El director de Artium, Daniel Castillejo, pone el ejemplo. ¿Se acuerdan del perro pulgoso, de esa risa que no es carcajada porque, en realidad, esconde la tristeza ante la inutilidad propia o cercana? Pues El hombre que ríe responde en gran medida a esa situación. El propio autor, el guipuzcoano Iñigo Royo, profundiza en ello en la instalación que da nombre a la muestra -como las canciones que bautizan discos- en la que juega con esa aplicación para móviles que hace fotos en cuanto detecta una sonrisa. Él es el modelo. Más bien su mandíbula, que es captada durante más de dos horas y media (lo que dura la batería) para configurar un retrato de la alegría fingida, del postureo de la felicidad.

Por ese camino discurre la presencia del artista, aunque él dice no sentirse así, vasco en un museo de arte contemporáneo que en su colección ya cuenta con piezas suyas. Una producción que hasta el próximo 16 de octubre se puede ver en la Sala Este Baja, una de las pocas que se salvará del cierre temporal de cinco meses de gran parte del centro para el cambio de suelo. Una invitación a la reflexión con la que Royo espera que el espectador “por lo menos se ría en algún momento”, apunta.

Son once las instalaciones que componen su propuesta, aunque cada una de ellas guarda en sí misma decenas de partes a modo de vídeos, fotografías, creaciones sonoras..., aportaciones a este desmontaje del “jiji social” en el que vive el ser humano en la sociedad actual, un contexto en el que la máscara, lo que hay que vender al exterior, lo que se quiere aparentar está por encima de lo demás, incluido el análisis de aquello que configura y de verdad afectar al ser humano.

Royo entiende que el hoy se mueve entre un barullo que roza lo surrealista, una confusión en la que la persona ha terminado por sentirse cómoda para no tener que enfrentarse a sus fantasmas, preocupaciones que cuando aparecen como inevitables generar, en realidad, una reacción de superficialidad y risa nerviosa. El artista, aunque él diga que sólo “soy un tipo que en algunas ocasiones necesita expresar”, ejemplifica comportamientos como éste en piezas en las que titulares de prensa sobre asesinatos, desastres y violencias varias son recibidas por una audiencia teóricamente inexistente con aplausos y carcajadas, un público que parece participar en un circo macabro del que, al final, no se siente partícipe aunque lo sea.

Desde el exterior de Artium, Royo pone en guardia al posible espectador con una frase dicha por un conocido político español: “aquí no caben ni ocurrencias ni fantasías”. Ya esto da una pista de lo que luego discurre en una muestra “para todos los públicos” que toma como referencia el título de una conocida novela de Víctor Hugo. A partir de ahí, Unión Europea. Manual de autoayuda, Hello Barbie o Babel van conformando una serie de “trabajos disparatados” que van conduciendo al público hasta otras tres instalaciones en las que “se intentan acercar soluciones ante el creciente barullo”.

Desde juegos de papiroflexia con periódicos que hablan del abandono de la violencia de ETA hasta una recopilación de teóricas fotografías antiguas en las que se destaca a aquellos que hicieron todo lo posible por no ser captados, son diferentes los aspectos de la cotidianidad vital, social y política que se tratan a lo largo de un discurso en el que humor y caos hablan el mismo idioma gracias al guipuzcoano.

Más allá de referencias a otros artistas y creadores, cuya influencia aporta a esta producción de Artium, lo que El hombre que ríe busca es ser una invitación a ir más allá de esa sonrisa forzada del perro pulgoso, esa reacción casi nerviosa ante lo que no se sabe arreglar.