Lo tengo en frente de casa, además (risas). Voy a tocar cosas, por ejemplo cuando tengo que hacer algo con el piano y no quiero molestar a los vecinos. Una de las cosas que tenía pendiente en mi vida era tocar el órgano, y allí voy a hacerlo también. Acudo a los conciertos que se organizan... No echo en falta no ir a clase, porque también la jubilación ha sido progresiva. Yo hubiese seguido porque me lo pasaba muy bien.

Con la de personas que tanto en esta ciudad como en cualquier otra acuden a conservatorios y escuelas públicas y privadas de música, ¿cómo se entiende que tanto esta disciplina como la cultura tengan tan poco peso en la educación reglada?

-La tendencia actual del mundo es economicista, tecnicista. La filosofía, las artes... están olvidadas por la clase política y técnica. No se dan cuenta de las ventajas que tiene el hacer música. Por supuesto, como está demostrado, influye de manera muy positiva en la memoria. Eso por un parte, pero por otra también hay que señalar la sociabilidad que genera. Muy pocos músicos tocan siempre solos. Eso hace que tengas que estar siempre pensando en el otro o los otros. Y está la emotividad. Dicen que la música es la unión entre lo racional y lo emotivo. Cuando estás tocando o cantando no sólo estás pensando lo que estás leyendo sino también en lo que eso te emociona. De todo, eso sí, lo más importante me parece la cuestión de la sociabilidad. El que no ha cantado nunca en un coro, no sabe lo que es eso. En los colegios sería muy importante usar más esta fórmula para que los alumnos vean y sean conscientes de lo que hacen unos y otros, sin mirar sólo a sí mismos.

De esos conservatorios y escuelas van a salir muy pocas personas que puedan el día de mañana dedicarse de manera profesional a esto. ¿Qué se les puede aconsejar ante las piedras en el camino?

-Si hay vocación, empeño e ilusión, todos llegan. Por lo menos, los que yo he conocido. Algunos irán a grandes orquestas, otros a formaciones menores, otros se dedicarán a la docencia... pero mi experiencia dice que llegarán. Lo que no hay que hacer es tirar la toalla. Hay que ser constante. Una de las ventajas que da estudiar música es la constancia. Piensa en una persona que está estudiando en el colegio y que al mismo tiempo está haciendo música, es alguien que tiene que delimitar muchísimo el tiempo de trabajo. Eso, a lo largo de los años, crea unos hábitos muy importantes que sirven en el futuro aunque luego te dediques a la ingeniería o a lo que sea. Conozco a muchos padres que así me lo han trasladado. Con todo, sólo hay que mirar a la cantidad de músicos que han salido del Jesús Guridi. Hay gente que está tocando en muchos sitios de Europa y España. Hay salida. Otra cosa es que no tengas constancia. Si no crees, es mejor dejarlo.

¿En esa relación de talento y formación, qué pesa más?

-El trabajo. Mucha gente con talento, luego ha llegado a un punto en el que se ha estancado porque no ha trabajado. Hay una base de talento imprescindible, pero llega ese instante en el que tienes que decir: yo sigo, esto tengo que perfeccionarlo, todavía no he llegado a mi tope... Ser consciente de eso y trabajar en ello es lo importante.

En su caso, la música venía metida en el ADN familiar...

-Sí, lo que pasa es que no eran músicos profesionales. Ellos me sirvieron para tener esta vocación. Di unas cuantas vueltas dentro de mis estudios pero al final paré, aunque tarde, en la música. En realidad, la vida me terminó llevando a donde quería. Por eso, a los jóvenes que terminan Musikene con 22 o 23 años les digo: no te preocupes, todavía eres joven, tienes mucho trabajo por hacer. La vida es muy larga y la capacidad de aprender es inmensa. No te tienes que preocupar ni desanimarte. Cuando se tiene vocación y entusiasmo, la música no se ve como ese trabajo insufrible.

¿Hoy Paco Ibáñez sigue aprendiendo de la música?

-Por supuesto. Esto es interminable. Saber todo de un aspecto es inabordable. Además, lo que aprendes con los alumnos es increíble. Alguien te hace una pregunta de repente y te obliga a parar y replantearte cosas. Y cuando estás escuchando música, siempre estás con la antena puesta. Ahora que estoy jubilado puedo leer y escuchar más. Eso me ha llevado a adentrarme en la ópera, por ejemplo, que hasta ahora era algo con lo que no conectaba. Es más, hasta me he suscrito a la Berliner Philharmoniker ya que a través de su web puedes escuchar en directo todo lo que hacen. Así que estoy de manera constante aprendiendo. Es lo que te motiva para seguir viviendo, aprender.

Hubo un maestro en el conservatorio que se llamaba Carmelo Bernaola, del que, además, a usted le tocó después tomar el testigo en la dirección del centro, algo que sería complicado, ¿no?

-Carmelo fue un personaje especial. No fue un director normal. Tenía una personalidad deslumbrante. Allí donde estaba era el centro, ya estuviese con políticos, con artistas o con quien fuese. Y era el centro para bien y también para mal. Una de las cosas importantes de Carmelo era la práctica. Es decir, sus alumnos de composición estrenábamos obras desde primero. Además, veíamos lo que hacía. Por ejemplo, estábamos en clase y venía de pasar la noche en blanco haciendo la música de una película y ahí veías lo que hacía. Le interesaba que fuésemos músicos, no gente teórica. Una de las cosas que creo que mis alumnos más han agradecido es saber que yo era músico, que seguía haciendo cosas además de dar clase. Carmelo te ayudaba, te proponía, te llevaba a ver a otros... Era un profesor global, un amigo y un padre, porque las broncas que te echaba eran monumentales (risas). Fuimos tres alumnos de su clase los que tomamos aquel relevo, pero siempre estaba pendiente. Venía a Vitoria y nos preguntaba mientras nos invitaba a comer, porque él siempre pagaba.

De aquellos años salieron personas que en la clásica, la electroacústica y otros géneros han tenido un nombre importante.

-Es que de su clase salieron Juanjo Mena, Zuriñe F. Gerenabarrena, Sofía Martínez, Alfonso García de la Torre, Antonio Lauzurika... Todos hemos hecho algo.

¿Somos capaces hoy de seguir generando profesionales a la altura?

-Sí. Podemos poner ejemplos de compositores como el de Daniel Apodaka. O Abel Paúl. Y en intérpretes gente como Ander Perrino. O directores de orquesta como Iker Sánchez y Diego Martin-Etxebarria. Bueno, sin olvidar, por supuesto, a Carlos Mena, Alfonso Gómez, Mikel Ibáñez... Hay bastante gente y además con mucha proyección.

Hay un factor en estos años que ha cambiado de manera radical y es el tecnológico. ¿Cómo lo ha vivido?

-Hay aspectos que he aprendido y uso. Como he seguido componiendo para cine y teatro, me ha ayudado mucho el uso de los programas para ordenador que existen. No sólo para escribir música, sino también programas de audición. Esta tecnología me ha venido muy bien. También cuando dentro de una composición he tenido que meter un instrumento virtual o cuando he compuesto para obras de teatro donde había vídeo, por ejemplo.

¿Es consumidor de cultura?

-Sí, sí. Además de lo de la Berliner Philharmoniker, que es un chollo, tengo el bono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, cuando puedo he ido a los Martes Musicales... Vamos, de lo que hay en Vitoria, siempre soy consumidor o lo intento. De teatro, por ejemplo, muchísimo. Al cine también acudo mucho. A lo que sí creo que tendría que ir más es a los museos.

¿Cree que tenemos buena oferta en la capital alavesa?

-Hombre, hay cuestiones que en los últimos tiempos pueden estar fallando un poco como son los Grandes Conciertos. Pero sí hay oferta, y no me gustaría sólo quedarme con lo que tiene que ver con música clásica. Hay espacios como la sala Jimmy Jazz que tienen una programación que está muy bien. No suelo ir aunque sé que podría haber ido a unos cuantos conciertos. Está también el Bernaola Festival, Ondas de Jazz, el Festival de Jazz, el ciclo de cámara del Principal que se hace en el conservatorio, la Semana de Música Antigua... La oferta podría ser mejor pero no está mal. Además, tienes Bilbao, Donostia y Pamplona cerca. Lo que tenemos que procurar es que toda esa gente que está en los conservatorios y en las escuelas que no va a ser profesional pero sí espectadora, siga disfrutando. Y con ellos y ellas, el resto. Poder disfrutar de una obra de música sinfónica, que culturalmente es lo más grande que podemos hacer los seres humanos, es increíble. O mejor dicho, que alguien, a su manera, no pueda disfrutar de eso me parece una ausencia terrible. No sabe lo que se pierde. La gran desgracia del conservatorio o de la Escuela de Música Luis Aramburu sería que sus alumnos saliesen rebotados porque no se les ha hecho disfrutar de la música. Lo más importante del profesor es que los alumnos disfruten de la música, que sean participes de ella. Lo más importante de la música es la pasión. Cuando eso se da, no hay nada que te eche hacia atrás.

¿Ha habido algún momento en el que tenía la cabeza tan llena de sonidos que ha pensado que necesitaba alejarse de la música en todos los sentidos por lo menos cinco minutos?

-Dos veces. Una, siendo alumno de Carmelo. De día a día te mandaba hacer una composición y llegó un momento en el que pensé: ya no doy más de mí. Además, sabías que tenías que hacer algo interesante o diferente. Si no, Carmelo te pillaba el papel y te decía: ¿esto lo has hecho mientras cagabas, no? (Risas). La otra vez fue tras terminar la película con José Luis Cuerda, Así en el cielo como en la tierra. Acabé tan estresado que necesitaba descansar. Los últimos días fueron terribles, sin dormir. Pero bueno, sólo son dos veces.