madrid - Rosa Villacastín habla en su libro del amor, el sexo y el destape en los primeros tiempos del postfranquismo. Si la educación sentimental brillaba por su ausencia, de la sexual no se hablaba, el destape era tabú y estaba penalizado y el amor debía sellarse delante de un altar y con la novia vestida de blanco pureza.

Cuando hablamos de la Transición lo hacemos de política y de temas muchas veces tediosos. Usted propone en el mismo periodo amor, sexo y destape. Divertido, ¿no?

-Divertido de escribir. Cuando uno pone en marcha el disco duro de la memoria se sorprende. Este libro lo he dejado a los recuerdos y a lo que hablado con amigas que habían vivido lo mismo que yo.

Así que en la Transición ustedes amaban locamente.

-Ja, ja, ja? Amábamos muchísimo porque todo lo íbamos descubriendo. Tú piensa: nuestros padres habían vivido la guerra, la postguerra, un mundo oscuro, un mundo donde nada se contaba, donde la mujer no podía disfrutar del sexo. Pienso que muchas mujeres de una parte de la postguerra, muchas de nuestras madres, se han muerto sin saber verdaderamente lo que era un orgasmo.

¿Podríamos de decir que disfrutar del sexo era casi ilegal?

-Muchos pensarán que es una exageración, pero en el caso de las mujeres si no era ilegal, resultaba inmoral en esos tiempos oscuros. Date cuenta que la pastilla, la píldora, había que comprarla en el mercado negro. Nuestros padres no podían educarnos en el sexo, ellos tampoco sabían mucho de sexo. Mi madre se murió con 90 años hace cuatro y no hablamos de sexo nunca salvo cuando me encontró las píldoras anticonceptivas y me echó de casa.

¿De verdad? ¿Le echo de casa? ¿Qué edad tenía?

-Tampoco te creas que tenía quince años, tenía veinticuatro. Imagínate cómo eran esos tiempos. Ella pensó: “Si ésta toma la píldora es que está haciendo algo”. Ese algo era impensable para ella en aquellos tiempos.

Impensable acostarse con alguien sin haberse vestido de blanco y haber pasado por un altar, ¿no?

-Evidentemente, eso no se le pasaba por la imaginación a ninguna madre de la época. Además, yo me casé con cincuenta y tantos y no me casé de blanco, me casé de marrón. Siempre me han dado repelús las bodas y pensé que nunca lo haría y cuando lo hice me casé en el juzgado de Cádiz.

¿Un acto de rebeldía?

-No. Sí he sido muy rebelde porque en mi vida he tenido dos mujeres que me marcaron mucho, una mi abuela; una chica de pueblo que vivía en Madrid, analfabeta, Paca, y un día se cruza en su camino Rubén Darío y a finales del XIX decide irse a vivir con él. La valentía de esa mujer es innegable, ella sí se tuvo que enfrentar al mundo.

A lo mejor su abuela sí que disfrutó del sexo en su época.

-Yo creo que sí, él era nicaragüense y el sexo en esos países está en todo, y supongo que Rubén Darío la enseñó bien. Mi madre, su hija, era de otro matrimonio y fue otra historia. La otra mujer que me marcó mucho fue mi madrina, la escritora Carmen Conde, la primera mujer académica. Ella me dio un consejo: “Si tú por ser mujer llamas a una puerta y no te abren, das una patada y entras directamente”.

Ahora se habla del acoso, ¿en esa época lo había?

-Me he encontrado mucho gilipollas por la vida, pero nunca me encontré a nadie que porque tenía poder quisiera hacerme nada. En una cena, el padre una amiga me puso la mano en una pierna, estaba la mujer delante. En el cine también?

Lo del cine es un clásico, al menos lo era antes.

-Mi madre me decía lo que teníamos que hacer, ir siempre preparadas con un alfiler. En los cines donde ponían películas en versión original se apalancaban muchos?

Sería pasión por el cine culto y de autor.

-Ja, ja, ja? Qué risa. Se apalancaban muchos para aprovecharse y trataban de deslizar la mano y tú alfilerazo al canto, eso daba un resultado fantástico. Nunca me he encontrado con nadie que me haya querido tirar en todos los sentidos, pero sí con muchos gilipollas a los que he tenido que hacer frente.

¿Cómo se tomó que su madre le echara de casa?

-Fue muy duro, yo no pensaba irme de casa de mis padres, vivía fenomenal allí. Me cogí un apartamento y el fin de semana iba donde ellos para que mi madre me hiciera la comida y me arreglara la ropa; así he estado hasta que me fui a vivir con mi marido.

¿Cómo eran los hombres a los que ustedes amaron locamente?

-Había de todo. Mi primer novio fue un diplomático, un chico guapísimo, era argentino. Ése me facilitó mucho las cosas, lo primero fue a hablar con mi madre?

Uy, qué antiguo suena.

-Es verdad. Se presentó, le dijo que él tenía que ir a fiestas, que quería que yo fuera con él y que iba a llegar tarde a casa siempre, y la cautivó.

Pero no era el hombre de su vida, ¿no?

-No, está visto que no. Lo dejé un mes antes de casarnos. Pensé qué hacía yo con un diplomático al que iban a destinar a vete tú a saber dónde, yo no me quería ir; lo dejé con la casa puesta. El segundo fue un francés, he tenido mucha debilidad por la cultura francesa?

Ya veo, ¿una relación sentimental entra en el apartado de cultura?

-Ja, ja, ja? Aprendes mucho. Tenía discotecas, restaurantes en Madrid, era un vividor, estuve un tiempo con él y luego se acabó. Ése me dijo que no me cautivara tanto la política, que era un asco.

¿No ha tenido relaciones sentimentales con ningún político?

-No. Me han aburrido siempre mucho y en las relaciones personales tus parejas tienen que ser divertidas y no aburrirte. Y fíjate que los de antes eran mucho más interesantes, que con los de ahora? El político es un espécimen que nunca me ha interesado nada en mi vida personal.