Estoy seguro de que a lo largo de esa larga noche que separa, o une, según se mire, un año con otro habrán hecho ustedes no pocos brindis, con múltiples dedicatorias; brindis que, en la mayoría de los casos, habrán estado llenos de esas maravillosas burbujas imprescindibles en las fiestas porque ya son, ellas mismas, una fiesta.
Quizá el brindis musical más conocido sea el del primer acto de la ópera de Verdi La Traviata, que Alfredo dedica, a petición de sus amigos, a Violetta. Ya saben: libbiamo, libbiamo nei lieti calici?
Bebamos, sí, en las alegres copas. Pero ¿por qué brindar? Quiero decir, ¿por qué llamamos brindar a beber a la salud y felicidad de alguien, vecino, lejano y hasta ausente?
He leído por ahí que hemos tomado la palabra del italiano brindisi, y no precisamente del puerto de ese nombre situado en el tacón de la bota italiana, en el que Espartaco perdió todas sus esperanzas. Los italianos, por su parte, atribuyen a los españoles el origen de esa expresión, que se remontaría al llamado “saco de Roma” por las tropas imperiales de Carlos V en el año 1527.
Tropas formadas, en su mayoría, por lansquenetes. Según el Diccionario, los lansquenetes eran soldados “de la infantería alemana, que peleó también al lado de los Tercios españoles durante la dominación de la Casa de Austria”. Y cuentan que, durante esa acción o, más bien, después, bebían exclamando “Ich bring dir’s”, expresión que la Real Academia Española hace venir del alemán con el significado de “yo te lo ofrezco”. Así que los italianos ceden la paternidad a los alemanes, por la vía española. Me da igual: el caso es brindar.
Por supuesto, hay otras palabras para brindis. En la ópera Carmen, de Bizet, el torero Escamillo inicia su popular aria Toreador con estas palabras: Votre toast je peux vous le rendre, señor..., es decir, puedo responder a vuestro brindis.
Ese toast está tomado del inglés. Los franceses siempre tuvieron cuidado con su idioma, y adoptaron toast en su significado de brindis, no en el de trozo o rebanada de pan tostado que es el habitual. Toast también puede aplicarse al protagonista de algo, al más (o lo más) importante.
Desgraciadamente, en español hemos practicado una aliteración de toast y llamamos así a los canapés en los que algo va sobre pan, tostado o no: “una tosta de salmón ahumado”, por penoso ejemplo.
Ahora bien, ¿qué tendrá que ver el pan tostado con el brindis?
Leo en un curioso libro titulado Entre col y col lechuga, o sea, gran floresta poco seria, esto: “La costumbre de los brindis en Inglaterra para beber a la salud de alguno proviene de que en cada azumbre o medida que se hace de cerveza, o ponche, o cualquiera licor, o en un vaso, se pone una tostada de pan (lo que llaman toast), que se queda ordinariamente para el que bebe el fondo del vaso”.
Lo siguiente es... no sé cómo decirlo. Juzguen ustedes: “Un día que Ana Bolena, la más hermosa mujer que ha tenido Inglaterra, se hallaba en el baño, los caballeros de su comitiva, para hacerle la corte, tomaron un vaso cada uno, los llenaron de agua del baño mismo y los bebieron. A uno que no siguió su ejemplo le preguntaron la razón, y respondió: es que me reservo la tostada”.
prosit, santé... El libro en cuestión parece tener varias versiones. Veo la de 1836, firmada por A.Z.G. y editada en Madrid, que añade, como era costumbre, un largo subtítulo: “miscelánea de chistes, dichos festivos, discursos científicos, anécdotas graciosas, sandeces, sacada de las mejores obras, tanto extranjeras (sic) como nacionales”. Para fiarse. Algo así como un “Selecciones del Reader’s Digest” decimonónico.
El hecho es que los alemanes, autores de todo, llaman ahora a brindar zutrinken, pero usan una palabra de origen latino: Prosit!.
Los franceses se han quedado con santé! (salud), como los españoles; pero la realidad es que en casi todas partes se usa la fórmula italiana: cin cin, pronunciada chinchín, que parece ser onomatopeya del ruido de las copas al chocar entre ellas.
Por cierto, tengan cuidado. Si usan, como yo creo que deben usarse, buenas copas, pero en formato vino, y no esas flautas en las que las burbujas se ven obligadas a subir en fila india, cuando vayan ustedes a chocar su copa con otras no lo hagan jamás por el borde: es la parte más frágil.
En fin, amigos, que estrenamos año, que en el cómputo de Apicius es el MMDCCLXXI (2771) ab Urbe condita (desde la fundación de la ciudad, o sea, de Roma).
Algo hemos ganado desde entonces: griegos y romanos ofrecían vino, las famosas libaciones, a dioses y difuntos. Nosotros se las dedicamos a los vivos. No olviden, sin embargo, la vieja canción escocesa de Año Nuevo: We’ll take a cup o’kindness yet for auld lang syne.
O sea: Beberemos una copa por los viejos, y se supone que buenos, tiempos. Que lo podamos seguir haciendo muchos años.