Es posible que la incesante lluvia, la niebla que roza el entrecejo de los paseantes, la oscuridad que hace que la ciudad se cierre como lo haría la cremallera de un abrigo, los bosques frondosos, el mar revuelto de la costa y las calles grisáceas y adoquinadas como el carácter hermético y silencioso de sus habitantes, sean los elementos que llamen la atención de los autores, que a la hora de escribir novelas policíacas o detectivescas se detienen en los diferentes escenarios de Euskal Herria. Dolores Redondo se dio cuenta a tiempo; prueba de ello es La trilogía del Baztán. Otros autores han decidido seguir su estela. Los crímenes y la resolución de casos enigmáticos pueden funcionar muy bien en Gasteiz, Donostia, Bilbao e Iruñea, tanto como lo hacen en la Suecia más noir.

Auguste Dupin, considerado el primer detective de ficción, apareció por primera vez en Los crímenes de la Calle Morgue, obra de Edgar Allan Poe. El escritor estadounidense marcó el camino de este género que, hoy por hoy, no deja de ofrecer historias de crímenes, misterio y suspense, a veces mezcladas con atmósferas propias del género negro. Las obras más actuales parecen haber evolucionado; son el resultado de una hibridación que, por otra parte, cada vez hace más difícil el trabajo de catalogarlas.

El silencio de la ciudad blanca de Eva García Sáenz de Urturi; El aroma del crimen de Xabier Gutiérrez; La capital del mundo de Gonzalo Garrido y Un extraño lugar para morir de Alejandro Pedregosa son los ejemplos que podemos encontrar de novelas policiales y negras desarrolladas en escenarios que conocemos y que pueden ofrecernos las coordenadas de esos lugares emblemáticos donde los asesinos sembraron el pánico. Un viaje ineludible.