Cuando el actor Dani Rovira, interpretando a Rafa en Ocho apellidos vascos, llega por primera vez a Euskadi bordeando en autobús un desfiladero, una música siniestra y oscura se escucha de fondo. Esa melodía sale de un txistu y recuerda a las notas del Aurresku, y fue una idea del compositor vizcaino Fernando Velázquez que, haciendo un guiño a su tierra, dotó a la secuencia de una personalidad tenebrosa pero divertida.
Las bandas sonoras son en el séptimo arte un elemento que marca el carácter de la película. “La música está para crear sentimientos en el espectador; pueden ser sensaciones de rechazo, de sorpresa, de alegría... con las notas adecuadas puedes convertir una escena bonita en una película de miedo, y viceversa”, argumenta Velázquez. Otro reconocido compositor, Pascal Gaigne, apunta que para lograr el objetivo de manejar esas sensaciones del público a través de una banda sonora, “hay que tener una capacidad añadida a la de ser compositor”. El artista francés, afincado en Donostia desde hace décadas, asegura que poner música a una película “es un trabajo bastante difícil y muy diferente al de otras composiciones, dedicar tu trabajo al cine es una decisión muy complicada”. Gaigne cuenta con una larga trayectoria en bandas sonoras. Su último trabajo, para el largometraje El olivo, le llevó a estar nominado en la última edición de los Premios Goya a mejor música original.
El artista de Caen cuenta con una extensa carrera y ya ha puesto sonido a más de 85 largometrajes, cortos y documentales. Recordando cómo comenzó en el cine, afirma que nunca pensó en dedicarse a él. “Fue cosa de hacer una película y pensar que ya estaba, que no volvería a hacerlo, pero me llamaron para otra, y luego otra... Poco a poco fui continuando en ese camino, y ahora no solo me dedico a ellas, pero es algo que hago mucho”, dice. Para él este trabajo “es muy particular”. “Cada película está hecha de una manera diferente. La mayoría de las veces me presentan el guion, y entro a trabajar cuando tengo una parte del montaje delante, cuando tengo imágenes, caras, ritmos, color y diálogos”, explica. A partir de ahí construye la banda sonora, esa otra protagonista que otorga significado al filme y caracteriza el resultado final.
“La música es un elemento que puede aportar mucho en el discurso cinematográfico. La melodía del cine como concepto no existe, por eso siempre digo que cualquier música aplicada a cualquier imagen provoca un resultado particular”, añade. Sus trabajos para cine han sido galardonados en varias ocasiones, entre las que destaca La Palma de oro en el festival de Buenos Aires por El otro barrio, y el premio de Mejor banda sonora Europea para Azul oscuro casi negro, dirigida por Daniel Sánchez Arévalo, otorgado por la federación Europea de Asociaciones de Compositores de Cine. También ha estado nominado a los Premios Goya, la última la pasada edición por la música que compuso para El Olivo, largometraje dirigido por la madrileña Icíar Bollaín.
Pascal Gaigne define la música como “un personaje con múltiples caras y posibilidades”, y asegura que “todo puede funcionar en las bandas sonoras, porque es el conjunto de todos los elementos lo que le da un sentido u otro, es decir, no hay un acorde para una escena de miedo o de amor, cada momento y cada película es diferente”. Convencido de que “el trabajo del músico también es proponer cosas nuevas, y no solo repetir los esquemas clásicos”, el creador apuesta por innovar “entre las miles de posibilidades de las armonías”.
En esa misma línea se posiciona el vizcaino Fernando Velázquez: “Hay que entender que el cine como producto cultural muchas veces busca el éxito en lo que ya funciona y repite muchas fórmulas, y en ese sentido es menos creativo de lo que podría ser”.
Para el autor “lo bonito es que la música puede alterar el sentido del guion, puede redibujar la interpretación de la película y que sea completamente distinta, y parece que los actores son peores o mejores, o incluso revaloriza el guion”, y asegura que “hasta que no está puesta la banda sonora en la película, no sabes si es buena o mala realmente”.
El compositor ha dirigido a la Orquesta Sinfónica de Euskadi, a la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, a la London Metropolitan Orchestra o a la Sinfónica de la Radio de Budapest, entre otras, pero siempre le gustaron las bandas sonoras. “Nunca decidí que quería hacerlas, es decir, no pretendía hacerlo porque simplemente ya lo hacía”, relata.
“He tenido la enorme suerte de ir enganchando trabajos, primero hice el vídeo de un amigo, luego hice un corto con el director Koldo Serra, luego llegó Juan Antonio Bayona... Un trabajo me llegó detrás de otro, y siempre he disfrutado de una continuidad”, recuerda.
el reconocimiento El aumento de productos audiovisuales ha provocado el incremento de bandas sonoras. “Se hacen más películas y series que nunca, aunque también este sector es más comercial que nunca y ahora todo depende del presupuesto, sin embargo podemos disfrutar de estilos de música muy diferentes”, aclara Velázquez.
Satisfecho de haber logrado el Goya en la pasada edición, el creador vizcaino afirma estar “igual que antes de que me lo dieran”. “Mucha gente de mi alrededor, mi familia y amigos, me decían que me lo tenían que haber dado antes por otros trabajos, por El Orfanato, Zipi y Zape... A mí simplemente me gusta que me lo hayan dado porque ya no me lo tienen que dar, así ya no tengo esa presión”, bromea. Dejando de lado los tópicos, Velázquez afirma que “el mejor premio es trabajar y hacer películas como las que he hecho y como las que tengo por delante, que son proyectos muy importantes y que le importan a la gente”. El último de ellos es la banda sonora para la película El guardián invisible, basada en la primera parte de la trilogía del Baztán, escrita por Dolores Redondo, una ocasión para la que ha contado con la orquesta de Navarra y el Orfeón Pamplonés. “Ahora tengo muchos proyectos, pero todos por confirmar, proyectos que prefiero confirmar cuando sean ya una realidad”, agrega.
Los sonidos compuestos por Pascal Gaigne también se escucharán muy pronto en el cine. En su caso será en la película Aundiya, basada en la historia del gigante de Altzo, dirigida por Aitor Arregi y Jon Garaño, con quien ya había trabajado en la reconocida Loreak.
Su último trabajo, para el filme El olivo, le convirtió en uno de los nominados a los Premios Goya, estatuilla que finalmente le arrebató Velázquez: “Los premios a las bandas sonoras siempre han tenido presencia. y le dan al compositor un poco de visibilidad. Sin embargo, creo que los directores recurren a ti porque les ha gustado tu trabajo anterior, no porque tengas o no galardones”. “Los reconocimientos son siempre importantes, pero hay otras cosas que están por encima de ellos”, concluye el creador.
Loreak le valió a Gaigne la nominación a mejor música en los Goya y el XI Premio de la Crítica a mejor compositor nacional.
En 2014 también compuso la música para el filme Lasa y Zabala, dirigido por Pablo Malo y con Unax Ugalde como protagonista.
En la última edición de los premios Goya, Pascal Gaigne estuvo nominado en la categoría de mejor música original.
La película de Juan Antonio Bayona le alzó a Velázquez como ganador de un premio CEC y una nominación a los Goya.
También compuso la música para la exitosa película de Emilio Martínez Lázaro, en la que participaron Karra Elejalde y Dani Rovira.
Bayona volvió a apostar por Velázquez, y el músico vizcaino logró ganar el Goya a mejor música original en la última edición.