Lo decía bien claro aquel Pazos inolvidable que no hubiera sido el mismo si no se hubiera hecho carne a través de Manuel Manquiña: mira nena, aquí hay una cuestión: el concepto es el concepto. Hoy, aunque pueda parecer paradójico, resultaría casi imposible imaginar una película como Airbag, un filme incorrecto en todo que cumple este verano 20 años desde su estreno. La crítica la destrozó. O la ignoró, que no se sabe nunca qué es peor. El público, eso sí, no sólo llenó las salas de cine (era lo que había que ver y así lo demostraron los alrededor de siete millones de euros que generó), sino que hizo suyas expresiones del filme como hondonadas de hostias o profesional, muy profesional. Un filme que traspasó la pantalla y que se convirtió en una alocada y cómica road movie indispensable.
Airbag pilló a casi todo el mundo por sorpresa por varios motivos. Es verdad que algunas películas previas como Acción mutante y El día de la bestia, de Alex de la Iglesia, estaban intentando romper esa barrera en apariencia insalvable entre el cine español y el público joven, pero eran gotas en el desierto. El filme del director vitoriano Juanma Bajo Ulloa, sin embargo, pasó de lo establecido, de la industria, de lo que se entendía como correcto, para proponer una gamberrada en toda regla, desde su guión hasta su banda sonora, pasando por todo lo demás. Y con esa propuesta conectó de lleno con unos espectadores que, aunque no fueran conscientes en aquel 1997, estaban esperando ver algo como aquello y compartirlo. El boca a boca que sí servía para el cine norteamericano se puso al servicio, esta vez, de un título de aquí.
La producción también pilló con el pie cambiado a aquellos que conocían al realizador a través de sus, por entonces, dos únicos largometrajes, los aclamados Alas de mariposa y La madre muerta. Airbag no tenía nada que ver ni en las formas ni en el fondo con sus predecesoras. Es más, no era el proyecto que Bajo Ulloa tenía entre las manos. En realidad, el director estaba trabajando en El manso, un filme que, muy cambiado en lo que al guión se refiere, terminó haciendo realidad Ricardo Franco en La buena estrella. Pero mientras esto pasaba, el actor gasteiztarra Karra Elejalde le comentó a su compatriota y además amigo una idea para un largometraje que ambos fueron componiendo, también con la participación de Fernando Guillén Cuervo.
Cuando se estrenó el resultado de aquel akelarre, el propio Bajo Ulloa definió el filme como un homenaje al cine de acción, a la comedia, al mundo del cómic y al rock and roll. Todo ello en una historia que partía de un hecho simple: un joven de la burguesía vasca perdía su anillo de compromiso en el culo de una prostituta durante su despedida de soltero, lo que desembocaba en una búsqueda surrealista con traficantes, policías y gentes de todo tipo y condición de por medio. En definitiva, una verbena hecha película en lo que lo underground, lo comercial y lo popular caminaban de manera conjunta a través de unos diálogos locos que en ocasiones eran hasta complicados de entender.
El filme tenía sus puntos bajos, sus debes y su carencias, pero no importaba. Conectaba con el público y, por tanto, con la taquilla. De hecho, tuvo que venir Torrente para quitarle a Airbag el puesto de privilegio que ostentaba como la película española más vista, algo que le costó a Bajo Ulloa un tatuaje, aunque no en el culo, como en su día se encargó de difundir Santiago Segura, quien, por cierto, también tiene un papel en el filme del vitoriano.
Las claves En un 1997 en el que la película más vista en el Estado fue El paciente inglés, Airbag sustentó su éxito sobre dos bases fundamentales. Por un lado, ese guión lleno de frases que se hicieron populares de forma muy rápida pero en el que también era posible algo tan inaudito como colar un anuncio de refrescos en una escena parodiando al mismo cine. De hecho, este carnaval desbocado guardaba alguna que otra carga de profundidad sobre la sociedad actual que todavía se mantiene vigente, más allá de que no todo el mundo supiera leer aquellas reflexiones en forma de coña.
Por otro, un reparto muy coral, cameos incluidos, en el que se encontraron nombres tan extraños entre sí, por lo menos en apariencia, como Paco Rabal, Albert Pla (sublime interpretando como cura su particular versión de Soy rebelde), María de Medeiros, Nathalie Seseña, Karlos Argiñano, Javier Bardem, Alaska, Alberto San Juan, Luis Cuenca y Rosa María Sardà, entre otros. Aunque, sin duda, Manquiña se convirtió en el principal descubrimiento de un gran público que todavía hoy se pregunta cómo pudo ser que no ganase el Goya al mejor actor revelación por este papel (la película se llevó, eso sí, los premios de mejor montaje y efectos especiales).
Según los datos oficiales, la película costó unos tres millones de los actuales euros y obtuvo una recaudación superior a los siete millones con unos dos millones de espectadores. De todas formas, los números tienen su aquel, entre otras cosas porque hubo que recurrir con posterioridad a la Justicia ya que el realizador y la productora principal no se ponían de acuerdo en el reparto de beneficios. Además, en su momento se comentó que había una oferta para hacer un remake norteamericano aunque eso nunca se concretó. Bueno, dejando a un lado, claro, Resacón en Las Vegas, donde no fueron pocos los que vieron una versión cercana al plagio.
Con todo, en este 2017 de lo políticamente correcto llevado a la máxima expresión se antoja difícil la posibilidad de volver a encontrarse con una producción de este tipo, un filme que quería ser gamberro y libre desde su nacimiento y que se convirtió en un fenómeno, que el propio Bajo Ulloa no pudo o no supo repetir con Rey Gitano. De hecho, no deja de ser curioso que cuando el año pasado, La 2 dedicó una noche especial al filme, este Airbag que nació cuando no había redes sociales fuese trending topic en Twitter.